domingo, 2 de agosto de 2020

HOMENAJE A RENÉ FAVAROLO


A VEINTE Años DEL SUICIDIO QUE AÚN GENERA PERPLEJIDAD
El célebre cardiocirujano terminó con su vida en medio de la crisis financiera de su fundación, que había crecido con aportes estatales; también sufría rechazo por su relación con una mujer 45 años menor
René Favaloro, un médico audaz y visionario
“Hasta siempre”. Fue la última frase que escribió de puño y letra René Favaloro en la breve nota que adhirió al espejo del baño con indicaciones precisas sobre qué hacer después de que su cuerpo fuera encontrado con su corazón perforado por un disparo certero.
Con la misma meticulosidad que exigía en un quirófano y que lo había guiado en la vida y la profesión, Favaloro preparó la escena de su muerte. Cuando se quedó solo en el departamento cerró la puerta de servicio y dejó la llave puesta. Se afeitó, se duchó, se puso el pijama y escribió una última carta que, junto a otras misivas y documentos, acomodó prolijamente sobre la mesa del comedor. En el baño cerró la puerta y se paró delante del espejo.
El cardiocirujano que en 1967 saltó a la fama al sistematizar el procedimiento del bypass, con el que en los quirófanos de todo el mundo se han salvado millones de vidas, apoyó el revólver sobre el corazón y disparó.
Homenajes - René Favaloro Archivos - Fundación Favaloro
Aquella tragedia, de la que ayer se cumplieron dos décadas, aún genera entre los argentinos perplejidad e interrogantes. Las cartas que el prestigioso cardiocirujano dejó a sus allegados explicando los motivos que lo empujaban a quitarse la vida no alcanzaron para calmar la persistente y perturbadora inquietud que todavía provoca su decisión.
Favaloro se suicidó en la tarde del sábado 29 de julio de 2000. Tenía 77 años y fecha para casarse el mes siguiente con una mujer a la que le llevaba 45 años. La Fundación Favaloro para la Docencia e Investigación Médica atravesaba una delicadísima crisis financiera que había terminado por mellar su autoridad dentro de la institución y le reservaba a él, su mentor, un rol honorario alejado de las decisiones.
Repasar su vida implica reflexionar sobre la dimensión de lo que significó su pérdida. Ese recorrido permite asomarse, también, al funcionamiento del sistema de salud argentino y sus claroscuros, y observar a este médico extraordinario internarse en los senderos muchas veces escabrosos de la política argentina.
Casi un prócer
Favaloro había adquirido una celebridad inusitada, nunca antes alcanzada en el país por una figura del mundo científico, que lo llevó hasta el extremo de ser considerado casi un prócer, además de referente de un pensamiento ético que denunciaba el desahucio moral de la sociedad.
Descendiente de inmigrantes italianos, nació en un hogar humilde de trabajadores en La Plata. Su padre era ebanista y su madre, costurera. Según su acta de nacimiento, nació el 14 de julio de 1923. No obstante, en su familia se asegura que fue alumbrado dos días antes y que se lo anotó el 14 en homenaje al aniversario de la Revolución Francesa, a raíz del ideario con el que comulgaban por entonces los Favaloro. Si bien nunca residió en El Mondongo, se identificaba intensamente con esa barriada popular donde pasó sus primeros años: allí fue a la Escuela 45, forjó amistades y abrazó la pasión futbolera por Gimnasia.
Rene Favaloro, suicidio a corazón abierto - Index Media
Su ingreso al Colegio Nacional Rafael Hernández, dependiente de la Universidad Nacional de La Plata, cambió su vida. Le permitió tener roce con profesores de la talla de Ezequiel Martínez Estrada o Pedro Henríquez Ureña y pares de condición social diferente de la suya. Abrazó la militancia reformista, que profundizó al cursar en la Facultad de Ciencias Médicas, donde fue delegado estudiantil.
Embarcado en ese activismo, conoció la cárcel y la dureza de la represión policial al participar en manifestaciones callejeras.
Apenas graduado, en 1949, su principismo lo llevó a resignar la posibilidad de acceder a su primer trabajo como médico en el Policlínico San Martín de La Plata. No aceptó firmar una adhesión al gobierno peronista. En cambio, se hizo cargo de la salita en un pequeño caserío en la estación de Hipólito Vieytes, partido de Magdalena. Allí estrenó su diploma de médico.
Poco después recibió una carta de Manuel Rodríguez Diez, cuñado de su madre, que vivía en Jacinto Arauz, un pueblo de 2500 habitantes en la provincia de La Pampa. El médico de la comunidad, Dardo Rachou Vega, debía trasladarse a la Capital para un tratamiento oncológico y necesitaba un reemplazo.
