miércoles, 25 de marzo de 2020

MANUSCRITOS,


Amenazas en el tiempo
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Antes de la actual pandemia de coronavirus, hubo dos momentos en mi vida, muy alejados en el tiempo, en los que me sentí amenazado por la naturaleza y temí no solo por mí, sino por los seres que quería. En las dos ocasiones, el azar tenía un papel fundamental. La primera vez, fue durante los sucesivos brotes de poliomielitis que se dieron en la Argentina a fines de la década de 1940 y principios de la del 50. Esa sombra pesaba sobre mis juegos de chico, las idas al cine, los encuentros con mis amigos del barrio.
La culminación de esa pesadilla llegó con la terrible epidemia de 1955-1956, que coincidió con el éxito de la vacuna del doctor Jonas Salk contra la enfermedad. El horror y la salvación se superpusieron.
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No hace mucho, hablé de esos temores con alguien admirable como pianista y como persona: Bruno Gelber. Él fue uno de los que recibieron una carta maldita. No en la década del 50, sino en la del 40, cuando tenía 8 años. Me dijo algo muy conmovedor y muy triste, pero lo dijo con una sonrisa, y no de ironía, no de sarcasmo, sino de reencuentro con la felicidad: "Todavía recuerdo la brisa que me daba en la cara y que yo mismo creaba cuando me ponía a correr. Aún hoy la siento. Era maravillosa, solo dependía de mis piernas". Habría que gritarle "¡bravo!" por la entereza que lo llevó a ser quien es.
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La segunda amenaza fue la del sida a principios de la década de 1980. La primera vez que leí algo sobre lo que entonces se llamaba "el cáncer de los homosexuales", después "peste rosa" y por último "sida" fue en este diario, creo que en 1981 o 1982. La noticia ocupaba ¿veinte líneas? Todo estaba escrito en potencial, porque nada se sabía. Se suponía que era contagioso. Cuando vi la palabra "contagioso", de inmediato, y no porque fuera adivino o un genio, sino por sentido común, me imaginé que las víctimas no iban a ser solo gays.
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Vuelvo a la polio porque mi generación fue la última que vivió bajo ese terror. En 1946, se estrenó en Hollywood Sister Kenny , una película sobre la enfermera rural australiana Elizabeth Kenny (1880-1952), una autodidacta, que revolucionó los tratamientos de poliomielitis. La enfermera no era monja, la llamaban "Sister" (hermana) porque esa palabra designaba para los australianos un rango superior al de una común enfermera. Ella era la responsable de sus colegas y estaba en condiciones, por su experiencia, de discutir con los médicos. Después de luchar contra especialistas doctorados que practicaban en los casos de poliomielitis y la rehabilitación sucesiva una terapia tradicional y equivocada, Kenny demostró una y otra vez la eficacia de su método basado en la aplicación de compresas calientes y movimientos pasivos. Ella sentó las bases de la actual fisioterapia.
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En la pantalla, Sister Kenny fue interpretada por la multipremiada estrella Rosalind Russell, hoy casi olvidada. Por ese papel, estuvo nominada al Oscar.
El film completo está en YouTube. Quien quiera apreciar la calidad dramática de R. R. que vea Picnic , la película de Joshua Logan con Kim Novak y William Holden. Rosalind hace el papel de una solterona reprimida y alcohólica. Era, por otra parte, una formidable actriz de comedia ( His Girl Friday , de Howard Kawks) y de musicales.
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De chico, cuando vi Sister Kenny (en español, Amor sublime ), en plena expansión de la poliomielitis en la Argentina, solo rogaba que los médicos de antes fueran derrotados y Kenny nos aplicara a todos las compresas calientes. No sé si la película es excelente, buena o mala, pero para mí fue como ver "una de terror" con dos monstruos, la enfermedad y los sabiondos. Apenas termine esta nota, buscaré Sister Kenny en YouTube con la esperanza de que, en plena expansión del coronavirus, algún Jonas Salk dé con la vacuna, como pasó en 1955.

H. B.

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