lunes, 23 de marzo de 2020

LA OPINIÓN DE CARLOS PAGNI,


La pandemia sacó al Gobierno de la quietud

Carlos Pagni
Todavía es muy temprano para saber cómo el coronavirus remodelará a la sociedad global. No depende solo de la biología. También actúa la economía. Y la política. Pero, en la pequeña escala argentina, ya se percibe cómo remodeló al Gobierno.
Un equipo que comenzaba a preocupar por su desorden y falta de operatividad mejoró desde hace una semana su coordinación y velocidad para tomar decisiones.
Es una señal importantísima en el contexto de una tormenta sanitaria que se volverá, con los días, cada vez más inquietante. El desafío, que apenas asoma, ha modificado por completo el paisaje en el que debe operar Alberto Fernández. Cuestiones principales de su agenda, como la recesión, o el canje de la deuda, que promete novedades para el fin de semana, modificaron su significado. Enfrentado a una crisis de innumerables dimensiones, la gestión del Frente de Todos está ante una agenda que jamás habría imaginado.
El Presidente definió su criterio principal durante el fin de semana. Fue crucial la reunión con científicos que encabezó en Olivos la tarde del domingo. Hasta ese momento dudaba de extremar las prevenciones por temor a un congelamiento de la economía. Los expertos lo convencieron de cambiar de rumbo.
Fernández salió del encuentro dispuesto a paralizar al máximo el país. Si le quedaba alguna duda, se la despejó anteayer el Zou Xiaoli, el embajador chino, quien le ofreció una explicación detallada de cómo el éxito de Xi Jinping frente a la epidemia fue congelar la actividad. Entre el martes y ayer, en China se detectaron sólo 13 casos.
También desde el domingo, Fernández inició una gestión bilateral de su gabinete. Sobre todo, en el trato con Ginés González García y su equipo de especialistas; con Nicolás Trotta por la administración de las escuelas; y con Gabriel Katopodis, por la construcción de nueva infraestructura hospitalaria. Se dispuso, además, que Matías Kulfas, el ministro de Producción, trabaje con Martín Guzmán, de Economía, en medidas de emergencia para la crisis. Es el otro drama que muestra el espejo de China: en febrero, la producción industrial de ese país tuvo una caída de 13,5% interanual; las ventas al por menor descendieron 20,5%; y el gasto en infraestructura, propiedades y maquinaria se contrajo en 24,5%. Un derrumbe inédito.
Hay todavía un debate no saldado dentro del Gobierno sobre los pros y contras de presentar lo que vendrá con dramatismo. Pintar un horizonte tétrico ayuda a la toma de consciencia y a la prevención, que es la estrategia más eficaz para una epidemia que desborda, por su tamaño, cualquier sistema de salud. Los expertos suponen, a la luz de la dinámica del problema en otros países, que los contagios saltarán de escala en, más o menos, dos semanas. En España hay más de 14.000 infectados y 741 muertos en lo que va de la epidemia. Italia, que supera cualquier otra catástrofe, los fallecidos fueron 475 en 24 horas. Aun cuando no se lleguen a igualar estos antecedentes, hay que prever que habrá una presión inédita sobre el sistema de salud que duraría entre 6 y 10 semanas. La demanda amenazará con desbordar los sanatorios. Para calibrar la dificultad: ¿cuántos respiradores hay en la ciudad de Buenos Aires? ¿200? ¿300? Se calcula que en la provincia no llegan a 500. El Gobierno no provee esa información. Pero todo es poco, poquísimo, cuando la naturaleza se desmadra.
Una de las responsabilidades del Estado consiste, en estas horas, en sensibilizar y entrenar al principal grupo de riesgo: los médicos, paramédicos y enfermeros. Toda la sanidad estará alterada. No sólo porque faltarán respiradores. Se necesitarán muchos más operadores de esos aparatos porque el personal estará agotado. Quiere decir que hacen falta cursos acelerados para cubrir esa especialidad, que predomina en las unidades de terapia intensiva. También se requerirán más kinesiólogos, indispensables para los trastornos respiratorios. Los profesionales tendrán que controlar con pautas muy estrictas su contacto con los pacientes. Sobre todo, establecer cuidados para desvestirse: el gran riesgo aparece cuando se quitan el camisolín, la cofia, las gafas o los guantes con los que tocaron al enfermo. Allí es cuando más cerca están de enfermarse. La dimensión del desafío es desconocida. Por eso, entre otras cosas, sería bueno saber qué tareas está realizando el sindicato de Sanidad, que conduce el aspirante a conducir la CGT Héctor Daer. Ningún profesional argentino enfrentó algo similar que, por su intensidad, trastorna la vida de los hospitales. En concreto: salvo las emergencias, quedarán suspendidas por semanas todas las demás actividades: atención rutinaria, cirugías programadas, etc. Habrá una administración muy cuidadosa de las transfusiones de sangre. No sólo porque se volverá un bien escaso; también porque bajará el número de donantes. Una incógnita: ¿se pueden equipar hoteles para que funcionen como clínicas?
Dentro del oficialismo hay quienes desalientan el alarmismo. Sostienen que, bajo el peso del terror, las personas toman decisiones incorrectas. Y, sobre todo, puede desatarse una corriente de egoísmo que, en el afán de cada uno por salvarse, termine disolviendo el vínculo social. En su magnífico ensayo "La Peste", Leiser Madanes consigna el asombro de Guy de Chauliac, el médico del papa Clemente VI, ante los efectos de una epidemia tan contagiosa que, no sólo por la proximidad, "sino incluso por mirarse unos a otros, la gente la contraía, de manera que los hombres morían sin asistencia y eran enterrados sin sacerdotes. El padre no visitaba al hijo, ni el hijo al padre. La caridad estaba muerta y la esperanza hecha añicos".