En mayo de 1950, con 26 años, viajó a Arauz por unas semanas y se quedó once años. Ahí hizo de todo, desde curar empachos y componer quebraduras hasta asistir partos y luchar contra la mortalidad infantil. Tras la muerte de Rachou Vega decidió, impensadamente, fundar una clínica en medio del campo, que terminó convertida en uno de los centros de referencia de una zona rural desatendida de casi 40.000 habitantes. Lo acompañó Antonia Delgado, la novia platense con la que Favaloro se casó a poco de afincarse allí.
Su espíritu audaz y visionario le permitió advertir antes que otros que las afecciones del corazón se transformarían en una verdadera epidemia global. Marchó a formarse en la especialidad allí donde estaba la vanguardia: la Cleveland Clinic Foundation, en Ohio, Estados Unidos. Tenía 38 años, un inglés rústico y una voluntad de hierro.
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Fueron tiempos de una entrega total, dedicados al estudio y a la experimentación. En la mañana del martes 9 de mayo de 1967, el cirujano platense escribió una de las páginas más importantes en la historia de la cardiología mundial: realizó la primera cirugía programada de revascularización miocárdica y logró sortear la obstrucción de arterias coronarias con el injerto de una vena tomada de una de las piernas del paciente, técnica popularizada como bypass.
La estandarización de esa práctica, a partir de 1968, cambió la historia de la enfermedad coronaria.
En varias oportunidades Favaloro había insinuado su deseo de regresar a la Argentina. Al decidir su vuelta, en 1971, desechó varias propuestas millonarias. Favaloro vino a afrontar un nuevo desafío: se propuso crear aquí un centro de investigación, enseñanza y atención de alta complejidad dedicado al tratamiento de afecciones cardíacas; un emprendimiento de avanzada, similar a la Cleveland Clinic, que ansiaba posicionar como referencia para toda América Latina.
A diferencia de aquel joven recién recibido que había dejado escapar un empleo por no firmar una adhesión al peronismo, este Favaloro había comprendido, a la distancia, que para poder llevar a cabo su proyecto era indispensable el apoyo del Estado, para lo cual debía estrechar y mantener lazos e, incluso, hacer concesiones a los poderes de turno.
Asumió primero como director del Departamento de Diagnóstico y Tratamiento de Enfermedades Torácicas y Cardiovasculares del Sanatorio Güemes, que buscaba incorporar a la institución un servicio de excelencia en el ámbito de la cardiocirugía. Con pragmatismo, supo encumbrarse en la trama del poder desarrollando una especial capacidad para establecer los vínculos necesarios a sus fines, colaborando con todos los gobiernos.
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Así fue dando vida al proyecto de la fundación, creada en 1975, que fue lentamente cobrando cuerpo con el impulso de créditos, subsidios, donaciones y diversas fuentes de recursos, en su mayoría, provenientes del erario. Recién en 1992, durante la presidencia de Carlos Menem, consiguió inaugurar el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, la cara más visible del emprendimiento. En esa etapa, la de mayor sintonía de Favaloro con el poder político, se otorgó al centro de salud un subsidio que fue incluido en el presupuesto nacional.
Recortes
Pronto quedó expuesto que el esquema de sostenimiento de la Fundación Favaloro resultaba ineficaz. En los siguientes años, el recorte fiscal encarado por el menemismo alcanzó a los aportes que el Estado brindaba a la entidad médica. Además, la deuda que le dispensaban las obras sociales, especialmente PAMI y IOMA, se había tornado a todas luces irrecuperable, pese a las denodadas gestiones personales realizadas por el creador del bypass.
El inicio de 1998 había deparado a René un fuerte golpe a nivel personal. El 14 de enero murió su esposa. Más que nunca, su vida se reconcentró en la fundación.
La situación del país estaba lejos de remontar al tiempo que la ruina financiera de la institución se hacía más notoria. En simultáneo, crecía la distancia entre Menem y el gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde. El cirujano terminó colaborando con el IOMA de la provincia y denunció al menemista Víctor Alderete por haberle pedido una coima para liberar la deuda del PAMI.
De pronto, en medio de las dificultades, Favaloro, con 76 años, descubrió en la amabilidad de una de las secretarias primero una compañía y, luego, un amor intenso que le devolvió el ánimo. Diana Truden tenía 29 años. 
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El vínculo fue creciendo a escondidas, acechado por recelos y prejuicios que surgieron tanto en el ámbito laboral como en su familia. Esos planteos, sumados a los reproches internos por el manejo de la fundación, subieron a Favaloro a una montaña rusa emocional.
