martes, 4 de agosto de 2020

FERNANDO RUIZ ANALIZA


Las víctimas de los halcones
ADEPA – Fernando Ruiz
Fernando J. Ruiz
Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral
Si ya tenés una larga experiencia en tu vida laboral es que viviste el Rodrigazo, la crisis de 1981, la hiperinflación, el 2001 y la debacle actual. Ya sabés que los golpes económicos argentinos no son caídas, son nocauts. Y, si creés que zafaste de las garras de esos cinco colapsos económicos y sociales, no te la creas mucho porque vendrá una sexta. Imaginate entonces los de abajo cómo estarán.
A pesar de la sucesión de nocauts, es imposible no emocionarse cuando se ve el esfuerzo enorme de las familias que en su chaperío hogarizado de barrio humilde cuidan a sus hijos frente a las mil tormentas que los acosan. Nacidos en las cavas de la subciudadanía política, social y económica, ni ellos ni sus padres tuvieron oportunidades. Otros, en cambio, las tuvimos todas. Y podríamos decir que, quienes han tenido buena luna en su llegada al mundo, entre las oportunidades que tienen está la de ayudar a los que arrancaron sin suerte. Pero “mantener la mirada hacia el pobre es difícil”, dijo el papa Francisco hace unas semanas. Y ahora se trata de una mirada política, no solo humanitaria. Nadie se puede sentir bien, agregó Francisco, “cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra”.
Por eso, en América Latina, hay que escuchar más y renunciar rápido a una visión de país ideal. Hay que hacer el país posible con tus antagonistas. Es la era de la soberanía del diálogo, donde la grieta es contra los que no quieren cruzar la grieta. Se trata de construir un país de mínimos, con respeto a las instituciones. Y ya sabemos que, desde México hasta la Argentina, los momentos más plenos de la historia coinciden con el cierre de conflictos persistentes. Habría que intentarlo. No creamos que sabemos cómo van a reaccionar personas con las que nunca hablamos. Los dialoguistas no son ingenuos ni cómplices si defienden su identidad real al mismo tiempo que rompen con la voluntad de no convivir con su antagonista.
Es la política la que tiene que crear las condiciones para iluminar a esas personas que hoy son sombras, y evitar el fracaso constante que nos hunde en el darwinismo social. Pero su lógica divisiva bloquea los esfuerzos. Ahora lo que ocurrió en la región es que si un gobierno decidió cuarentena estricta, la oposición pide liberar; y si el gobierno optó por liberalización, la oposición pide cuarentena. No importaba si eran derecha o izquierda –Bolsonaro en Brasil o López Obrador en México– la lógica fue la misma. La desconfianza siempre es motor de la política. Y ya lo decía François Guizot, gran político francés del siglo XIX, “la oposición gobierna sobre la parte del pueblo que desconfía del gobierno y aspira a cambiarlo”.
El 3 de marzo tuvimos nuestro primer caso de Covid-19 y luego los distintos países fuimos entrando como fichas de dominó a una cuarentena para gestionar el riesgo y evitar tener que gestionar el pánico. Incluso algunos países de la región iniciaron cuarentena domiciliaria sin haber tenido un solo caso en el país. El público ya estaba cansado de esperar cuando empezó a llegar el famoso pico. Es como en esos partidos donde la concentración de los jugadores fue muy larga; o cuando los estudiantes se quedan sin dormir los días previos al examen; son situaciones donde se abandona por cansancio. Y ese tedio excita la disputa política. En varios países de América Latina la riña política buscó cuarentenas de países cercanos para tirarles al gobierno de turno. De todas formas, para la hora del Covid-20, si aprendimos algo es que la cuarentena se suaviza si tenemos internet. Podemos superar la distancia social y la inmovilidad con la presencialidad digital. Pero, si se desconecta esa red mágica, ni Dios nos mantiene un día enclaustrados. El mundo soporta una pandemia mucho mejor que un apagón de la red. Esto sería una noche muy oscura.
Otro caso es la presencialidad política. En la pandemia, la gestión de los líderes es frenética. En una entrevista con Joaquín Morales Solá, el Presidente dijo que su número de celular lo tiene todo el país, y hasta los argentinos varados le reclaman a su Whatsapp. El esquema radial fue marca de época del presidente Kirchner, pero ahora es radialidad más Whatsapp, más virtualidad, más un ritmo de trabajo frenético en una situación de pandemia mundial. El vértice supremo de la decisión de las políticas públicas vive una aceleración extraordinaria. Pero esa velocidad afecta directamente la política pública, lo que es propio de una crisis de esta magnitud.
Ese decisionismo desciende en forma difusa a los niveles inferiores del Estado. Cada semana, la “burocracia del nivel de calle” parece comenzar con una instrucción diferente, y así la política pública es necesariamente errática. El Estado, desde este punto de vista, es gelatina. Depende así, más que nunca, del apoyo de la sociedad, que es quien coopera con su buena voluntad a la difícil ejecución de las políticas públicas. En la pandemia solo hay obediencia si hay consenso. También Guizot prevenía que “el poder está a medias vencido cuando el público juzga que está equivocado”.
Cuando Thomas Hobbes diseñó en 1651 la portada de su libro político clásico Leviathan parece haber puesto dos médicos en la frontera de la ciudad cuidándola de la peste. Se entendería así que esa protección la pensó como una de las funciones esenciales del Estado. Y hoy lo vivimos así en todo el mundo. Nuestros Estados democráticos juegan su legitimidad en la forma en que inducen la acción colectiva de sus millones de personas. Pero los gobernantes democráticos están conduciendo al filo del autoritarismo, y entienden bien que se los puede acusar en el futuro de abusos que luego la mayoría ciudadana negará desde su anonimato social haber promovido. Por supuesto, las democracias no deben temer. Prevalecerán sin duda. Solo tienen que confiar en sí mismas. Y aquí es importante decir que el periodismo es una de las instituciones necesarias para alentar esa confianza o dilapidarla.
Además, la democracia ofrece mayor flexibilidad que los autoritarismos entre los niveles de gobierno. En la reacción contra el avance del virus, la cooperación multinacional perdió terreno frente a los gobiernos nacionales, estos frente a los provinciales, estos frente a los municipales y, si es necesario, ya hemos visto que se entra en la etapa barrial de la reacción. Las democracias tienen el imán de la política en la base y, los autoritarismos, en la cúpula.
El tablero del acuerdo está disponible. La imaginación pública necesita, quizás en primer lugar, construir la escalera que saque a los hundidos, incluso pensando alguna forma de renta universal mínima. También ha quedado expuesto que el AMBA es una realidad política no gobernada que exige un rediseño de sus límites políticos en su relación con la provincia de Buenos Aires. Pero la paradoja del consenso es que los acuerdos solo son creíbles si participan los halcones. Por eso, los que están atrapados en la fría sombra de la pobreza quizás no lo saben, pero su futuro depende de que los generales de la política se abstengan de seguir obteniendo dividendos de la grieta.
Cada semana la “burocracia del nivel de calle” parece comenzar con una instrucción diferente
Así, la política pública es necesariamente errática

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