martes, 14 de febrero de 2023

OLEADA MASIVA DE JÓVENES RUSOS


A FONDO
Boom de rusos.No sólo embarazadas: Buenos Aires se llenó también de emprendedores techies que huyen de Putin
Texto de Nicolás Cassese @nicassese
Un standupero de camisa floreada lanza reflexiones sobre sus relaciones tortuosas con su madre, las mujeres y el psicólogo. La sala del Chacarerean Teatre, en Palermo viejo, está repleta de hipsters que le celebran los chistes. Una familia joven -mamá, papá y tres hijos- combate el tedio de la siesta en su amplio departamento de Barrio Norte. Las valijas en el living marcan que aún no terminaron de instalarse. El celular en manos de la mayor mientras sus padres trabajan remoto desde la mesa del comedor es una concesión al verano sin clases. Cuatro YouTubers montan su estudio en una mesa de DOC, una tienda de café canchera de Villa Crespo. Entrevistan al dueño del local e interactúan con su audiencia, que se comunica por redes sociales. Las tres escenas son postales típicas porteñas, salvo por un detalle: todos los personajes son rusos. Última oleada
Si hace un par de años fueron los jóvenes venezolanos que se escapaban de la crisis y se hicieron visibles en la ciudad detrás de un Uber, o los amables estudiantes colombianos empleados como mozos en Starbucks, hoy la novedad son los rusos que abandonan un país en guerra y bajo la amenaza autoritaria de su líder, Vladimir Putin. Lo llamativo de esta última oleada inmigratoria es lo masiva -no hay números oficiales, pero la embajada rusa en Buenos Aires calculó que hubo unas 2500 radicaciones en 2022 y que este año podrían ser 10.000- y lo repentina que es. Cuando la fiebre mundialista permitió mirar algo más que una pelota, los porteños nos encontramos con nuevos vecinos: parejas jóvenes de facciones caucásicas con mujeres en muchos casos embarazadas, que hablaban en un idioma gutural e ininteligible. Además de sorprender, su llegada dispara la pregunta inevitable. ¿Por qué la Argentina? ¿Cuál es la razón para elegir un país azotado por una inflación que merodea el 100% y con kafkianas restricciones para ingresar divisas? ¿Será que nuestra vida de porteños es más apetecible de lo que los piquetes recurrentes nos dejan apreciar? Hay algo en el ADN local que sigue convocando extranjeros. Como si su mito fundacional de ciudad de inmigrantes -en 1895, un cuarto de la población argentina había nacido en el exterior y Buenos Aires era el principal puerto de ingreso- se replicara hoy en el atractivo que representa para los expulsados del mundo y en la buena disposición con la que, dicen ellos mismos, son recibidos. Acaso dos caras del mismo fenómeno. La otra incógnita es la naturaleza de su elección. Muchas de las rusas llegan embarazadas a tener a sus hijos en Buenos Aires. La semana pasada seis de ellas fueron demoradas en su ingreso por las autoridades de Migraciones, que comenzaron a controlar el flujo y denunciaron la existencia de una supuesta organización mafiosa. Una de las razones por las que las rusas vienen a parir a la Argentina es que, a diferencia de otros países, la Argentina otorga ciudadanía a quienes nacen en el territorio. Esto facilita los trámites del resto de la familia para obtener el pasaporte argentino, un bien preciado a la hora de viajar a otros países. La pregunta entonces es si sus planes son quedarse apenas lo suficiente para lograr el pasaporte y luego volver a emigrar, o si piensan en Buenos Aires como destino a largo plazo.
