sábado, 1 de agosto de 2020

CLAUDIO ZUCHOVICKI...OPINA,


No a las quejas: solo transmiten debilidad
En esta crisis sanitaria y económica de nada vale el lamento; solo sirve trabajar y pelearla, dice Zuchovicki.
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Claudio Zuchovicki*
Antes de empezar la nota tengo la obligación de aclarar que soy uno de esos que va por la vida confundiendo el deseo de lo que me gustaría que pase con lo que realmente puede pasar. Necesito aclararlo antes de recibirlos en este espacio, porque voy a intentar ver el vaso medio lleno, para plantearles un punto de vista diferente, con el objetivo de tenerle ganas al futuro, aunque las circunstancias presentes sean muy complicadas. Por eso amigo lector, esta nota intenta no quedarse en la queja sino concentrarse en lo que sí podemos hacer.
En el mundo de hoy es menos riesgoso tomar la decisión de emprender que la de quedarse paralizado. Según la sociología, nuestro ciclo social económico pasa por seis fases. Empezamos un nuevo proceso con mucho entusiasmo, con mucho esfuerzo. Se llama zona de aceptación, en la que se está cómodo y a gusto, se vive con menos pretensiones, más control, más paso a paso. Esta es una zona de inversión.
El éxito que se va obteniendo en la primera fase genera la segunda o de euforia, que convierte a este proceso en un círculo virtuoso, siempre positivos y con ánimo ganador. Se vive una tendencia alcista, parece que todo sale bien. Sigue la zona de más inversión. Quienes están en esta fase se sienten cada vez más importantes, hasta un punto en que se transforman en soberbios. Son invitados como referentes de éxito a todos lados, e incluso aparecen en las tapas de las revistas. Cuando llegan a esa instancia se alejan de la realidad, de la base que los llevó al éxito. Esa soberbia no los deja ver los errores y empieza una tendencia bajista. Los soberbios por lo general viven luego un proceso de negación y, ante una desmejora constante, siguen pensando que pueden arreglarlo todo. Recordemos no hacer negocios con soberbios ni con los negadores.
La caída se acentúa y ahí aparece el enojo. Los que se enojan siguen llenos de soberbia. se sobre estiman, piensan que la culpa siempre es de otro. Los enojados solo se quejan. no corrigen el camino, lo profundizan. Recordemos no hacer negocios con enojados.
Luego surge la fase de depresión, representa lo contrario del enojo. Se culpan por todo y devalúan todo su potencial, hasta el punto en el que no queda otra que hacer el famoso “duelo” y reaccionar, para volver a la etapa de aceptación y empezar un nuevo ciclo de prosperidad. El mejor momento para invertir.
Amigos, hoy estamos entre enojados y deprimidos, vemos solo lo negativo y trágico. Sabiendo que quizás no se tocó fondo aún, vengo a plantearles otro punto de vista basado en tres conceptos

1. Todos los que estamos aquí y ahora sabemos que no podemos esperar mucho de nuestra dirigencia política, menos de nuestra dirigencia sindical y mucho menos de la justicia. Están donde están y hace mucho tiempo ya, solo para cuidar los intereses de sus cúpulas. No podemos esperar mucho de ellos. Tenemos que valernos por nosotros mismos, cuidar cada uno muy bien su metro cuadrado.

2. Todos los que estamos aquí y ahora sabemos que necesitamos hacer el duelo sobre lo que se perdió y saber que por más que nos lamentemos ya no vamos a poder volver el tiempo atrás. Solo nos queda mirar adelante.

3. Siempre después de una mega crisis viene un período de recuperación. Si uno espera algo muy malo, pero muy malo, pero muy malo... si luego resulta que solo es malo será un alivio. ¿Cómo podemos reinventarnos? El mundo cambia constantemente, pero la velocidad del cambio es tan rápida que hasta incluso nos da tiempo de subirnos a un nuevo ciclo. El desafío es prepararse para producir y vender bienes y servicios a los sectores a los que les va bien.