Otros creen que sólo extremando las alertas se consigue que la gente se distancie y adopte prevenciones adecuadas. Ese alejamiento y esos recaudos higiénicos pueden disminuir, siquiera un poco, la cantidad de casos, para que el aparato de salud pueda funcionar sin un colapso. Con más precisión: para que no pase lo de Italia.
Hay algunos episodios que recomendarían la crudeza. El episcopado católico, por ejemplo, suspendió la obligatoriedad de asistir a misa. Pero no canceló, como sí lo hicieron algunos obispos de países vecinos, toda ceremonia. El lunes, mientras el Presidente pedía distanciamiento, un grupo de científicos del Conicet -de nuevo: científicos del Conicet-realizó un seminario para dialogar sobre usos alternativos del cannabis. Se ve que estaban haciendo un uso tradicional.
La Argentina tiene un factor de riesgo especial en esta crisis, que es Brasil. En sus primeras definiciones, Jair Bolsonaro dijo que se estaba exagerando el problema del coronavirus. Hasta aventuró que ese tremendismo obedecía a una conspiración económica. Anteayer condujo una conferencia de prensa en la que él y sus ministros aparecieron con barbijos. Un modo de indicar que había reaccionado frente al problema, aunque sin entender los modos de contagio. Sin embargo, ayer Bolsonaro llamó a una movilización en su favor a través de las redes sociales, indignado con un cacerolazo que le está haciendo la oposición. La negligencia de Bolsonaro, además de perjudicar a los brasileños, que ya padecen una epidemia de dengue, amenaza a los países vecinos. Es imposible controlar la extensísima frontera de Brasil. La conducta de Bolsonaro, que está determinando su derrumbe en las encuestas, contrasta, por ejemplo, con la del gobierno de Perú: ayer, en Lima, a los transeúntes que no podían justificar estar yendo a una farmacia o a un supermercado, los amenazaban con la detención.
En contrapunto con Brasil, donde el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, no encuentra sentido a reunirse con el presidente, la escena local se ha vuelto más civilizada. Ayer Alberto Fernández recibió a los jefes de bloque del Congreso. Había dudado de hacerlo, no por intolerancia sino por las naturales exigencias de su agenda. Después de todo, Ginés González García había estado, anteayer, en el parlamento. Pero la entrevista se hizo y permitió, entre otras cosas, que Sergio Massa hiciera, por fin, su soñada conferencia de prensa. Massa levantó una ola de críticas, sobre todo en el oficialismo, por haber firmado una resolución que dotó a cada diputado de 100.000 pesos para contribuir con alguna obra de bien público de su distrito. Más allá de la sustancia de la decisión, que la oposición aplaudió, nadie sabe si era necesaria esa resolución o si sólo fue emitida para que los legisladores tengan la oportunidad de, violando las restricciones profilácticas, besar el anillo de Massa. Todo psicodélico.
Hace una semana, la académica Elise Mitchell escribió en The Atlantic un artículo en el que afirmaba que "la escasez puede ser peor que la enfermedad". Las consecuencias económicas de la pandemia serán dramáticas. Por eso los gobiernos, también el de Fernández, están reaccionando con paquetes de ayuda fiscal y financiera. Sin embargo, hay zonas de la sociedad que son difíciles alcanzar. En la Argentina, el 35% de la población económicamente activa trabaja en la informalidad. Serán los más afectados por la parálisis económica. Ni qué decir del daño que puede causar el coronavirus entre los más desprotegidos, ciudadanos que viven en barrios humildes, hacinados y con servicios deficientes. Es el problema de los grandes conurbanos, que tienen rincones donde ni siquiera llega el agua. Todavía no se advierte con claridad si los funcionarios destinados a acercar el Estado a esos suburbios carenciados se están preparando para una emergencia. Las turbulencias inesperadas tienen esa peculiaridad: cambian los roles. De repente, la titular de AySA, Malena Galmarini, y todos sus colegas provinciales, pasarán a desempeñar un papel crítico.
Estos contratiempos se inscriben en una macroeconomía también en mutación. La contracción china afectará el precio de las commodities y, de ese modo, las exportaciones locales. Una dificultad adicional para un país que necesita de dólares, al extremo de tener intervenido el mercado de cambios. El problema es más grave porque, al mismo tiempo, el tipo de cambio se está atrasando frente a las demás monedas en las que se cifra el comercio exterior. El peso está revaluado a un nivel similar al que presentaba antes de las primarias del año pasado. Caída del consumo, menor demanda externa, falta de competitividad de la moneda: todo conspira contra la reactivación.
El panorama internacional afecta, por supuesto, la operación más importante en la que estaba involucrado el Gobierno antes de que llegara el coronavirus: la reestructuración de la deuda. Si se observa el precio que ayer presentaban los bonos argentinos, se podría imaginar que hoy el canje sería más fácil que hace 15 días. La misma oferta de entonces se volvió más atractiva. Y los mercados, saturados de malas noticias, tal vez festejen un acuerdo. Pero también es cierto que la incertidumbre juega en contra: es probable que, en ausencia de precios estables, los comités de inversiones de los fondos desaconsejen cualquier operación.
La incógnita está por despejarse. Martín Guzmán estudia lanzar una propuesta hacia el fin de semana. Tanto él como Gustavo Beliz, figura crucial en esta operación, están negociando con Kristalina Georgieva para que el Fondo Monetario Internacional acompañe esa oferta. ¿Podría aportar algo de cash? Se supone que sólo habrá un aval retórico, como el que ofreció hace dos semanas. El Fondo es parte del problema. Necesita un recorte importante de la deuda que el Estado tiene con los bonistas. La razón es evidente: compite con esos financistas porque es otro acreedor. Y también quiere cobrar.

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