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En las entrañas del Impenetrable.
Avanza el desmonte, las familias no encuentran trabajo y los niños miran con “carita de hambre”
Por Micaela Urdinez
Lo que más le gusta en el mundo es andar en bici. Todavía conserva una blanca y fucsia que le donaron hace tres años y a la que le falta una cubierta. Se sube y pedalea a más no poder. Sonríe. Tiene 11 años y apenas habla. Dice mamá y papá. Para lo demás, se hace entender con caras, gestos y ruidos. Sus brazos y piernas son como escarbadientes, consecuencia de una desnutrición que arrastra desde siempre. Elián Montes es uno de los tantos niños que viven en las entrañas del Impenetrable chaqueño, en la zona de Nueva Pompeya, expuesto a todo. En este bosque de espinas la existencia entera está en riesgo. Porque nada está asegurado: ni el plato de comida, ni aprender el abecedario, ni la atención de un médico. Hasta los dos años, Elián estaba sano. Una mañana tuvo una convulsión que marcó el resto de su vida. “Había llovido y la ambulancia no pasaba”, cuenta Yosen, su mamá. Recién al otro día a la tarde lo pudieron sacar para llevarlo al hospital. Nunca volvió a ser el mismo.

La ayuda que nunca llegó
Son los más olvidados. A los que una picadura de víbora les puede significar la muerte. Los que suelen quedar aislados durante semanas si las calles se inundan. Los que todavía no tienen agua potable ni luz eléctrica. Este abandono no es nuevo. Hace décadas que las familias le piden ayuda a gritos a un Estado sordo. "Exterminio silencioso, progresivo, sistemático e inexorable”, fueron las palabras que usó en 2007 el entonces defensor del Pueblo de la Nación Eduardo Mondino para definir el contexto en el que vivían comunidades originarias de los departamentos de San Martín y Güemes, ambos en Chaco. Esa situación llevó a Mondino a presentar una medida cautelar, que sigue vigente hasta hoy, para que el Estado nacional y el Gobierno chaqueño garanticen asistencia social y sanitaria. Si bien se realizan operativos de asistencia, solo funcionan como parches. Las últimas cifras del Indec, del primer semestre del 2023, ubican a la región del Noreste (NEA) como la que concentra mayor porcentaje de pobreza de todo el país: 42%, dos puntos porcentuales por arriba del promedio nacional. Otro indicador preocupante es el de mortalidad infantil: Chaco se ubica entre las cinco provincias con peor índice, con 10 defunciones de menores de un año cada 1000 nacimientos. No existen estadísticas específicas del Impenetrable, pero muchos especialistas coinciden en que en el monte, estos números solo pueden empeorar. En septiembre del año pasado, Jorge Capitanich perdió la provincia a manos de Leandro Zdero, el candidato de Juntos por el Cambio, poniendo fin a 16 años de gobiernos peronistas ininterrumpidos. Algunos tienen esperanza en la nueva gestión, otros ya se resignaron a la indiferencia.


“No llega comida desde octubre”
El hambre se instaló en esta zona desde que en octubre pasado la mercadería que envía el estado provincial y nacional dejó de llegar a los comedores escolares. “Todos los directores están desesperados. Me mandan audios para pedirme alimentos porque no tienen para darle de comer a los chicos”, cuenta Jerónimo Chemes, fundador de La Chata Solidaria, una organización que ofrece asistencia integral a las comunidades del Impenetrable: va casa por casa a los lugares a los que nadie accede. Los últimos meses del año las escuelas hicieron malabares para poder servir apenas un desayuno con mate cocido y pan o tortas fritas. Muchos chicos dejaron de ir o empezaron a faltar más seguido. Los que quedaron, apenas podían prestar atención. “Los chicos muchas veces vienen por un plato de comida. Llegan sin desayunar y a las 11 ya nos dicen que tienen hambre. No tienen energía para nada y no prestan atención”, confiesa Tatiana Conteras, directora de la EEP N°845 Maestro Jorge Boronat, del Paraje Rosillo, en la localidad de Taco Pozo. Y agrega: “Desde la primera semana de octubre que no nos bajan la plata ni la carne. Con lo que teníamos, llegamos hasta mitad de octubre. Luego ya no les pudimos dar el almuerzo”. Esa era quizás su única comida asegurada del día.
En la EEP N°912 Juan A. Vizgarra, del Paraje Ojos de Agua, los alumnos fueron comiendo todo lo que quedaba en la despensa. “Lo que nos quedaba lo estiramos todo lo que pudimos”, explica Raul Orellano, el director. No es la primera vez que la mercadería no llega a las escuelas, la primera institución en la línea de batalla contra el hambre y las muertes por desnutrición. “La gestión anterior suspendió el servicio de comedor por una decisión política. Eso está pasando hace varios meses, y los chicos dejan de comer. Bajan dramáticamente de peso porque en la casa no suplen lo que comían en el colegio. No puede ser que lo más esencial, que es la comida, sea el principal debe”, dice Chemes. Adriana Cragnolini es supervisora técnica escolar de la zona II de Miraflores y tiene a cargo 22 escuelas rurales en la zona. Conoce bien el instinto de supervivencia que tienen que desarrollar los directores y docentes de estos lugares, porque ella ya pasó por todos esos desafíos: el no tener agua, el no tener para darle de comer a los alumnos, el que se te rompa algo y nadie venga a arreglarlo. “Tenés los chicos del turno mañana que te miran con carita de hambre. Y no sabés si la noche anterior consumieron algo. Nos cuesta que arranquen, que atiendan, que hablen. Y ahí vos empezás a entender un montón de cosas de por qué les cuesta leer o contestar”, dice Cragnolini. De las escuelas que ella supervisa, durante las últimas semanas del año muchas dejaron de dar el servicio de comedor y las que siguieron fue porque tienen padrinos que les donan mercadería. “El problema es que vamos a empezar el año con una deuda de tres meses porque no creo que les hayan pagado octubre”, agrega. En ese sentido, el panorama no es alentador para la reapertura de clases: ¿tendrán fondos o mercadería para recibir a los niños y adolescentes en esas primeras semanas de clases?quiso entrevistar a Carina Botteri, recién asumida ministra de Desarrollo Humano provincial, pero la funcionaria prefirió no dar definiciones.


