jueves, 17 de enero de 2019

LOS LUGARES DE BORGES


Experiencia.
Un insólito paseo por la Buenos Aires de Borges


Ciudad Borges
La idea es sencilla y (esperemos que) más o menos original. Recordaremos la muerte de Borges y, antes del tsunami de notas evocativas, muchas de ellas imitando su estilo, estamos por salir con una gigantografía a hacer fotos en zonas de Buenos Aires centrales en su obra. Una elección arbitraria, como cualquier otra: más pintoresca que abarcadora, libre de rigor académico y catastral. Sitios a los que les dedicó poemas. Lugares transformados por el tiempo, como aquella cartelera de Constitución que, a partir de una nueva publicidad de cigarrillos, le hace sentir a Borges –en El Aleph– el alejamiento definitivo de Beatriz Viterbo, ya muerta. Pero basta de digresiones metafísicas: intentemos ubicar la maqueta del escritor (réplica de una foto de la colección Bioy Casares) en el taxi.
Plaza San Martín: viento y belleza. A Borges le fascinaba caminar por Buenos Aires. De joven “buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha”; en su madurez, “las mañanas, el centro y la serenidad”. Llegamos a Plaza San Martín, uno de sus sitios preferidos. Está casi desierta: la tarde es gris, ventosa, fría. Ventaja: no hay curiosos. Problema: la gigantografía, liviana, se vuela. Hasta que una tregua eólica permite hacer la foto que abre esta nota. Borges publicó La plaza San Martín en su primer libro, Fervor de Buenos Aires (1923). En el poema menciona “zaguanes entorpecidos de sombras” y el modo en que “todo sentir se aquieta/bajo la absolución de los árboles”: jacarandás y acacias. “Qué bien se ve la tarde/desde el fácil sosiego de los bancos./Abajo/ el puerto anhela latitudes lejanas/ y la honda plaza igualadora de almas/se abre como la muerte, como el sueño”. Aquel puerto que veía en los años 20 del siglo XX, desde la elevación de la Plaza San Martín, ahora es invisible.

El asombro que causa la gigantografía de Borges en las Cinco Esquinas
Barrio Norte, Cinco Esquinas: entre la multitud. Se atenuó el viento pero se acabó la tranquilidad. Estamos en Barrio Norte, parados en las Cinco Esquinas: confluencia de Libertad, Juncal y Av. Quintana. Gentío. Mientras intentamos tomar imágenes, unas chicas de 16 o 17 años, jumpers de colegio privado, se preguntan “quién será el tipo de la foto”. Candidatas al aplazo recién reflotado. En Cuaderno San Martín, título que alude a una marca de cuadernos, Borges publicó Barrio Norte (1929): “Alguna vez era una amistad este barrio,/un argumento de aversiones y afectos, como las otras cosas del amor;/ apenas si persiste esa fe/en unos hechos distanciados que morirán:/en la milonga que de las Cinco Esquinas se acuerda,/en el patio como una firme rosa bajo las paredes crecientes,/en el despintado letrero que dice todavía La Flor del Norte,/en los muchachos de guitarra y baraja del almacén,/en la memoria detenida del ciego./Ese disperso amor es nuestro desanimado secreto”.
Recordamos que su magnífica erudición prescindía de la solemnidad. Los que duden pueden buscar en internet, ese Aleph moderno, la grabación en la que Borges cita cuartetas de milongas que le gustaban: “Parado en las Cinco Esquinas/ con toda mi contingencia/ por ver si te rompo el culo/ ando haciendo diligencias”. Epa.

