Carla Pantanali. Artista multifacética y nieta de un prócer del espectáculo local
Lanzó un bello álbum de canciones, La citadina, y compuso la banda de sonido del documental sobre su abuelo ilustre, Luis Sandrini, que dirige su madre y que se estrenará este jueves
Texto Pablo Mascareño
Carla Pantanali es actriz, compositora, música y cantante. Y es la nieta de Luis Sandrini, el prócer del espectáculo argentino de quien no tiene recuerdos vivenciales, pero sí el compromiso de preservar su legado, no sólo por una cuestión de sangre, sino también por su admiración hacia el querido actor argentino. Además, en el plano personal, es la esposa de Enrique Avogadro, el activo ministro de Cultura porteño, con quien tiene dos hijas.
Instalada en la sala vacía de Domus Artis, el espacio creativo de Villa Urquiza muy emparentado con la música, Pantanali comienza a desandar aquello que hoy ocupa su agenda creativa, por cierto, bien intensa. Es que, por estas horas, la artista vive el ajetreo de la presentación en vivo de La citadina, el bello disco de canciones, definición precisa para esta obra que hace dialogar con coherencia a esas canciones propias, de las que emergen universos infinitos. El material, que también incluye un homenaje a Charly García con su tema “No soy un extraño”, será mostrado públicamente el domingo 10 de septiembre, en NEMPLA, el reducto de la zona de Chacarita, luego de una primera función este último viernes.
Y si dos conciertos ya implican un ajetreo no menor, el próximo jueves se estrenará Sandrini, el documental dirigido por Sandra Sandrini, su madre, que Pantanali musicalizó y que versa en torno a la figura de su abuelo insigne. “Son días muy movilizadores, de muchas cosas nuevas”, asevera la artista.
Si bien algunos de los temas del álbum son previos a la pandemia, La citadina nació como una necesidad a partir del contagio de Covid de la artista. “En medio del temor y la inquietud, me obligó a pensar en qué me quedaba pendiente hacer. Inmediatamente, salió a la luz hacer el disco, porque era algo que ya tenía muy maduro dentro de mío”, reconoce Carla Pantanali, mientras apura su cortado.
–Era el momento.
–Tardé mucho en sentirme preparada para poder hacerlo. Desde los veinte años me vengo formando en canto, composición, guitarra y otros instrumentos, pero tuve que contagiarme Covid, en medio de una pandemia, para abrirme la puertita para concretarlo.
–¿Qué te frenaba?
–Mi traba mayor era el perfeccionismo, estudiar permanentemente.
Carla Pantanali es alumna de la Universidad Nacional de las Artes, cursa la carrera de Folklore: “Mi derrotero fue el de estudiar como música y, mientras tanto, trabajaba como actriz; no estaba la idea de un disco, pero sí seguía formándome y componiendo”.
–La inspiración no pedía permiso.
–Por eso en el disco hay temas que compuse hace diez años.
–En lo conceptual del trabajo hay una proposición en torno a otros modos de vida y a una cercanía tangible con el universo natural.
–El disco está atravesado por ese anhelo personal de conectar con ese otro pulso, con algo más lento, con el respeto de los ciclos; siento que muchos citadinos y citadinas se van a sentir identificados con eso.
–Lo opuesto a la vida urbana.
–La ciudad propone el ritmo acelerado y la desconexión. El disco dice que, aún en la ciudad, se puede levantar la vista y entender que, en el cielo, está pasando algo que es único, que no fue ni será igual.
Pantanali jamás vivió en el campo, sin embargo, en determinado momento de su vida sintió que “algo se despertaba” en ella.
–Hoy, ¿tenés un vínculo frecuente con la naturaleza?
–Sí, trato de irme dos o tres días y conectar, estar callada. Siempre es una cita pendiente, la naturaleza me está esperando.
–Tu música es muy rioplatense.
–Me lo dicen, la matriz del candombe está ahí.
El Cuchi Leguizamón y Ricardo Vilca son algunas de las influencias que se revelaron ante la artista y trazaron un camino posible. “Hay algo espiritual que atraviesa mi obra y que aparece a través de la observación de la naturaleza, en sentirme parte de eso”.
A los doce años escuchó Pubis angelical y su conexión con Charly García fue indisoluble. “Sentó una base que me formateó, está en mí como compositora”. Entre García y el universo fue germinando un corpus de inspiración, pero Carla Pantanali también encontró en su madre buena parte de su construcción como artista: “Ella, además de ser actriz, siempre tocó el piano por iniciativa de su papá Luis (Sandrini) y su mamá Malvina (Pastorino), así que crecí sacando de oreja a Bach y Mendelssohn. Recuerdo que le robé a mi mamá el pack de La música más hermosa del mundo, que tenía cuatro casetes que no paraba de escuchar. Esa fue mi primera formación musical”.
–Tu mamá, ¿deseaba ser concertista?
–No, pero le hacía bien tocar el piano, ella fue quien me enseñó a leer la escala mayor.
–Además de la música, te acompañó tu vocación por la actuación, seguramente herencia de tus abuelos y de tu madre. ¿Cuándo aparece esa decisión?
–No lo sé, crecí sabiendo que era actriz.
–¿Pesa más la música?
–Soy artista, no me saques nada, porque me va a faltar.
–Sos panteísta.
–Soy una panteísta intuitiva.
–Para alguien que tiene esa conexión con la naturaleza, entiendo que el panteísmo te propone una explicación divina.
