Por una Justicia que merezca ese nombre

Héctor M. Guyot
Raro, el juez Ramos Padilla. Acompañó con su adhesión el latrocinio consumado por el gobierno kirchnerista y ahora se revela como un sabueso que no para de encontrar pruebas que incriminarían al fiscal Stornelli. Y no solo eso: todavía le quedan energías como para cantarlas a los cuatro vientos. Raro, cómo el juez pasó de la inacción a la actividad más frenética. Ese contraste solo puede explicarse con una palabra: militancia. Al menos hay que reconocerle la coherencia. Hubiera sido ingenuo esperar otra cosa de un integrante de Justicia Legítima, una agrupación judicial nacida al calor de los sueños hegemónicos de Cristina Kirchner, que incluían la extinción, entre otras cosas, de la Justicia. La expresidenta no logró su objetivo, pero la tropa de magistrados y fiscales que se sumó incondicionalmente a sus huestes hizo mucho, y lo sigue haciendo, para liquidar un bien escaso e imprescindible, sobre todo si hablamos de jueces: la imparcialidad.
Como sea, lo están haciendo otra vez. Tratan de tapar con la mano la luz del sol. La mano no alcanza para apagar semejante fuego, claro, pero con el dedo se puede señalar hacia otro lado para distraer las miradas. Distraídos siempre sobran y en eso están, a falta de un recurso mejor. Y se esfuerzan. Lo primero es el trabajo en equipo. De los de adentro y los de afuera, en perfecta coordinación. Si el juez declara en rebeldía a Stornelli, allá van los diputados kirchneristas a reclamar el desafuero del fiscal. De nuevo, nada que sorprenda, porque lo que está en juego es mucho, empezando por la libertad de la expresidenta y sus hijos. Lo que por momentos sorprende es que lo están haciendo con alguna ayuda -en algunos casos torpe, en otros cínica- de las instituciones. Los kirchneristas saben aprovecharse de ellas, así como de cuanto micrófono se les ofrece para aportar a la confusión. Nada nuevo.
En la confusión todo se mezcla, la capacidad de discriminar y la perspectiva se esfuman, y es allí donde la impunidad tiene mayores posibilidades de prevalecer. En este affaire que puso a rodar el falso abogado D'Alessio, hay que decirlo, todo es confusión. Si hubiera que atenerse a la declaración que prestó en el juzgado de Ramos Padilla, uno estaría tentado a no creerle ni el nombre. En ella, el oscuro y supuesto extorsionado Etchebest pasa sin solución de continuidad a ser parte de un complot o una trampa que tendría por víctima al declarante, o acaso también al fiscal de la causa de los cuadernos, siempre según el balbuceo inarticulado del falso abogado. Todo puede ser y nada es seguro en ese submundo de espías y agentes dobles del que el mismo D'Alessio es una penosa expresión. Es allí, en esa ciénaga en la que por las buenas y las malas se intercambian favores, dinero e impunidad, donde el kirchnerismo necesita instalar al fiscal Stornelli, con el fin de demostrar que corruptos somos todos y así esmerilar la causa de los cuadernos.
Por momentos, parte de la Justicia argentina sigue actuando como si aquí no hubiera pasado nada. Y pasaron los cuadernos. Es decir, la mafia quedó al descubierto. Y así quedó a la vista de todos, también, que el saqueo sistemático de los años kirchneristas fue posible porque la institución encargada de impedirlo se ocupaba en cambio -con excepciones, por supuesto- de bendecir con una manto de impunidad a los corruptos. Con una Justicia que merezca ese nombre, todo lo que se describe en los cuadernos no habría ocurrido. La corrupción, en ese caso, habría sido la anomalía y no la norma consolidada por un sistema edificado sobre la inacción de los jueces.
En medio de este escenario, el discurso con el que el presidente de la Corte Suprema inauguró el año judicial fue un soplo de aire fresco. Al poner el eje en la falta de credibilidad de la Justicia, hizo tanto una autocrítica como un llamado a esos valores olvidados sin los cuales los jueces traicionan su razón de ser. "La desconfianza creciente de nuestros ciudadanos ha nacido en parte porque se empieza a generalizar la sospecha de que servimos a intereses diferentes al derecho -dijo-. Los jueces debemos demostrar que somos refractarios a todo interés personal, ideológico, político y de cualquier otra naturaleza que no sea el interés de realizar el imperio del derecho. Suena crudo, pero es así". Según se supo, estas palabras molestaron a altos magistrados presentes. Al contrario, deberían haberle agradecido a Rosenkrantz la delicadeza de no mencionar, entre las debilidades de los malos jueces, el interés económico, del que tenemos acabados ejemplos.
Si todos los jueces, Ramos Padilla incluido, siguieran el programa que propuso el presidente de la Corte, el país estaría salvado.
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