Muchas cosas son delito en la tierra de Putin, incluyendo el humor de Idrak Mirzalizade, el standupero que llenó el Chacarerean Teatre de rusos. Fue acusado de “incitar la violencia interétnica” por uno de sus chistes, lo encarcelaron y lo expulsaron de Rusia. Su show fue parte de una gira -después de Buenos Aires se presentó en Barcelona- y vive en Varsovia, la capital de Polonia, pero está analizando instalarse acá. “Me gusta la libertad que se respira en Buenos Aires”, dice. “La gente acá sonríe mucho”, dice Anna Scoop a la salida del show de standup en su idioma. Esa buena disposición con la que son recibidos, dicen los rusos, es una de las razones por las que vinieron a Buenos Aires. La descripción abarca cuestiones legales y también el trato de la gente. Las puertas abiertas de la Argentina -siempre en comparación con otros países y cuando los que vienen son blancos y europeos- son muy apreciadas. En especial por las restricciones burocráticas y sociales que los rusos enfrentan en Europa. Algo muy diferente a lo que pasa con los ucranianos, que sí son, por ahora, bien acogidos. Anna tiene 28 años y risa fácil. Hace tiempo que estaba incómoda en Rusia y la guerra terminó de empujarla. “Me di cuenta de que iba a durar mucho tiempo y que las consecuencias serían desastrosas”, explica. Primero emigró a Polonia, pero pronto se dio cuenta de que no era un buen lugar para los rusos. Habló con un amigo que ya estaba en la Argentina, investigó un poco -hay una página de Internet que compara precios de diferentes ciudades y Buenos Aires figura entre las más económicas- y se vino.
IDRAK MIRZALIZADE. Un standupero expulsado de Rusia dio un show en ruso en un teatro de Palermo y llenó la sala de exiliados recientes.
“Protestar”, eso, se ríe, es lo que hacen los rusos en Buenos Aires. Es un chiste, pero no tanto, la disidencia está penalizada en su país, así que aprovechan que acá no existe ese problema para manifestarse frente a la embajada rusa. En Buenos Aires trabaja cuidando al niño de una madre rusa que hace varios años vive en la Argentina y enseña inglés en forma remota. La mayoría de sus alumnos viven en Rusia. Como casi todos los rusos que trabajan online, utiliza plataformas tecnológicas -PayPal, Western Union, criptomonedas y otras- para salvar las barreras al ingreso de capitales impuestas por el gobierno argentino. El resto del público del show de standup tiene un perfil similar. Remeras con inscripciones de cultura pop, bermudas, zapatillas con medias, gorras: visten el uniforme de los jóvenes urbanos en todo el mundo. La particularidad de estos treintañeros es que muchos son padres de niños recién nacidos. También coinciden en sus oficios: son entrepreneurs tecnológicos, animadores de 3D, diseñadores digitales y profesiones afines. Yana es psicóloga y trabaja con pacientes de manera remota. Vino al show con su novia, también rusa, y agradece la libertad con la que puede vivir su relación en Buenos Aires. “En Rusia la homosexualidad es ilegal”, enfatiza.
La inmigración es un fenómeno de redes. Ciudadanos de una zona que expulsa gente por problemas políticos o económicos se instalan en un lugar y le avisan a sus conocidos que fueron bien recibidos y prosperan. Estos los imitan en el exilio y el proceso se vuelve exponencial. Eso pasó con los rusos y Alexandra Petrachkova se siente, en parte, responsable del fenómeno. Es una politóloga rusa que reside en Buenos Aires desde hace 15 años con su marido y seis hijos. Son muy activos en redes sociales y hablan sobre las bondades del país. “Soy una embajadora de la Argentina entre la comunidad rusa”, bromea. Igual, aclara, los beneficios son mutuos. “Los argentinos tienen la suerte de recibir a los rusos. Son gente de clase media alta, que viene con ahorros e invierte en el país”, explica. La emigración de trabajadores de industrias creativas y digitales -conectados con el mundo y dueños de saberes muy exportables- es un problema que viene azotando a Rusia desde el inicio de la guerra. Algunos señalan que ya en el primer mes del conflicto se fueron entre 50.000 y 70.000 de esos perfiles. La revista New Scientist calculó que para junio del año pasado, el 25% de los desarrolladores rusos que utilizan la plataforma GitHub, una de las más populares, habían cambiado su locación o eliminado su perfil. El éxodo se aceleró a partir de septiembre de 2022, cuando el gobierno de Putin activó un proceso de movilización para cubrir los huecos de sus Fuerzas Armadas y muchos hombres entendieron que podían terminar combatiendo en Ucrania. La guerra, que consideran injusta, el temor de que los recluten y lo opresiva que se ha vuelto la vida en Rusia son los motivos para irse de su país que esgrimen los cuatro youtubers que transmiten desde un bar en Villa Crespo. “Amo a Rusia y a Siberia, donde vivía, pero esta no es nuestra guerra”, indica Anna Hahanova. Tiene 33 años y es profesora de español online para rusos. Está hace ocho meses en Buenos Aires, y no le gusta la inflación y la inseguridad, pero sí la calidez de los porteños.
