miércoles, 16 de enero de 2019

LOS CUADERNOS DE FEDERICO,

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“Sifilización y barbarie II”, por Federico Andahazi
Ayer contamos cómo en el continente americano, en época de la Conquista, se desplegó una guerra biológica que masacró a la población nativa. En muchos casos, los europeos no tuvieron necesidad de utilizar armas convencionales, porque llevaron en sus propios cuerpos, en sus fluidos vitales la más letal de las armas: la sífilis.
La inexistencia de estas cepas en el Nuevo Mundo hizo que la enfermedad se presentara entre los habitantes originarios con enorme virulencia; el sistema inmunológico de los aborígenes no contaba con defensas frente a las nuevas bacterias.
Los españoles, en cambio, llevaban miles de años conviviendo con la sífilis y la viruela; conforme los gérmenes fueron mutando, el sistema inmune de los europeos se fue adecuando, lo cual los hacía más resistentes.
Desde el mismo momento del arribo de la primera carabela, el treponema y la viruela hicieron estragos en toda América. Rápidamente y a medida que los conquistadores se iban adentrando en el continente, dejaban tras de sí poblados que caían víctimas de la peste.
Desde el Caribe hasta el Río de la Plata, pasando por Mesoamérica y el Altiplano, las bacterias atacaban sin piedad a los nativos. Los taínos, que habitaban el extenso archipiélago caribeño, fueron los primeros en tomar contacto con los españoles.
En 1492, el año de la llegada de Colón, en Haití, Santo Domingo, Cuba, Jamaica y las demás islas se estima que vivían, al menos, dos millones de habitantes. Diez años más tarde sólo quedaban cincuenta mil. La mayor parte había sido víctima de la sífilis, la viruela y la gripe porcina. Los nuevos gérmenes diezmaron también a los mayas, los aztecas y los incas.
Las pestes se extendieron hasta el Altiplano, matando al jefe inca, Huayna Capac, facilitándose así la conquista del Perú a manos de Francisco Pizarro. Hasta que, finalmente, la sífilis llegó al Río de la Plata.
Los vencedores, no conformes con la masacre que habían llevado a cabo, culparon a los vencidos de las peores calamidades. Pretendieron que la sífilis era oriunda de América y se introdujo en Europa a partir del descubrimiento. Decían que los responsables de las pestes eran, quiénes si no, los aborígenes del Nuevo Mundo.
En 1553 Rodrigo Ruiz escribió un libro titulado “Tratado del mal serpentino que vino de la Isla Española”. Gonzalo Fernández de Oviedo reforzó aquella teoría y varias obras posteriores terminaron de asentar tal doctrina:
“Muchas veces, en Italia me reía oyendo a los italianos decir el mal francés, y a los franceses llamarle el mal de Nápoles; y en la verdad, los unos y los otros le acertaran el nombre si le dijeran el mal de las Indias.”
Para Fernández de Oviedo, los culpables de trasmitir la peste a los inocentes conquistadores habían sido los originarios americanos. Por si cabía alguna duda, explicaba que la causa de la enfermedad había que encontrarla en «tantas idolatrías e diabólicos sacrificios y ritos, que en reverencia de Satanás y donde tan nefandos crímenes y pecados se ejercitaban».
Pero resulta elocuente que el fundador de Buenos Aires, Pedro de Mendoza, trajera de España, en su propia humanidad, la prueba del origen de la peste. Para decirlo claramente: el fundador de Santa María de los Buenos Ayres, Don Pedro de Mendoza, fue el primer sifilítico que pisó las orillas del Plata.
¿Quién asegura semejante cosa? El propio adelantado escribió: “Me voy con seis o siete llagas en el cuerpo, cuatro en la cabeza y otra en la mano que no me deja escribir ni aún firmar (…) Y si Dios os diera alguna joya o alguna piedra no dejéis de enviármela porque tenga algún remedio de mis trabajos y mis llagas.”
Uno de los nombres de la sífilis era «mal francés»; veamos qué decía Ulrico Schmidl, cronista que acompañó al adelantado del Río de la Plata: “Quedamos en esa localidad durante tres años. Pero nuestro capitán general tenía la malatía francesa, no podía mover pies ni manos y además había gastado en el viaje más de cuarenta mil duros. No quiso pues estar más tiempo con nosotros en esa tierra y decidió volver a España” y más adelante dice: “Más cuando nuestro capitán general don Pedro Mendoza había llegado a mitad de camino, Dios Todopoderoso le deparó una muerte miserable. ¡Dios sea con él clemente y misericordioso!”
Queda claro de qué enfermedad se trataba y demuestra que la sífilis entró en Buenos Aires con su propio fundador. Más aún, existe suficiente evidencia de que la llegada de Pedro de Mendoza al Nuevo Mundo estaba impulsada por su esperanza de encontrar el remedio a su mal.
Pedro de Mendoza no sólo no encontró el remedio para su mal, sino que lo introdujo y lo propagó entre los nativos a los que vino a civilizar o, para decirlo con propiedad, a «sifilizar».

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