domingo, 29 de marzo de 2020

LAS NOTAS DE MIGUEL ESPECHE,


No somos dioses: el costo de ningunear la realidad durante años
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Miguel Espeche 
El autor es psicólogo y psicoterapeuta @Miguelespeche
Llega entonces el día en que la Realidad, así con mayúsculas, se impone. Con o sin grieta, los hechos se adueñan de todo y se hacen tan implacables como la conciencia de que el vidrio no se come.
Ese es el día en que descubrimos que no somos dioses. Mal que nos pese, hay reglas del mundo que se nos escapan y se ríen de nuestro afán de controlarlo todo y definir de manera “cuentapropista” el ser de las cosas. En el día de hoy, esa realidad se llama Coronavirus y, de una manera u otra, ha modificado el paisaje de todos de maneras tan rotundas que pareciera habernos sumergido en una película de ciencia ficción. El virus es embajador de “eso” que nos marca la cancha desde un lugar para nosotros inaccesible. Es que no sabemos en el fondo de dónde viene “la mala”, pero cuando viene, viene.
Y es allí cuando se nos impone un territorio y un dramático escenario de epidemia, frente al cual, por nuestra parte, ofrecemos nuestro afán por sobrevivir usando todas nuestras fuerzas, como tantas veces lo hemos hecho en la Historia.
La amenaza de esta realidad con forma de microorganismo está presente en las noticias que antes nos llegaban del extranjero. Pero ahora el virus está llegando por acá.
No vale autopercibirse inmune u omnipotente, o sobrecargar la idea de que la condición anímica todo lo puede (ayuda, pero no lo es todo). El virus se rige por leyes extrañas, que los infectólogos van desentrañando. Obra en complicidad con un también extraño azar que hace que, por ejemplo, nos sentemos en un avión junto a un infectado, o no, que nos toque lejos y no nos pase nada.
Ante la situación, debemos someternos al hecho de que la realidad existe y, a partir de ello, debemos, junto con nuestros semejantes, obrar en consecuencia. “No somos sin los otros y los otros no son sin nosotros”, y nunca como hoy eso se nota.
Por eso mismo es que hay que quedarse en casa, respetar las indicaciones de las autoridades sanitarias, más allá de que tengamos o no ganas de que pase lo que está pasando. Lavarnos las manos, obedeciendo las leyes de la higiene, guardar distancia, hacer cuarentena, trabajar desde casa y, sobre todo, ser buena gente, porque la cosa está difícil y allí, cuando la dificultad aprieta a todos, vemos que eso de ser nobles no es cosa de moralina sino de eficacia para la supervivencia de la especie.
Veníamos muy agrandados. El hecho de vivir sentados sobre los hombros de miles de años de Historia nos hizo creer que somos nosotros los altos y canchereamos al respecto, perdiendo la humildad del caso. Olvidamos que somos lo que somos gracias a millones de seres humanos (o casi humanos, como nuestros antepasados Neandertales) que se relacionaron con la Realidad de muchas maneras, pero nunca ninguneándola como hoy algunos hacen.
Vale entonces la situación para ponerle el cascabel a ese exagerado subjetivismo que apunta a la tiranía del egoísmo que quiere adueñarse del lugar de la divinidad. Es tiempo de obedecer, sin que eso implique ser claudicantes. No somos meros objetos del destino, pero tampoco podemos abolir lo real por ello.
Por eso, ante la implacable realidad, más que deconstruir en pelea lo real, habrá que aceptar lo que se da, para, con la libertad que nos permite el ver los hechos de frente (y liberados también de la esclavitud del capricho), obrar en consecuencia, con la intensidad del espíritu vital que tengamos, y con inteligencia personal y social que sepamos conseguir, para así, otra vez en la historia de la especie, sobrevivirle a la peste.
Ser nobles no es cosa de moralina sino de eficacia para la superviviencia

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