jueves, 23 de enero de 2020

VISIONES


Norah, Paco y las aporías de la vanguardia

La exposición dedicada a Norah Borges en el Museo Nacional de Bellas Artes abre un horizonte que sobrepasa por mucho el examen de una artista fuera de serie. "Fuera de serie", literalmente, es esa obra que habilita una consideración más del orden de la filosofía del arte acerca de los cambios históricos y, como simple consecuencia, también de las invariantes.

Esta consideración, aunque apunte más allá del linde de una época, no puede desentenderse de la época en la que Norah Borges empezó a pintar y a dibujar. Lo sabemos de sobra: ese momento fue el de la barricada ultraísta, en cuyas filas estuvieron su hermano Jorge Luis, su marido Guillermo de Torre y un ejército de nombres que incluye el de Francisco Luis Bernárdez, tan cercano a Norah en la biografía y en la poética.

El poeta Bernárdez dejó, con su libro Alcándara, una piedra angular del ultraísmo. Paco Luis Bernárdez, el mismo que en 1927 para la revista Martín Fierro tradujo por primera vez, desde París, poemas de Paul Éluard al castellano, y el mismo que en una nota deploraba no haber tenido 2400 francos (entonces 240 pesos) para comprar un Braque en una subasta ("y en Buenos Aires cualquier atorrante de 'La Peña' cobra mil pesos por una basura").


De Norah, había dicho Jorge Luis: "Hacia mil novecientos veinte, año en que regresamos de Europa, Norah me ayudó a descubrir la ajedrezada y desparramada ciudad de Buenos Aires, nuestra patria". Bernárdez fue todavía más audaz en su poema "La niña que sabía dibujar el mundo": "Aquella ciudad era muy pobre

[.] Una vez, a la ciudad aquella llegó una niña./ Una niña que sabía dibujar el mundo [.] La niña dibujó todas las cosas del mundo./ Las presentes y las ausentes./ Como la niña era buena se las regaló a la ciudad aquella, que ya le pertenecía totalmente, con la totalidad de poderío que tiene Dios sobre el pecado y el perdón./ [.] Aquella ciudad se llamaba Buenos Aires./ Aquella niña se llamaba Norah Borges".

Esta otra fundación mitológica de Buenos Aires pertenece al libro Cielo de tierra, cuya primera edición, de 1937, publicó Sur. También en Sur, pero en la revista (en el número 1) Norah dejó un dibujo a pluma de la ciudad. No es una simple casualidad. Sur sublimó el vanguardismo en un proyecto moderno y, por eso mismo, menos desordenado. Norah puso el ultraísmo a los pies de su estilo, y en cuanto a Bernárdez, quien se tome el trabajo de confrontar Alcándara con El buque (esa postergada obra maestra de la poesía argentina) va encontrar el afán idéntico de ese mismo hombre al que, mucho más tarde, ya como elegía y epílogo, Borges (Jorge Luis) nombrará "descubridor de ese antiguo instrumento, la metáfora".

La poesía de Bernárdez se volvió radicalmente serena, devocional como la pintura de Norah, extrañamente regular; esta regularidad le dio permiso al pícaro de J. R. Wilcock para impugnar sus sonetos: "Parecen una señora vestida de rayas desde el sombrero hasta los zapatos". Empezaba la década de 1940 y era en la revista Verde Memoria. "A verde memoria, maduro olvido", contestó Bernárdez en un último fulgor martinfierrista.

Norah, que ilustró tantos libros, no ilustró ninguno de Paco Luis Bernárdez. Pero el poeta tuvo en cambio la colaboración de pintores que le gustaban a ella: Horacio Butler (en la segunda edición de Cielo de tierra) y Héctor Basaldúa (en Poemas nacionales). Una especie de comunidad transitiva.
En uno y en otro, la abjuración de la vanguardia no fue una simple abjuración, y esto porque para ellos la vanguardia no fue jamás promesa ni cumplimiento sino, apenas, una estación en la conquista de un estilo del que, en realidad, estaban ya en plena posesión. No se resignaron a las aporías de la vanguardia, esa trampa en la que caen una y otra vez los tributarios del verdor.

Norah y Paco, artistas de veras, es decir, los que nunca están de moda porque no trabajan para el tiempo, superaron la ilusión de la permanencia del cambio y cambiaron en el interior de una permanencia.

P. G.

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