50 grados y sin agua
Es de los lugares más hostiles para vivir: un bosque nativo de más de 40.000 kilómetros cuadrados que comprende gran parte de la provincia de Chaco y parte de Formosa, Salta y Santiago del Estero. Durante el verano, las temperaturas llegan hasta los 50 grados y las tarántulas se pavonean por las calles. Es principio de diciembre: hace calor, un calor agobiante. A falta de agua, se aprende a vivir con la garganta seca. Llegar a las comunidades que habitan en el interior profundo del Impenetrable es lo más difícil. Salir también. Hay que ir esquivando vacas y caballos en el camino. Los lugareños se mueven caminando, en bici o en moto. Si bien las calles principales son amplias y están bien mantenidas, cuando llueve el barro las hace intransitables. Quienes están cerca de la localidad de Miraflores y se ubican sobre las grandes arterias, como la ruta provincial 9, están mejor comunicados, reciben más ayuda y son los que tuvieron acceso al Plan Belgrano, que los proveyó de aljibes y un pequeño tinglado. Quienes viven más al norte, desparramados en ranchos a los que solo se accede por pequeñas venas de tierra, son los más vulnerables. No les llega nada. Es lo que se denomina el “Impenetrable profundo” y abarca la zona de Comandancia Frías, Sauzalito y Nueva Esperanza. Esa es tierra de nadie.

Los ranchos que nadie censó
El censo del 2022 no pasó por los ranchos del Impenetrable. “Acá no vino nadie”, repiten. Por eso es imposible determinar cuántas personas viven exactamente acá ni con qué urgencias. “En los parajes en los que nosotros atendemos, el personal del censo fue a la salita y les preguntaron a los agentes sanitarios cuánta gente vivía cerca. Ellos tienen un listado, pero no es exacto. Al no ver las casas, no figuran las condiciones reales en las que viven las familias”, expone Chemes, de La Chata Solidaria. “Yo creo que el número de personas en todo el Impenetrable, que ocupa casi la mitad de la provincia de Chaco, debe ser de alrededor de las 60.000 o 70.000 personas, pero nunca lo vamos a saber”, arriesga Jerónimo. Ellos respiran igual. Y tienen hambre. Y tienen sed. Y quieren aprender. Y quieren trabajar. La manera de encontrar a las familias es estar atentos a las bolsas, gomas de autos o telas colgadas en los árboles de las calles principales: eso quiere decir, que allá adentro, detrás de todos esos árboles de espinas, hay un ranchito. Si hay perros, hay gente: esa es la ley. “Hay mejoras que son fácilmente visibles, como las que impulsó el Plan Belgrano, que tiene varios programas. La parte de los aljibes domiciliarios funciona. En un corredor se hicieron bien y están funcionando. Pero no están en todos los lugares en los que deberían estar. Lo de las pantallas solares sigue siendo una deuda muy importante”, señala Chemes. Un gran avance en términos de infraestructura en el territorio chaqueño fue la inauguración, en agosto pasado, de la segunda etapa del acueducto, que ya provee de agua a 5.000 conexiones domiciliarias en las localidades de Nueva Pompeya, Wichí, El Sauzal y Fuerte Esperanza. “Después de ahí, no hay más agua”, agrega Chemes.