Borges está enterrado en Ginebra, Suiza, pero en el cementerio de la Recoleta está el panteón familiar
Cementerio de la Recoleta: furor turístico. Intentamos entrar en el Cementerio de Recoleta, silbando bajito y con la gigantografía bajo el brazo, como una tabla de surf. Un guardia insobornable nos chista y detiene. Pero, tras remontar barreras burocráticas, logramos el objetivo. Adentro, la imagen de Borges hace furor entre los turistas, que piden sacarse fotos junto a ella: con el sueldo en baja, pensamos, no sería mal rebusque. Ahí está el panteón familiar de los Borges. Leemos en el frente: “Sepulcro del coronel Dr. Isidoro Suárez”, bisabuelo materno de Jorge Luis y vencedor en Junín. También están los restos de Francisco Borges (abuelo del escritor, otro militar), Jorge Guillermo Borges (el padre), Leonor Acevedo (la madre) y Norah (la hermana). En Fervor de Buenos Aires, Borges publicó su primer poema a la Recoleta. El final era: “Estas cosas pensé en la Recoleta/ en el lugar de mi ceniza”. En la anterior versión, en cambio de “el lugar de mi ceniza” decía “el lugar donde han de enterrarme”. Lo sabemos: terminó enterrado en Plainpalais, Ginebra, un cementerio –que parece un bosque– con reyes y genios, como él. Antes de irnos de Recoleta, notamos que en el panteón de la familia de Diego de Alvear brilla en bronce el poema de Borges a Elvira de Alvear, según muchos, la inspiradora de Beatriz Viterbo. “Todas las cosas la dejaron, menos / Una. La generosa cortesía/ La acompañó hasta el fin de su jornada,/Más allá del delirio y del eclipse, /De un modo casi angélico. De Elvira/Lo primero que vi, hace tantos años,/Fue la sonrisa y es también lo último”.

Este puente aparece en "Mateo XXV, 30". Fue construido en Liverpool, Inglaterra
Puente de Constitución: el sur. A Borges le encantaba recorrer San Telmo (dirigió la Biblioteca Nacional cuando funcionaba en México 564), Barracas, Constitución y La Boca. Ubicó a El Aleph en una casa ficcional de la calle Garay. Estela Canto, a la que le dedicó el cuento y le regaló el manuscrito, narró la pasión de él por el Parque Lezama, donde se quedaban hasta la madrugada. Susana Ganora, profesora de literatura que estudió con Borges, lo recuerda aun más al sur: “Le gustaba recorrer la calle Suárez; me decía que le hacía evocar a su bisabuelo materno”. Estamos muy cerca de ahí, luchando otra vez contra el viento: en la calle Ituzaingó, detrás de la estación Constitución, sobre un puente que cruza, a gran altura, las vías del Roca. Fue construido en Liverpool, está venido a menos, conserva los rieles del tranvía que empezó a recorrerlo en 1925. Sí, borgeanos, acertaron: es el de Mateo XXV, 30 (1953). “El primer puente de Constitución y a mis pies/ Fragor de trenes que tejían laberintos de hierro/ Humos y silbatos escalaban la noche”. Paul Auster, en un viaje a Buenos Aires, pidió conocer algún lugar que le gustara a Borges. Terminó en este puente –por el que ahora se nos acerca un fantasma en harapos– con un ejemplar de Ficciones en inglés en sus manos. Volvemos al taxi.

En el Zoo: ya no hay tigres sino yaguaretes de plástico
El jardín zoológico: tigres y yaguaretés. Garúa y nos quedamos, como en la Recoleta, con el muñeco de Borges en las gateras. Hasta que Ana María Pirra, directora de comunicación del Zoológico, nos hace entrar y, cortés y didáctica, nos acompaña. Los tigres hipnotizaban a Borges; de chico, los buscaba en las enciclopedias paternas y los dibujaba. Después, se detenía a mirarlos en el zoológico. Hoy, en esa jaula ya no están esos animales que Chesterton definía como “símbolos de terrible elegancia” sino yaguaretés... de plástico. “Son para concientizar. Quedan apenas 200 en el país –explica Pirra–. En el Zoológico sólo tenemos tigres blancos, en un ambiente más moderno y grande”.
Sobre la jaula, un cartel anuncia: “Unos pocos metros detrás de donde usted está, se sentaba J.L.Borges, ya avanzada la pérdida de su visión, para deleitarse con los colores de los tigres, que agitaron su imaginación y habitaron su obra”. Y el comienzo de El oro de los tigres( 1972): “Hasta la hora del ocaso amarillo/ cuántas veces habré mirado/ al poderoso tigre de Bengala/ detrás de los barrotes de hierro” (N del R: el verso se completa con “sin saber que eran su cárcel”).

Un atardecer en Villa Ortúzar
Villa Ortúzar: crepúsculo. Había que llegar acá en pleno atardecer. Borges publicó Ultimo sol en Villa Ortúzar en Luna de enfrente, 1929. A contraluz, con las últimas horas del día, la gigantografía cobra una belleza melancólica. Imaginamos cómo sería este lugar a comienzos del siglo XX. Al parecer, más que suburbano, campestre. “Tarde como de Juicio Final./La calle es como una herida abierta en el cielo./ Yo no sé si fue un Angel o un ocaso la claridad que ardió en la hondura. /Insistente, como una pesadilla, carga sobre mí la distancia./ Al horizonte un alambrado le duele. /El mundo está como inservible y tirado./ En el cielo es de día, pero la noche es traicionera en las zanjas./Toda la luz está en las tapias azules y en ese alboroto de chicas”.

