lunes, 23 de marzo de 2020

EL EXILIO DE PERÓN


El delicado comienzo del exilio español de Perón

Pablo Mendelevich
A seis décadas de la llegada del expresidente argentino a la España franquista, el diplomático que lo recibió cuenta entretelones de un arribo incómodo para el régimen; tanto, que el generalísimo se encontró con el general solo muchos años después
Perón y Lopez Rega a su izquierda, miran la limusina de Héctor Cámpora en Puerta de Hierro. 6 de junio 1973 
"La señorita Isabelita Martínez nos mira silenciosa tras sus gafas negras. El general no nos la presenta.
-Al fin en España, mi general. Ya sabe usted que el generalísimo Franco le ha abierto siempre las puertas de par en par. Si en algún momento le hemos pedido alguna dilación ha sido por motivos de pura oportunidad política, totalmente pasajeros.
-No faltaba más, ya lo sé, no me tiene que contar nada. Yo también he gobernado".
Alonso Álvarez de Toledo, por entonces un secretario de segunda clase de 29 años, fue quien recibió en Sevilla, en nombre de la dictadura de Franco, a Juan Domingo Perón. Este diálogo con el líder argentino en el momento de su llegada a España, hace ahora sesenta años, aparece en un informe del Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores que cita la historiadora Beatriz Figallo en una de sus medulosas investigaciones sobre distintos aspectos del exilio español de Perón (1960-1973). Exilio que resultó ser uno de los más singulares del siglo XX. Desde 10.000 kilómetros y durante casi 5000 días, Perón fue el epicentro de la política argentina. En un juego propagador, también, de tensiones internacionales que Franco consintió con poco entusiasmo.
Doce años y medio antes, en 1947, el generalísimo había recibido con fastuosidad a la primera dama argentina, a quien los españoles vivaban: "Franco, Perón, un solo corazón". Evita y el trigo contribuían a legitimar frente al mundo al régimen que venía de simpatizar con Hitler. Sin embargo, Franco solo se allanó a conocer en persona a Perón en 1972, es decir doce años después de su llegada a España. Al final de su estadía. En el momento de despedirlo.
A Madrid, la Meca argentina, peregrinaron, se sabe, peronistas de todas las facciones. También algunos antiperonistas. El pasado, el presente, el futuro. La ortodoxia sindical, los líderes montoneros, Frondizi, los emisarios de Lanusse. Hasta Evita embalsamada llegó un día desde Milán para convivir -si cabe el verbo- con Perón, Isabel y López Rega durante dos años en el primer piso del chalet de Puerta de Hierro, con escaso apego a las normas sanitarias y forenses. Necrofilia al taco, la amalgama auroral de realidad y ficción de Santa Evita , obra maestra de Tomás Eloy Martínez.
Saturado de política

El primer día, 28 de enero de 1960, obviamente nadie imaginó lo que seguiría en los años 60 y 70. "Quiero descansar, estoy saturado de política; y por favor no quiero policías", le dijo Perón a Álvarez de Toledo cuando el diplomático, para formalizar la bienvenida, se subió al avión de Varig, un Constellation que llegaba, por fin, desde Ciudad Trujillo (Santo Domingo) y al que las autoridades hicieron aterrizar en Sevilla para eludir los focos de Barajas. Los contratiempos habían comenzado antes. Tuvieron que retornar de Bahamas a República Dominicana por un desperfecto en un motor y se demoraron un día más. Pero el aspecto del general Perón, según recuerda ahora su primer interlocutor español, "era el de un hombre muy simpático que trataba de ser amable y que se mostró efusivo: no evidenciaba el trajín".
-¿A usted le produjo alguna clase de emoción recibir a Perón?
-¿Emoción, dice? No, no recuerdo ninguna emoción.
Álvarez de Toledo vive hoy en Madrid. Está por cumplir 89 años. Para quien también actuó de joven como intérprete personal de Franco (el generalísimo no hablaba inglés), y resultó el último embajador de España en la República Democrática Alemana, además de haber sido jefe de Protocolo del Estado durante el gobierno de Felipe González, las "entretenidas horas" que terminó pasando aquel enero inaugural de 1960 con el general Perón no encabezan el nutrido anecdotario.

Una España agradecida
En sus memorias ( Notas al pie de página , Editorial Marcial Pons, 2013) el veterano diplomático recuerda cuando en Washington hizo ingresar a España en la OTAN a toda prisa -¡en un fin de semana!- durante el conflicto de Malvinas y pone en la cima de cuanto le tocó vivir la caída del Muro de Berlín. Algo comprensible. Es que, como embajador, el 9 de noviembre de 1989 él fue parte de los enredos del régimen de Erich Honecker que cambiarían el mundo. "El Muro de Berlín iba a caer de todos modos -bromea- pero yo le dí el primer empujón". Esa es otra historia. Volvamos a Perón en España. Admitido, finalmente, cuando Estados Unidos, que necesitaba aliados contra el comunismo, logra digerir el pasado fascista de Franco. Justo un mes antes de la llegada de Perón había visitado Madrid el presidente Dwight Eisenhower.
"No conservé una copia del informe reservado que hice en 1960, pero cuando me mandaron a recibir a Perón me ordenaron que detrás de todo estuviera el agradecimiento de España", dice Álvarez de Toledo  , en diálogo telefónico desde Madrid. La gratitud debida a la venta a crédito de trigo argentino entre 1946 y 1949, cuando España sufrió el bloqueo internacional, se contraponía hacia fines de los años 50 con la irritación que le producía a Franco, "caudillo de España por la gracia de Dios", el final anticatólico del gobierno peronista, incendio de las iglesias incluido. En los primeros tiempos del exilio madrileño, Perón no ahorraría oportunidad de mostrarse como un devoto practicante.
Durante los largos cuatro años que llevó deambulando por las dictaduras de Paraguay, Panamá, Venezuela y Santo Domingo se habían acumulado los conflictos entre esos países y los militares argentinos (desde 1958 también como tutores del gobierno de Frondizi), lo que abreviaba las estadías del general. Para colmo, algunos sectores franquistas tenían razones propias, de índole moral, además de simpatías con la "Revolución Libertadora", para repeler a Perón. Verbigracia, su convivencia hasta 1955 con la adolescente Nelly Rivas o el "concubinato" que desde Panamá sostenía Perón con su "secretaria", aquella mujer de gafas negras que no le había sido presentada a Álvarez de Toledo a la llegada. No fue casual que Perón decidiera casarse con ella poco después de llegar a España.