–De grande sentí que creía en Dios, aunque no tengo formación católica formal, y que eso me llegaba a través de la naturaleza. Cuando comencé a leer sobre el panteísmo, me sentí muy identificada. La espiritualidad va de la mano del autoconocimiento. Hubo una etapa de mi vida que me llevó a lo más hondo de mi misma, pero siempre confié en que el río tenía que correr y llevarse las aguas estancadas. De esos procesos emocionales salí con una percepción espiritual muy clara de mí misma, como ser humano que es parte de algo más grande.
–¿Trasladás tu espiritualidad a tus hijas?
–Sí, entendiendo que Dios está en la naturaleza.
El jueves 10 se estrenará Sandrini, el documental de Sandra Sandrini que podrá verse en el cine Gaumont y en la red de espacios INCAA distribuidos por el país. Carla Pantanali es la responsable de la banda sonora del film: “Tuve mucho tiempo para componer y revisar tantísimo material que me fue acercando a mi abuelo”. Tal es su formación, que hasta ejecuta el bandoneón en una de las composiciones inspiradas especialmente para la película.
–¿Cuál es el resultado de ese trabajo de composición?
–A medida que iba redescubriendo a mi abuelo, afloraban los momentos musicales.
Con su voz, la actriz y música también guía la narración de la película que se divide en tres partes: los comienzos, la obra y la persona, y los amores, capítulo que incluye a Chela Cordero, Tita Merello y Malvina Pastorino. El film, además, cuenta con los testimonios de Susana Giménez –quien hizo una muy breve participación en una de las películas de Sandrini–, Oscar Martínez –un gran admirador e imitador de Don Luis–, Osvaldo Miranda, Jorge Luz, Paula Félix Didier, Nelly Panizza y María Rosa Fugazot, entre otros nombres.
Tal fue, y es, la injerencia de Sandrini en nuestro espectáculo, que ha sido parte de Tango y Los tres berretines, las primeras películas sonoras argentinas: “Su estrellato fue tal que traccionaba a toda la industria del cine debido a lo taquilleras que eran sus películas”.
“De Abo, como le decíamos a mi abuelo, no tengo recuerdos, ya que tenía casi dos años cuando murió; pero sí me han contado el vínculo que él tenía con esa beba que era yo. Mi mamá me ha contado que él, que era nacido en San Pedro, pero de origen genovés, decía: ‘Esta nena es genovesa’, y también aseguraba que iba a ser actriz”. En cambio, sí trató a Abi, como llama a su abuela, la también recordada y querida actriz Malvina Pastorino, a quien pudo disfrutar hasta su adolescencia.
–No tenés recuerdos de tu abuelo, pero sos consciente de quién fue y su peso gravitante en el espectáculo argentino.
–Te puedo decir que ahora sí entiendo quién fue, algo que me llevó muchos años. El documental que dirigió mi madre me llevó a meterme de lleno en su obra. Mi abuelo tuvo una carrera de cincuenta años con más de setenta películas filmadas, por eso, el material de archivo que fuimos encontrando es impresionante.
Luis Sandrini conoció a Malvina Pastorino cuando compartieron el escenario de Cuando los duendes cazan perdices, él como cabeza de compañía y ella como la dama joven. Aquella pieza se presentó durante cinco años consecutivos en la sala del Astral porteño, siempre con localidades agotadas, “Luego de las funciones, mi abuelo llevaba a mi abuela hasta su casa en Flores y los vecinos, enterados de su presencia, se amontonaban en la puerta para saludarlo. Una vez, después de muchas noches de llevarla, le dijo que, como vivía muy lejos, era mejor que se casaran para irse a vivir juntos; pero tuvo que pedirle la mano a la madre de mi abuela, en esa misma casa de Flores”. Antes, el actor había conformado una sonada pareja con Tita Merello.
–Tu abuela Malvina, ¿hablaba de Tita Merello?
–No, por eso el encuentro épico que tuvieron en el programa de Susana Giménez fue maravilloso.
–Uno de los grandes momentos de nuestra televisión.
–Cuando sucedió, yo tenía 16 años, y no entendía muy bien la envergadura del hecho, porque en casa no se hablaba sobre eso. Recuerdo que mi abuela estuvo muy aplomada en esa entrevista, tomaba y respondía, y así se produjo esa comunión hermosa entre esas dos mujeres.
–Tita nunca pudo superar la ruptura con tu abuelo.
–Tenía la presencia de él instalada, esa relación quedó tan marcada en el imaginario popular, eran dos megaestrellas que se terminaron separando sin tener hijos. Mi abuelo, después, forma su familia con mi abuela, que fue otra gran estrella de nuestro espectáculo.
–¿Cómo era tu abuela?
–Los sábados me hacía sopa de verduras y morrones asados, porque sabía que me encantaban. Era dulce, cálida y hermosa. Mantuvo siempre su coquetería.
A pesar de haber sido muy pequeña, se acuerda del caserón de Martínez donde vivía el matrimonio: “Tengo muy presente la casita de madera que mi abuelo, que era muy buen carpintero, les había construido a mi mamá y mi tía Malvina. Nos metíamos a pintar allí dentro”.
–Luego se mudaron.
–En su última casa, había un altillo de, por lo menos, cincuenta metros cuadrados, donde estaban los objetos de mi abuelo. Allí te podías encontrar con los premios y hasta con los libretos de Felipe, corregidos por mi abuelo.
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