“Queremos trabajo, pero no hay”
A Gonzalo Paz todavía no le llegó el agua. Vive en el Paraje Las Carpas, junto a varias comunidades Wichí. El nombre no puede ser más literal: las casas consisten en palos de madera con nylon, similares a unas carpas cuadradas. Él construyó la suya, en la que vive con su mujer Mirta. Hoy está de visita su sobrino Gustavo, de 11 años, que tiene puesta una remera de fútbol. Le cuesta entablar una conversación. Me mira, me escucha y no me contesta. Su tío toma la palabra: “Nosotros queremos trabajar, pero no hay trabajo. Yo cobro una pensión pero no alcanza para nada, solo para yerba y harina”. Solo cuentan con una pantalla solar para tener algunos pocos focos de luz y el agua la juntan cuando llueve, en un aljibe. Mirta hace artesanías en yica que intercambia por mercadería en Las Hacheras. -¿Qué es lo que más necesitan? -Mercadería –contestan en eco.
Todas las familias piden lo más básico: alimentos. Pasan sus días tambaleándose en un estado de emergencia constante. “Necesitamos harina, fideos, cebolla, lo que sea para comer”, suplica Manuel Caciano en el patio de su casa, en el paraje Techat, rodeado de seis de sus 10 hijos. “Hay veces que no tenemos nada, ni grasa. Esta es una piel de iguana, ¿la conoce? Esa la comemos. La cazo en el monte. La cocino en la olla que es más rico”, agrega. Antes trabajaba haciendo pozos o changas pero ahora ya casi no existe el trabajo rural, se están apagando los hornos de carbón ni rinde ser ladrillero. “Ya nadie está haciendo carbón ni tiene chivitos ni hacen ladrillos y todos van a cortar postes porque es negocio”, explica Chemes.

La pérdida de monte agrava el hambre
La sequía es dramática y es otra arista más dentro de la batalla contra el hambre. No hay agua para tomar ni para darle a los animales ni para sembrar. Los colibríes se meten en el baño de la escuela EEP N°366, del Paraje La China, para tomar agua sucia del inodoro. Los perros se pelean por unas gotas que quedaron en un vaso roto. Las personas dependen de las municipalidades que llevan agua o de una lluvia esquiva que no les permite cargar sus aljibes. El desmonte también tiene consecuencias irreversibles en el día a día de estas familias. Menos bosque es menos lluvia, menos alimentos y menos medios de subsistencia. Eso hace que muchas se muden a los pueblos cercanos para poder sobrevivir. “Yo siempre digo que la pobreza estructural surgió ahí, cuando la familia tuvo que dejar su tierra y su trabajo. Y después tienen que arrancar de cero en un nuevo lugar, dónde los saberes de las familias del monte no les alcanzan para trabajar por su propia cuenta”, dice Juano Chalbaud, director general de la organización civil Monte Adentro, que trabaja en pos del desarrollo integral comunitario de parajes rurales en la zona. El contraste es elocuente. Kilómetros de monte chaqueño, uno de los pulmones de América del Sur, se cortan abruptamente para dar lugar a largas extensiones similares a canchas de fútbol. No se entiende cómo ahí, en medio de árboles de cientos de años, puedan existir explotaciones agrícolas o ganaderas. “Es vergonzoso el ritmo de deforestación que le están metiendo. Nosotros vemos cómo salen los camiones con troncos y en general pertenecen a personas muy poderosas o a políticos, que nunca van a estar a su nombre. Sobre la ruta 16 ves los aserraderos que tienen los troncos que supuestamente están prohibidos. Los campos están pelados. Cortan para que ese bosque no se regenere y pueda crecer un cultivo que resista el calor”, cuenta Chemes. La Ley Nacional de Bosques no se cumple. Las máquinas topadoras trabajan día y noche. Los camiones con tronco de madera virgen entran y salen sin parar, destruyendo caminos con su sobrepeso. “El desmonte está en un nivel vertiginoso. Este año ya tuvimos más de 40.000 hectáreas que se han tumbado. Son dos ciudades de Buenos Aires, son más de 30.000 árboles por día. Y eso no perjudica sólo a las familias que viven en este gran bosque chaqueño sino a toda la sociedad”, explica Chalbaud. Para estas familias, perder el monte es perder oportunidades de vida y de desarrollo. Les quitan un recurso esencial y los dejan con un desierto. Anoche llovieron, mágicamente, 110 milímetros. Todos celebran ese respiro para la naturaleza pero sufren sus consecuencias. Los caminos abovedados del Impenetrable se ríen de los que quieren pasarlos en moto o en camionetas que no son 4x4. Hay camiones desbarrancados en las zanjas. Las personas se quedan aisladas en sus casas, esperando a que seque, a que algún día el Estado los vea y se decida a llevar el asfalto, el agua potable, la luz, la salud y el trabajo a esta tierra abandonada. A que alguien, finalmente, apueste por su presente y por su futuro.
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