jueves, 26 de marzo de 2020

PENSAMIENTOS RAZONABLES,


El virus y los otros

Carlos M. Reymundo Roberts
El viernes, una señora llenó cinco carritos en un supermercado, por miedo al desabastecimiento, o porque cree que en un unos días ya no la dejarán salir a la calle, o porque no se da cuenta de que el desabastecimiento lo podrían estar provocando ella y otros que hagan lo mismo que ella. Esa señora ¿es precavida, excesivamente miedosa, egoísta? El que tose o estornuda en un colectivo y lo miran mal o directamente le piden que se baje ¿es víctima de una locura o no debería viajar en un transporte público? El que sigue saludando con un beso o estrechando la mano porque considera que las posibilidades de contagio por esa vía son remotísimas ¿debe ser tolerado, corregido, reprendido? ¿Y el que piensa -con el sustento de no pocos expertos- que esta paranoia es muy contraproducente y no quiere plegarse?
Toda la vida en sociedad está siendo escrutada y puesta en tela de juicio: ¿suspendo un festejo? ¿Voy a la oficina? ¿Juego un partido de tenis? ¿Me subo a un avión? La respuesta no es fácil. Pero un criterio general puede ayudar. Cada decisión debería atravesar primero el tamiz del interés del conjunto. El interés del otro y de los otros. No son tiempos de cortarse solo. El individualismo nunca es simpático. Pero con el coronavirus, cruje.

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