domingo, 20 de enero de 2019

LO MEJOR DE 2018


Una de las mejores noticias del año pasado fue que se batieron todos los récords de trasplantes y de donación de órganos. Hubo 633 donantes y en agosto se superó todas las expectativas con 88 casos. Antes el 42% de los argentinos manifestaban que no querían ser donantes. Ese porcentaje ahora pasó solamente al 17%.
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¿Qué pasó? Es el resultado concreto de la aprobación de la ley 27.447 más conocida como “La ley Justina”. Eso fue el 4 de julio. ¿Se acuerda? Pocas veces se vio a la Cámara de Diputados inundada por la emoción y por la unanimidad.
Igual que en Senado, todos los legisladores votaron la ley que produjo un cambio histórico, porque instaló que todos los mayores de 18 años somos donantes de órganos salvo que se exprese lo contrario en vida. Esta fue una noticia luminosa, la mejor del año pasado. Hay más de 10.500 personas en la lista de espera de algún órgano para el trasplante. No se necesita más el consentimiento de la familia y eso es un avance inmenso.
Muchos diputados no pudieron contener sus lágrimas cuando Pablo Kosiner de Salta mostró la foto de su hijo Juan Pablo que murió a los 16 años porque el órgano que necesitaba no llegó. Había que ver a la familia de Justina Lo Cane en pleno, sus padres, sus hermanos, sus abuelos, abrazarse como quien se abraza con Justina.
Su madre, Paola confesó sus sentimientos más profundos: “Con esta ley transformamos el dolor en alegría. Por supuesto que nunca superaremos la angustia de su ausencia. Pero yo sé que ahora Justina me está abrazando y me dice: Mami, lo logré. Mamita querida, lo logramos”.
Es el final de una historia que conmovió a todos los argentinos. Justina estaba internada en la Fundación Favaloro. Estaba primera en la lista del Incucai porque necesitaba un corazón en forma urgente. Justina tenía la sonrisa y la mirada pícara de todas las nenas de 12 años.
Una cardiopatía congénita le complicó su vida y finalmente la llevó a la muerte. Se la descubrieron al año y medio y desde entonces la fueron piloteando con atención rigurosa y medicamentos adecuados. Pero su ventrículo lastimado dijo basta.
Por eso era tan urgente el trasplante. Ella manifestaba una fuerza y un coraje que apuntalaba a su familia. Tenía el corazón con agujeritos pero tenía un corazón así de grande. Solidario y bondadoso. Siempre me gusta decir que los únicos discapacitados que existen son aquellos que no tienen corazón.
Cuando Ezequiel Lo Cane, su padre, le explicó lo que estaba pasando Justina, no pensó en ella. Pensó en los demás. Con esa carita angelical que tenía lo miró y le dijo: “Papi, ayudemos a todos los que podamos”. Fue difícil para todos no llorar ante semejante entrega generosa.
“Papi, ayudemos a todos los que podamos”, se transformó en el combustible de una campaña extraordinaria para fomentar la donación de órganos. Se llamó “Multiplicar la vida por siete”. Es que cuando uno muere y dona sus órganos les puede prolongar la vida a siete personas. Y a veces a 9 o 10, porque hay tejidos que también pueden implantarse en otro ser humano y ayudarlo a que se aleje del abismo.
Justina recibía la visita de sus hermanos menores, de Ceferino de 9 y de Cipriano de 7. Y hablaban de las cosas de la vida, de los chicos. De música, del colegio, de las compañeras que le mandaban dibujitos. Uno que tenía pegado en su habitación era de corazones concéntricos y multicolores que repetían la esperanza como un rezo laico: “Multiplicar la vida por siete”. Ese objetivo fue el motor que movía todo. Mientras tanto, Justina esperaba el suyo.
Pero no llegó. Hoy Justina es una bandera de la donación. La mejor ley que pudimos conseguir lleva su nombre. Como si fuera un Cid Campeador, la tierna Justina ganó la batalla aún después de muerta.