Aquí vivió Borges entre 1901 y 1914. Hoy hay una peluquería
Palermo: refundación. Imposible abarcar el vasto vínculo de Borges con Palermo. Hablemos de Fundación mítica de Buenos Aires, que fue Fundación mitológica, hasta que el autor cambió esta palabra porque “sugería macizas divinidades de mármol”. Ahí menciona: “Una manzana entera pero en mitá del campo /expuesta a las auroras y lluvias y suestadas./ La manzana pareja que persiste en mi barrio:/ Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga”. Hoy Serrano se llama Jorge Luis Borges y en la zona no hay cuchilleros sino bares cool y tiendas de diseño. En Borges 2135, una placa anuncia que en ese lugar vivió el escritor entre 1901 y 1914. ¿Qué hay? Una peluquería, Maldito Frizz, con señoras que buscan un shock de keratina y turistas que preguntan por Borges. Nada es igual. Entonces, pensamos en el final del poema Buenos Aires, de El otro, el mismo (1964): “Ahora estás en mí. Eres mi vaga/ Suerte, esas cosas que la muerte apaga”. 
“Preferiría que una vez muerto nadie se acordara de mí, sería horrible pensar que algún día habrá una calle que se llame Jorge Luis Borges, yo no quiero ser una calle”
Desoyendo su deseo, las autoridades de BA bautizaron parte de la calle Serrano, en el barrio de Palermo, con su nombre.
Aunque el edificio ya no existe, una placa recuerda que Jorge Luis Borges vivió en su infancia en una casa ubicada en Borges 2147. A pocos metros imaginó la “Fundación mítica de BA” y ambientó varios cuentos en estas calles y en lugares que aún están, como El Preferido de Palermo
“Una manzana entera pero en mitad del campo, expuesta a las auroras, lluvias y sudestadas. La manzana pareja que persiste en mi barrio, Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga”
Esto plasmaba Borges, vecino ilustre, en “Fundación mítica de Buenos Aires”.
Desde aquellos versos hasta la actualidad del floreciente Palermo Viejo, la visión de campo que tenía Jorge Luis Borges ha cambiado sustancialmente, llenando los despoblados espacios verdes de boutiques, locales de diseño, bares y restaurantes de vanguardia.

El barrio de San Telmo también está muy ligado a la vida de Jorge Luis Borges, quien dirigió durante años la Biblioteca Nacional (México 564), que hoy es el Centro Nacional de Música, en el mismo edificio imponente de columnas macizas y estilo clásico. A pocos metros de allí, en la antigua sede de la Sociedad de Escritores (México 524) solía encontrarse con amigos y en la Avenida Garay, entre Bernardo de Irigoyen y Defensa, estaba la casona donde Jorge Luis Borges imaginó la existencia de “El Aleph”.
Uno de sus restaurantes predilectos era el ya cerrado Pedemonte (Av. de Mayo 632). Abierto en 1890 y cerrado en 2017, fue un clásico de la avenida. El escritor también frecuentaba el famoso Café Tortoni (Av. de Mayo 825).

En el Parque Lezama, escenario de la primera fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza, fue donde Jorge Luis Borges le declaró su amor a Estela Canto, y Ernesto Sábato ambientó parte de su novela “Sobre héroes y tumbas”.

El pintoresco Pasaje San Lorenzo, ubicado entre Defensa y Balcarce, era para Jorge Luis Borges uno de sus rincones preferidos pues le recordaba el tiempo de los malevos. Los domingos se extiende una feria como una continuación de la feria de Plaza Dorrego.

La zona de Plaza San Martín también es muy importante en la vida de Jorge Luis Borges, ya que vivió más de 40 años en el 6º piso de Maipú 994. Fue aquí donde concibió gran parte sus libros como “El Aleph”, “Otras inquisiciones”, “El hacedor” y “El informe de Brodie”, entre otros.
Todas las tardes, Borges bajaba a dar un paseo por la Plaza San Martín, y a veces su caminata continuaba por la peatonal Florida rumbo al Tortoni u otro clásico café porteño.

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