El Nasdaq está por cumplir medio siglo. Fue fundado en 1971. En 1986, mientras nosotros festejábamos el golazo de Maradona a los ingleses, nacía el índice Nasdaq 100. Valía 100 puntos y lo integraban 100 empresas. ¡¡¡Hoy vale 10.600 puntos!!! Ellos evolucionaron (aquí, seguimos festejando los goles). La suma de Apple, Netflix, Microsoft, Amazon, Google, Facebook y ahora Tesla representa más del 55% del Nasdaq. Son los siete valores que más subieron estos años. A estas empresas se las llama FAANGS.
Este dato nos marca oportunidades de negocios conocidos, ya viejos pero efectivos. Esas empresas representan logística, entretenimiento, educación y aplicaciones simples de usar. Gana el que crea productos que le facilitan la vida a la gente. Los individuos gastan cada vez más dinero en bienes y servicios que les permiten ganar tiempo, desde una mopa a una aplicación que indique los lugares que están abiertos y tienen la mercadería que uno necesita.
Las nuevas organizadoras de logística dan empleo precario, pero dan trabajo. Habrá que acostumbrarse a menos estabilidad laboral, pero con más independencia. Aprendamos que con regulaciones más estrictas al trabajo, incluso al teletrabajo, solo se obtiene más informalidad, con ello menos aportes previsionales, con ello más déficit fiscal, con ello más inflación, con ello menos salario.
La nueva tendencia son las empresas GRANOLAS (Acrónimo ideado por Goldman Sachs, por las iniciales de Glaxo, Roche, ASML, Nestlé, Astra Zeneca y SAP. Representan una nueva fuente de oportunidades. Los individuos cada vez gastan más en salud, estética, imagen, alimentación sana y sistemas de seguridad informática. Utilizan cada vez más las redes, son autónomos, transversales, se informan a través de pares y, sobre todo, son anárquicos.
Y hay nuevos consumidores: quienes tienen más de 60 años, con hijos independientes, ahora gastan más en ellos mismos, porque tienen muy presente el valor de la finitud y saben disfrutar mejor la vida. Mientras los dirigentes los tratan como factores de riesgo, ellos salen a trabajar, puesto que su libertad y la dignidad de ganarse la vida pueden más que sus miedos.
La tregua es una película argentina que fue nominada al Oscar. Está basada en una novela homónima del escritor uruguayo Mario Benedetti. Narra la vida de Martín Santomé, (Héctor Alterio) un hombre viudo y cercano a jubilarse que se enamora perdidamente de una compañera de trabajo, mucho más joven que él, llamada Laura Avellaneda (Ana María Picchio). El protagonista, Martín Santomé, solo tenía 49 años. Piero hoy tiene 72 años; él está igual, pero cuando tenía 24 años nos regaló la canción Mi viejo (la letra la compuso su compañero José Tcherkaski). Millones de personas se la han dedicado a sus padres con lágrimas en los ojos: “Es un buen tipo mi viejo que anda solo y esperando, tiene la tristeza larga de tanto venir andando, …, es que creció con el siglo, con tranvía y vino tinto. Viejo, mi querido viejo ahora ya camina lerdo, como perdonando al viento”. Lo paradójico es que el viejo, “que ahora ya camina lerdo”, en aquel entonces tenía alrededor de 50 años. ¿Entienden? 50 años atrás, en el mismo momento en que nacía el Nasdaq, una persona de 50 años era considerada vieja. Hoy, una persona de 80 años anda en rollers, usa pantalones chupines o calzas ajustadas y es parte del grupo de runners. Ellos representan una segunda adolescencia, diría el genio de Facundo Manes.
Señores, tenemos que producir cosas para este sector etario, arriesgan, gastan y tienen buen gusto. Incluso, ya no se visten: se decoran. Más diseño y menos producción en serie. Además, la “nueva normalidad” los llevó a usar Instagram, Twitter y, de vez en cuando, algún Tik Tok. Por cierto, sugiero venderle a esta generación recordatorios de las claves que usan para las aplicaciones, y señales para encontrar dónde olvidaron su celular.
El otro sector que consume mucho porque no tiene incentivos para ahorrar está representado por los que tienen hoy menos de 30 años. Nacieron en la década del 90. Ellos no vieron atajar penales a Sergio Goycochea ni conocieron un proceso militar; nunca aportaron a una AFJP, no saben del 1 a 1 y nunca vieron el programa Tiempo nuevo. Vivieron más tiempo en default, no conocieron Messenger, no saben qué era una Commodore 64 y mucho menos saben que Adriane era la mujer de Rocky. Van a vivir en promedio unos 110 años y, por eso, para ellos la vida es el presente y no tienen capacidad de ahorro. Piensen en jóvenes que gana $100.000 de sueldo
(US$800), una fortuna. Imaginen que pueden ahorrar la mitad. Eso representa US$5000 por año: necesitan 20 años para comprarse un dos ambientes. O sea, cuando tengan la edad de empezar a caminar lerdo, recién ahí se podrán comprar su primera vivienda... Imposible, prefieren gastar y no ahorrar. A venderles ropa, aplicaciones, zapatillas, lo que sea para que sientan confort rápido y, aunque sea, fugaz.
Los SUM de los edificios se convertirán en business centers o en salones para co-working. Se descentralizará la ubicación de los bares, kioscos y cervecerías. Los monopatines eléctricos serán más buscados que los autos. Se pagará más por aplicaciones para verse mejor. De hecho, Zoom ya fabrica computadoras con tres cámaras, al mejor estilo set de televisión.

Conclusión: uno puede ser culpable por lo que hace, pero también por lo que NO hace. Entiendo claramente los peligros que plantea la economía real. El alto desempleo frena cualquier impulso de aumento de consumo, debilita las ventas de las empresas y la recaudación de impuestos del Estado, generando más desempleo y un círculo vicioso.
No tenemos otra que pelearla. No hay plan B, nos vamos a tener que arreglar usando nuestro olfato, asumiendo riesgos y estando abiertos a nuevas tendencias. Y, sobre todo , no depender de nadie. Nuestros padres y abuelos, luego de haber atravesado pandemias y guerras mundiales, en las que incluso falleció el 30% de la población mundial, con mucho pero mucho menos construyeron un mundo mejor para nosotros. Tenemos la inmensa suerte de vivir en un país sin problemas religiosos ni étnicos, sin catástrofes naturales, extenso, con un gran clima. Si no salimos mejores de esta crisis, es solo culpa nuestra.

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