viernes, 27 de marzo de 2020

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Autobiografía y política. Encrucijadas de un escritor maldito contemporáneo
El nuevo enfant terrible de la literatura francesa, Édouard Louis, busca escandalizar al establishment de su país en su último libro, Quién mató a mi padre, pero ¿se puede poner el dedo en la llaga con buenas intenciones?

¿Se puede ser un escritor "maldito" hoy? ¿Puede existir la disidencia ideológica y estética cuando casi todas las consignas disponibles para la imaginación y el lenguaje reafirman lo que el sentido común dominante dicta que es bueno y deseable? 
El abanico para esta discusión es amplio, pero la trayectoria particular del francés Édouard Louis, nacido en 1992 y promocionado como "el nuevo enfant terrible de las letras francesas", puede sintetizar un mapa bastante exacto de los callejones sin salida alrededor de la vieja figura del "escritor maldito", un concepto que entre lo escurridizo y lo arbitrario incluye a autores tan diversos como el marqués francés Donatien Alphonse François de Sade, el italiano Curzio Malaparte o el uruguayo Isidore Lucien Ducasse, conocido como Conde de Lautréamont.
Para empezar, Quién mató a mi padre, el último "rabioso y desgarrador libro" de Louis, como lo promocionan sus publicistas, parte de una mentira: su padre está sano y salvo. Vive cerca de Hallencourt, el pueblo desindustrializado al norte de Francia donde crió a sus hijos, incluido Édouard (cuyo apellido original es Bellegueule, como contó en su primera novela, Para acabar con Eddy Bellegueule , celebrada como "un escape de la fatalidad del determinismo social").

Durante la presentación de este nuevo libro, sin embargo, Louis dijo que "la ficción no era para nada parte del proyecto", aunque cuando los críticos le señalaron el detalle de ficción en el homicidio que anuncia el título, aceptó que se refería a una "destrucción física y social". Algo confusas, estas contradicciones tal vez ayuden a entender qué quiere decir Louis cuando, por otro lado, asegura también haber escrito "como un golpe de Estado contra la literatura".
Igual que Historia de la violencia , su segunda novela, el breve Quién mató a mi padre es otro relato autobiográfico en el que Louis repasa sus traumas -como hizo primero con la pobreza y la homosexualidad, y después con la supuesta violación por parte de un amante marroquí- bajo la premisa de que un historial individual de calamidades teje una trama tan dañina como ignorada. Por esto, su obra está dominada por el tono de la víctima.

En esa línea, es ahora su padre, un obrero al que los servicios sociales se niegan a seguir atendiendo tras los recientes recortes presupuestarios ordenados por Emmanuel Macron, el que se transforma en el signo de "la humillación por parte de los poderosos, que te hace doblar aún más el espinazo". En respuesta al ajuste neoliberal que lleva adelante la centroderecha francesa y que marca "la historia de sufrimiento de su padre", Louis pone los nombres y apellidos de algunos presidentes y ministros recientes en su libro -"Hollande, Valls, El Khomri, Hirsch, Sarkozy, Macron, Bertrand, Chirac"-, y así es como termina su "rabiosa" crítica a la "burguesía", una entidad más bien abstracta a la que junto con su padre, oportunamente concientizado en la última página a pesar de los años de alcoholismo y conservadurismo, le desean "una buena revolución".
Preguntarse si esta es la vara contemporánea del "malditismo", tradición sobre la que vibran nombres como Louis-Ferdinand Céline, con su antisemitismo filonazi, o Salman Rushdie, con sus delicados juegos con Mahoma en Los versos satánicos, significaría dejar al cándido Louis fuera de juego de inmediato. Entonces, ¿por qué considerarlo un inquietante enfant terrible ?
Lo curioso no es que en Quién mató a mi padre falte una mención a los "chalecos amarillos", que desde finales de 2018 protestan contra el mismo ajuste que describe el libro (una omisión lógica, ya que la novela se publicó unos meses antes de su aparición en las calles de Francia). Lo verdaderamente curioso es que para Louis la única perspectiva posible para asimilar un plan económico y político de ajuste empieza y termina en los confines de la burbuja de su individualismo. ¿Y cuál es el efecto de este narcisismo? "Mucho enfado", como él dice. En otras palabras, nada que incomode ni un poco al poder cínico e individualista en marcha a su alrededor. ¿Acaso es necesario ser historiador o sociólogo (como de hecho sí es Édouard Louis) para saber que la mejor forma de neutralizar cualquier descontento político es disgregarlo en simples individuos "enfadados"?

Si el "maldito" se supone que es aquel escritor dispuesto a desarmar la indulgencia con la que damos por satisfechas nuestras dudas sobre lo que somos y pensamos, señalar que el neoliberalismo usa a los políticos para ajustar a los pobres y beneficiar a los ricos no resulta tampoco "una carga de profundidad contra los poderes públicos", como asegura ser Quién mató a mi padre . De hecho, lo mismo podría decirse de quienes escriben contra la contaminación, el asesinato o la guerra: nadie ignora que se trata de eventos penosos que, además, nadie sensato defiende. Entonces, ¿dónde está la amenaza para la sensibilidad colectiva?
El ensayista Philippe Muray solía decir que pensar "con corrección" es una especie de ciencia según la cual se debe pensar bien pero con bastante virulencia aparente como para que el lector tenga la impresión de que uno piensa por sí solo, y sobre todo muy peligrosamente, contra enemigos terribles, con una valentía inigualable. Es así como la cultura ingresa en una batalla nula en favor de lo obvio, un "imperio del bien" dirigido por almas bellas que ya sea señalando que insultar es agresivo o que la explotación laboral es injusta, atrofian cualquier verdadero intento estético e intelectual de transgresión. Por supuesto, no es necesario merodear las librerías europeas para comprobar que este "imperio del bien" tiene su honorable consulado también en Argentina, donde el "malditismo" resiste en best sellers como Jorge Asís.
Pero para devolver la discusión a Francia, conviene recordar lo que Michel Houellebecq, el autor de Serotonina , uno de los auténticos "malditos" actuales, escribió sobre la tarea del escritor: "Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus heridas. Metan el dedo en la llaga y aprieten bien fuerte. Profundicen en los temas de los que nadie quiere oír hablar. El activismo hace feliz, y ustedes no tienen que ser felices. La verdad es escandalosa, pero sin ella no hay nada que valga".

QUIÉN MATÓ A MI PADRE
Por Édouard Louis
Salamandra. Trad.: Pablo M. Sánchez. 89 págs./ $ 799
N. M. 

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