STREAMERS. Vitali Biriukov, Andrei Anastasiadi, Anna Hahanova y Denis Eliseev llegaron a Buenos Aires en el último año y entrevistaron al dueño de un café para su canal de YouTube.
Denis Eliseev es un abogado especializado en derechos humanos y su activismo contra Putin y la guerra le impide volver a Rusia, donde podría ser encarcelado. En su país está prohibido incluso usar la palabra “guerra”. Las autoridades exigen que se utilice el eufemismo “operación especial”. El equipo de youtubers se completa Vitali Biriukov, entrenador de triatlones, y Andrei Anastasiadi, productor de contenidos, y no podría ser más diverso, incluso en su vestimenta. El exilio porteño fue lo que los unió. “Estamos armando una comunidad”, dice Andrei. Sus redes muestran una vida social muy activa. Fascinados, suben paisajes de la ribera norte y de sus encuentros runners los sábados por la mañana, en la Costanera sur. Los festejos del Mundial los atravesaron recién aterrizados y se los nota felices, abrazando la euforia de sus nuevos vecinos. Una característica llamativa de los rusos que llegan a Buenos Aires es que muchos tienen hijos a edades tempranas y varios, familias numerosas. Vitali, por ejemplo, tiene seis hijos. El más grande cumplió 16 años y el menor, que nació en la Argentina, cuatro meses. La adaptación fue difícil para el mayor, pero ahora está mejor. Hacen deporte y colonia de verano en el club Ferro.
“No queríamos irnos de Rusia”, admite Anastasia Pogozheva, una rusa de 37 años que llegó hace un par de meses a Buenos Aires. Luego la siguieron su marido, Alex, y sus tres hijos, de cuatro meses y nueve y cinco años. “Pero somos unos privilegiados que pudimos elegir, la mayoría de los rusos no pueden hacerlo”, completa Alex. El periplo que atravesaron para llegar no fue fácil. Primero emigraron a Turquía, pero no estaban cómodos y a los dos meses se fueron. Decidieron probar en Buenos Aires y primero viajó Anastasia, que estaba embarazada. Dos días antes del parto, llegó Alex. Sus dos hijas quedaron con familiares y, al mes, Anastasia viajó a Rusia para traerlas. Alquilaron un departamento amplio sobre la calle Agüero, en Barrio Norte, se emocionaron con el triunfo de la selección argentina, hicieron picnics en los bosques de Palermo, conocieron Temaiken y el Puerto de Frutos, en Tigre, y ahora aguardan las respuestas de los colegios bilingües en los que anotaron a sus hijas. “Es un buen lugar para criar chicos. La gente les sonríe en la calle y son bienvenidos en restaurantes y museos”, dice Anastasia sobre Buenos Aires.
FAMILIA Anastasia Pogozheva y Alex Pogozhev trabajan remoto para la industria digital y se instalaron en Buenos Aires con sus tres hijos.
Ella y su marido trabajan en la industria tecnológica. Alex es empleado del área de finanzas de Yandex, el Google ruso. Madruga para estar conectado a las 4 de la mañana y termina a las 14. Es la manera de coincidir con las horas laborables de Moscú. Anastasia tiene una startup de educación en línea que emplea a 35 personas. La mitad de ellos se fue de Rusia en los últimos tiempos. Además, está arrancando con un nuevo emprendimiento digital: una plataforma de comunicación, amistades y networking. “Con tres hijos y una startup igual le sobra tiempo”, se ríe Alex.
Como le pasa a la mayoría de los que huyen de un país, en el tono de Alex y Anastasia cada tanto se cruza un dejo de tristeza, un atisbo de añoranza que irrumpe en medio del ímpetu con que gestionan los desafíos diarios que implica el desarraigo. “Acá estaremos seguro un año”, dice Alex antes de admitir que su salida de Rusia les enseñó que lo mejor es no planear demasiado. Todo puede cambiar.

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