martes, 24 de marzo de 2020

FRANCISCO OLIVERA OPINA,


El alumno de Stiglitz rinde examen

Francisco Olivera
La conversación entre la Argentina y los acreedores privados empezó con un desencuentro. No tanto por la propuesta de acuerdo que se supone que hará el 
, como por una marca de origen ya constatable en el proceso: la metodología con que el Gobierno pretende encarar la negociación. Es una observación que, en charlas informales con interlocutores argentinos, hacen tanto fondos de inversión involucrados como representantes del Departamento del Tesoro norteamericano: no logran entender por qué el país inició el camino en el sentido inverso del habitual en estos casos. La historia indica que las reestructuraciones llevan no menos de 6 meses, y que en general el país deudor se sienta a conversar no bien ha cumplido con dos requisitos que sirven para convencer a los tenedores de bonos: una revisión técnica aprobada por el staff del Fondo, como indica el artículo IV del estatuto, y un programa económico visible que acredite que será posible pagar en las nuevas condiciones.
Pero el Gobierno ha preferido razonar al revés: el plan económico general, y acaso el modelo, dependerá de que se logre una solución para la deuda. Es como un diálogo en Babel: en lenguas distintas. Con esa convicción se fueron la semana pasada representantes de fondos de inversión que se habían reunido con el ministro de Economía y que, desconcertados, intentaron enterarse de algo más en una visita a Sergio Massa. No hubo caso. Lo explicó aquel mismo viernes el alza en el riesgo país. El mercado no habla: compra y vende.
Guzmán es para el establishment, incluida una parte importante del Frente de Todos, un misterio con agenda y estilo propios. No ha compartido su estrategia siquiera con quienes en ese espacio mantienen relación con la Casa Blanca. Su carácter carece de la locuacidad que han querido mostrar históricos antecesores en el cargo, en general académicos universitarios y políticos al mismo tiempo, tanto en público como en privado. No es ni Cavallo ni Lavagna ni Kicillof ni Prat-gay. Más que un profesor, parece exactamente lo contrario: un alumno destacado. Es el modo en que también lo está viendo el mercado. El discípulo de Joseph Stiglitz que ha venido a aplicar en esta etapa argentina una fórmula compuesta por elementos difíciles de combinar: quita agresiva, en tiempo récord y sin haber mostrado las cartas desde el inicio. Es un ensayo académico. Si sale bien, se convertirá en adelante en caso de estudio en ciclos de reestructuración de deuda. Lo contrario resultará siempre más difícil de explicar en las aulas.

Stiglitz, que definió hace poco a Guzmán como “brillante”, no niega estar en frecuente contacto con él. El 21 de enero, horas antes de que el ministro presentara en el Palacio de Hacienda el proyecto de ley de sostenibilidad de la deuda que terminaría enviando al Congreso, el premio Nobel anticipó en Davos, ante la agencia Bloomberg, una renegociación dura para la deuda argentina. “La realidad es que va a haber quitas significativas –dijo–. No puedo concebir un modelo razonable no diciendo que va a haber significativos recortes. Sería una fantasía pensar lo contrario. Los prestamistas deberían haber sabido del riesgo, es por eso que cobraron una tasa alta. No están siendo atacados por la espalda. Probablemente no hicieron la tarea, pero sabían que era un riesgo”. Por la tarde, en conferencia de prensa en Buenos Aires, Guzmán insistió en el concepto: “La Argentina no puede sostener la carga de la deuda que hoy enfrenta; hay voluntad de pago, pero para poder hacerlo el país necesita generar capacidad, es fundamental que exista un alivio en la carga de la deuda”.
Alberto Fernández se juega en la gesta el éxito de su gestión. El patrocinio de Stiglitz le ha reportado hasta ahora dos beneficios: respeto para un ministro que el mercado y la política desconocían y, no menos relevante, la aceptación de su compañera de fórmula, Cristina Kirchner, reacia en noviembre, antes de asumir, a la posibilidad de sumar en ese cargo a Martín Redrado. Por eso su apuesta también es doble: con la renegociación debe lograr salir del estancamiento y, al mismo tiempo, demostrar internamente en el Frente de Todos que el camino y el equipo elegidos eran los adecuados. Sus funcionarios aprovechan estos contrastes típicos de una coalición para convencer al mercado: si Guzmán fracasa, les dicen a sus interlocutores financieros, el próximo ministro con quien deberán negociar los acreedores será un kirchnerista. Si el perro muerde adentro, mucho más lo hará afuera.
La jugada no está exenta de riesgos porque no solo depende de que los tenedores de bonos acepten la propuesta, sino del contexto histórico que le ha tocado al Presidente. La falta de certezas es inherente a la crisis del coronavirus: no hay en el mundo red de política monetaria o fiscal capaz de frenar una estampida provocada por una amenaza a la salud. ¿Podría el desplome financiero, que acumula ya caídas globales de casi el 30%, convencer en poco tiempo a los acreedores de conformarse con valores más cercanos a los que propone la Argentina? ¿Qué tan lejos están esos precios de atraer a fondos buitre a comprar esos bonos y, por lo tanto, bloquear la negociación? Si se profundiza la recesión, ¿cómo hará el Gobierno para que el programa de pagos que ofrece sea cumplible? Los efectos de la pandemia son imposibles de prever porque lo primero que se desconoce es cuánto va a durar. Hay, por ejemplo, informes de aerolíneas internacionales que fijan en tres meses el plazo a partir del cual el coronavirus sumirá a la industria aeronáutica en la peor recesión de su historia, incluida la de los atentados del 11 de Septiembre.

Es cierto que la convicción de evitar un default no parece absoluta en el Frente de Todos. Hasta ahora, lo que se percibe es una diferencia importante entre aquellos que tienen poco que perder endureciendo el discurso y quienes, eventualmente, deberán poner la cara si fracasa la negociación. “No voy a ser el gobernador del default”, dicen en su espacio que dijo Kicillof el mes pasado, cuando pagó el vencimiento de casi 300 millones de dólares luego de haber tensado hasta el límite la conversación con los acreedores. La semana pasada, en su visita a la Unión Industrial Argentina, el gobernador insistió en una postura similar para la Nación. “Se puede acordar sin romper”, dijo. Para los anfitriones fue una noticia saludable, pero, dada la complejidad del desafío, insuficiente. Las mismas dudas se oyen en Wall Street o en Washington, donde advierten que la experiencia bonaerense no debería ser comparable. Por el monto que tiene en sus manos Guzmán, por el contexto global y por la historia: los acreedores encaran esta crisis argentina con un grado mayor de impaciencia.

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