Donar órganos es como sembrar mil esperanzas todos los días. Es la máxima solidaridad posible. Es la generosidad solidaria que se disemina en tierra fértil. Es una forma de procreación al alcance del ser humano por ser humano.
¿A cuántos hermanos podemos salvar? ¿Cuántos compatriotas pueden recibir semejante bendición? ¿Se lo preguntó alguna vez? ¿Hay otra forma superior de la entrega y el servicio hacia los demás?
Es ser solidario con nuestro propio cuerpo aún después de muerto. Dar hasta que duela como pedía la Madre Teresa. Es como arrebatarle un poco de vida a la muerte, como ganarle algunas batallas.
Muchas veces la gente tira para atrás por desconfianza. La comprendo pero no la justifico. Hemos sufrido tantos engaños y desilusiones desde las instituciones que todo nos despierta sospecha. Pero en el caso de la donación de órganos hay que confiar.
Nunca, jamás, se comprobó un solo caso en el que haya ocurrido algo poco claro o reñido con la ética. Hay tanta leyenda urbana producto de la ignorancia que vale la pena repetirlo una y mil veces. No se registran hechos de corrupción ni de malversación y mucho menos de tráfico vinculado al trasplante de órganos.
Esas historias inventadas nos hacen mucho mal como sociedad. A todos, porque todos podemos ser donantes y todos podemos necesitar que nos donen un órgano. Uno nunca sabe su destino. Nunca sabe de qué lado del trasplante puede estar. Es actuar en defensa propia.
Le recuerdo que la evaluación de los doctores del INCUCAI es muy rigurosa para confirmar la muerte. La ley exige que dos médicos, un terapista y un neurólogo firmen el acta de defunción. Y se hacen dos exámenes separados por seis horas.
Hacen falta más campañas de concientización hacia la sociedad y capacitación para los médicos. Le repito: en este momento hay más de 10.500 personas en lista de espera. No son números de una planilla. Son hijos, padres, hermanos, novios, amantes, soñadores, tan argentinos como cualquiera de nosotros y esperan en la lista y desesperan en la angustia. La medicina avanza a pasos agigantados y los trasplantes son cada vez más frecuentes y exitosos en la Argentina pero en este bendito país los donantes no alcanzan. Hemos mejorado pero todavía falta.
Los periodistas, los docentes, los religiosos, los políticos, los artistas, los deportistas y todos los que tenemos un micrófono, una tribuna o un púlpito desde donde difundir informaciones y pensamientos tenemos la responsabilidad social, la obligación moral de incitar a la esperanza, de fomentar la donación, de multiplicar la solidaridad de hacer una propaganda constante de los valores que nos hermanen más y nos hagan mejores personas y mejores argentinos. No hay otra.
Un nuevo país solo tendrá mejores cimientos con mejores ciudadanos. Hubo campañas de todos los colores. Una que decía: escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo y donar un órgano. Hay que iluminar la vida de los donantes con la posibilidad de dar a luz sin ser padre o madre. Dar a luz a otro ser humano sin parir pero dando vida. Suena maravilloso. Es una epopeya que salva la vida de nuestros semejantes. ¿Hay algo superior a eso?
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Donar órganos. Dar vida aún después de muertos es honrar la vida. Es multiplicarla por siete. Y Justina llevó esa bandera la victoria. Hoy es título de todos los diarios. Justina pudo concretar sus sueños, conseguir la máxima solidaridad posible.
A esta hora exactamente hay un donante en la calle. Eso que late en la patria no es otra cosa que nuestro corazón multiplicado. Combatiendo a la muerte, honramos la vida. Quién dijo que todo está perdido/ yo vengo a ofrecer mi corazón. Combatiendo a la muerte, honramos la vida. La gran Eladia nuestra que está en los cielos lo decía con toda luminosidad: Eso de durar y transcurrir,
no nos da derecho a presumir, porque no es lo mismo vivir, que honrar la vida…

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