lunes, 30 de marzo de 2020

CUIDEMOS EL PLANETA...NO TENEMOS OTRO.,


¿Vacaciones para el planeta?
Lecciones de la naturaleza en tiempos de pandemia
Sin góndolas atiborradas de turistas, los canales de Venecia lucen aguas cristalinas y recuperaron sus peces. La bruma tóxica que solía encapotar el cielo de Hong Kong desapareció para dar lugar a un aire puro que no se respiraba desde antes de la revolución industrial. En tanto, en las ciudades del Mediterráneo la fauna marina se recupera y los delfines se acercan a la costa por primera vez en décadas.
En medio de una pandemia de consecuencias inconmensurables para la salud de la especie humana, estas postales de la naturaleza floreciente colocan al medio ambiente como un inesperado beneficiario de la crisis sanitaria global.
Mientras buscamos recluidos en casa explicaciones para semejante cisne negro, en estos días de cuarentena recobró vigencia una teoría que históricamente enfureció al mainstream científico: la hipótesis Gaia. Se trata de un provocadora interpretación que afirma que la Tierra es un sistema que tiende al equilibrio. Acuñado en 1969 por el químico y ambientalista James Lovelock, sostiene que el planeta se autorregula y que todos los seres vivos somos parte de un gigantesco organismo pluricelular.
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Sucede que, con una vehemencia de la que quizás carecen otras amenazas globales como el cambio climático, el Covid-19 nos recuerda que no somos el centro del mundo. Y que por más que todo parezca bajo control, las cosas se pueden salir de su rumbo a una velocidad exponencial.
Por eso, algunos naturalistas encuentran una luz de esperanza en medio del oscuro panorama que se avecina. Sin minimizar la pérdida de vidas humanas, y conscientes de que se trata de un parate forzado y no del resultado de una política ambiental, se preguntan: ¿Es hora de que el planeta se tome un respiro ante la contaminación humana? ¿Estamos frente a un cambio de paradigma en la forma en que nos vinculamos con el medio ambiente? Con el libreto de la película de ciencia ficción por la mitad, es difícil saberlo. Mientras tanto, algo es seguro: la naturaleza es sabia y nos está dejando alguna señales para reflexionar.
La primera lección surge del origen mismo de la enfermedad. Los científicos coinciden en que nada de esto hubiera sucedido si estuviera controlado el tráfico de fauna silvestre. Por más que les pese a los adeptos a las teorías conspiranóicas, al origen del virus no hay que buscarlo en un sofisticado laboratorio militar sino en un insalubre mercado asiático en Wuhan, donde se comercializan todo tipo de animales salvajes.
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Tal como relata el escritor y explorador David Quammen en su hoy profético libro Spillover -una fascinante investigación sobre los animales y las enfermedades infecciosas publicada en 2012- y como afirma la Wildlife Conservation Society en un informe esta semana, el coronavirus es solo un ejemplo más de las enfermedades zoonóticas que provienen de la explotación de animales silvestres.
¿Cuáles son las otras? El SARS, el Ébola, el SIDA, la gripe aviar y la lista sigue.
"Las especies que habitan los ambientes naturales se encuentran en un equilibrio, el cual incluye a virus, bacterias y otros patógenos con potencialidad de generar epidemias. Cuando arrasamos un ambiente natural, rompemos ese equilibrio y muchas especies desaparecen mientras que la abundancia de otras se dispara. Entre estas últimas, en general se encuentran los mencionados patógenos. Esto se magnifica porque después de arrasar los ambientes naturales el hombre aumenta su presencia y entra en contacto con estos microorganismos, disparando el ciclo", explica Sebastián Di Martino, director de conservación de la Fundación Rewilding Argentina, en diálogo
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 Y comparte un dato por demás elocuente: en zonas del Amazonas, por ejemplo, un aumento de la tasa de deforestación de solo el 4% disparó la incidencia de la malaria hasta en un 50%".
Otra efecto ambiental impensado que los urbanistas siguen de cerca es el hecho de que el lockdown en distintas ciudades del mundo está retrotrayendo los niveles de emisión de CO2, dándole un respiro considerable al cambio climático. Vale la pena googlear las imágenes satelitales: estamos ante una ventana temporal que muestra cómo serían las cosas si las economías más contaminantes del mundo levantaran el pie del acelerador. El escenario se completa con la desaparición del tráfico gracias a las recomendaciones de quedarse en casa y a la enorme adopción del home office. Aunque de modo dramático, la crisis del coronavirus también nos demuestra que existen formas más sustentables de vivir en las grandes ciudades.
Sin embargo, quizás la enseñanza más valiosa que nos deja estos días en los que la Tierra se detuvo, es poder reflexionar sobre la importancia de la responsabilidad individual. A diferencia de otras causas urgentes -la contaminación del planeta, la lucha contra la corrupción, el fin de la desigualdad- en donde una buena acción no siempre tiene resultados tangibles en el corto plazo, en el caso de esta epidemia, lo que hacemos -o lo que dejamos de hacer-, tiene consecuencias inmediatas.
"El coronavirus ayuda a entender el impacto de la responsabilidad individual en la sociedad. De la misma forma en que la gente se lava las manos o toma distancia social para combatir el virus, el hecho de adoptar hábitos sustentables tiene un efecto acumulativo y fundamental en el medio ambiente", opina Dafna Nudelman, especialista en sustentabilidad y activista por el consumo responsable. Y concluye: "Es la falacia del granito de arena: muchas veces nuestras acciones pueden parecer insignificantes, pero en momentos como este nos damos cuenta de que tienen un impacto real".
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El autor es periodista especializado en sustentabilidad y fundador de www.Aconcagua.lat

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