Lo de que Perón iría era un rumor creciente. Un mediodía, la madre de Álvarez de Toledo le contó que había escuchado en la peluquería justo lo que el Ministerio de Asuntos Exteriores no conseguía confirmar mediante sus informantes en Ciudad Trujillo. Que el general Perón estaba por llegar a España. Incluso, que un tal Herrera le había reservado habitaciones en el hotel Felipe II de El Escorial.
Un enlace y algo más
Efectivamente, el coronel Enrique Herrera Marín, agregado militar adjunto de la embajada de España en República Dominicana, un hombre muy ligado a la dictadura de Rafael Trujillo (quien sería asesinado en 1961), era muy amigo de Perón. Sindicado como el enlace entre Perón y Franco, Herrera Marín no solo entró en los libros de historia por haber sido quien operó adentro del franquismo para voltear, con apoyo falangista, las resistencias al asilo del expresidente argentino. Algunos autores, como Marcelo Larraquy, también lo señalan, en base a testimonios documentados, como quien le llevó a Perón años más tarde la idea -tomada de la Guerra Civil Española- de crear en la Argentina un cuerpo parapolicial o paramilitar para terminar con los marxistas infiltrados, según el lenguaje de entonces, en el movimiento peronista. Es decir, lo que sería la Triple A.

"Yo esperaba al comandante Herrera Marín", cuenta Álvarez de Toledo que fue lo primero que Perón le espetó tras la presentación. "No ha podido venir, ya le contaré, mi general", le respondió el diplomático. Los jefes militares de Herrera Marín, recuerda hoy Álvarez de Toledo, estaban enfadados con él debido a que había actuado sin informarlos. "Tanto el Ministerio de Asuntos Exteriores como la Jefatura de Estado tenían la sensación de que con el tema de Perón había que actuar con mucho cuidado por las críticas". En esos tiempos aperturistas, el franquismo vivía pendiente de las reacciones internacionales.
La boca cerrada
Cuando Fernando María Castiella, el ministro de Asuntos Exteriores, le ordenó a Álvarez de Toledo viajar a Sevilla le dio dos instrucciones. Sesenta años después, las enumera con sencillez: "Yo tenía que evitar que Perón hiciera declaraciones y debía convencerlo de que escogiera Málaga para establecerse, por lo menos en una primera etapa". Para eso preparó tres vehículos, a los cuales les cambió las patentes: un Packard "antediluviano", dice el organizador de la movida, un Seat y una ambulancia. A la ambulancia le sacaron la camilla: ahí viajaría el equipaje. En el Packard fueron el chofer y Américo Barrios en el asiento delantero y Perón, Isabel y Álvarez de Toledo en el de atrás. El pasaje lo completaban los dos caniches de Isabel. El segundo auto llevaba a los otros dos miembros de la comitiva, Alberto M. Campos, a quien Álvarez de Toledo describe como una especie de guardaespaldas, y John Del Re, "un extraño personaje con pasaporte norteamericano".
La noche del arribo, Perón fue instalado en el hotel Alfonso XIII de Sevilla e invitó a cenar a quien ejercía de anfitrión por España. Al día siguiente todos partieron para Torremolinos, sobre el Mediterráneo, no muy lejos de Málaga, donde Perón residiría varias semanas antes de radicarse en Madrid (el general compró el lote de Puerta de Hierro, que hoy pertenece al ex delantero Jorge Valdano, recién en 1964). Fueron cinco horas de ruta. Cuenta Álvarez de Toledo que Perón no paró de hablar. Contaba anécdotas, recuerdos. "Cada tanto se interrumpía a sí mismo y me preguntaba por algo que había visto en la carretera y que en general yo no sabía responderle. En un momento dado, Américo Barrios habló de 'lo mucho que habrá que hacer en la Argentina cuando regresemos'. Entonces Perón por lo bajo me dijo: 'Ellos regresarán, yo no, ya me he jodido bastante por el país'".

Al despedirse, Álvarez de Toledo dice que en cierto modo, tal la calidez del líder, sintió que había hecho un amigo. Después confirmó que la vida de los políticos tiene sus bemoles. Leyó en un diario portugués que Perón se había quejado de que le habían mandado un secretario de segunda clase.
Álvarez de Toledo cumplió su misión con éxito. El ministro Castiella simplemente le ordenó informar "de todo y sin reservas"... a la embajada argentina.

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