Cuando Fernando de la Rúa asumió como presidente, a fines de 1999, Favaloro renovó su esperanza de poder cobrar la mayor de sus acreencias, que correspondía al PAMI. Pero el organismo mantuvo la tesitura de resistirse a convalidar la deuda reclamada por la falta de asientos contables para validarla.
Un comité de crisis constituido por un grupo de los principales profesionales de la Fundación Favaloro había tomado las riendas de la situación y dio al célebre médico un ultimátum: había que aplicar sin dilaciones el ajuste que implicaba cientos de despidos, cierre de servicios y un cambio en el esquema financiero. René intentó jugar una última carta. Envió al presidente y a varios funcionarios una nota rogando una ayuda extraordinaria. Las misivas llegaron después de la bala que le perforó el corazón en el baño de su dúplex de Barrio Parque.


Carta escrita por René Favaloro antes de su muerte
Carta escrita por René Favaloro antes de su muerte - El Historiador
Del Dr. René Favaloro
Julio 29-2000 – 14:30 hs.
Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic, está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular) se debió a mi eterno compromiso con mi patria. Nunca perdí mis raíces. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica. La primera etapa en el Sanatorio Güemes, demostró que inmediatamente organizamos la residencia en cardiología y cirugía cardiovascular, además de cursos de post grado a todos los niveles. Le dimos importancia también a la investigación clínica en donde participaron la mayoría de los miembros de nuestro grupo. En lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno.
La mayoría de nuestros pacientes provenían de las obras sociales. El sanatorio tenía contrato con las más importantes de aquel entonces. La relación con el sanatorio fue muy clara: los honorarios, provinieran de donde provinieran, eran de nosotros; la internación, del sanatorio (sin duda la mayor tajada). Nosotros con los honorarios pagamos las residencias y las secretarias y nuestras entradas se distribuían entre los médicos proporcionalmente. Nunca permití que se tocara un solo peso de los que no nos correspondía. A pesar de que los directores aseguraban que no había retornos, yo conocía que sí los había. De vez en cuando, a pedido de su director, saludaba a los sindicalistas de turno, que agradecían nuestro trabajo. Este era nuestro único contacto.
A mediados de la década del 70, comenzamos a organizar la Fundación. Primero con la ayuda de la Sedra, creamos el departamento de investigación básica que tanta satisfacción nos ha dado y luego la construcción del Instituto de Cardiología y cirugía cardiovascular.
Cuando entró en funciones, redacté los 10 mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado. La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados hizo que no nos faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza). Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto.
¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno!
Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica.
Lo mismo ocurre con el PAMI. Esto lo pueden certificar los médicos de mi país que para sobrevivir deben aceptar participar del sistema implementado a lo largo y ancho de todo el país. Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros, (creo desde el año 94 o 95) de 1.900.000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico no a mí directamente).
Si hubiéramos aceptado las condiciones imperantes por la corrupción del sistema (que se ha ido incrementando en estos últimos años) deberíamos tener 100 camas más. No daríamos abasto para atender toda la demanda.
El que quiera negar que todo esto es cierto que acepte que rija en la Argentina, el principio fundamental de la libre elección del médico, que terminaría con los acomodados de turno.
Lo mismo ocurre con los pacientes privados (incluyendo los de la medicina prepaga) el médico que envía a estos pacientes por el famoso ana-ana , sabe, espera, recibir una jugosa participación del cirujano.
Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! ¿De dónde proviene este infundio? Muy simple: el paciente es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. ‘Pero cómo, ¿usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?’. ‘Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe’. El cirujano ‘de real valor’ además de su capacidad profesional retornará al cardiólogo mandante un 50% de los honorarios!
Varios de esos pacientes han venido a mi consulta no obstante las ‘indicaciones’ de su cardiólogo. ‘¿Doctor, usted sigue operando?’ y una vez más debo explicar que sí, que lo sigo haciendo con el mismo entusiasmo y responsabilidad de siempre. Muchos de estos cardiólogos, son de prestigio nacional e internacional. Concurren a los Congresos del American College o de la American Heart y entonces sí, allí me brindan toda clase de felicitaciones y abrazos cada vez que debo exponer alguna ‘lecture’ de significación. Así ocurrió cuando la de Paul D. White lecture en Dallas, decenas de cardiólogos argentinos me abrazaron, algunos con lágrimas en los ojos. Pero aquí, vuelven a insertarse en el ‘sistema’ y el dinero es lo que más les interesa.
La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar. Instituciones de prestigio como el Instituto Cardiovascular Buenos Aires, con excelentes profesionales médicos, envían empleados bien entrenados que visitan a los médicos cardiólogos en sus consultorios. Allí les explican en detalles los mecanismos del retorno y los porcentajes que recibirán no solamente por la cirugía, los métodos de diagnóstico no invasivo (Holter echo, cámara y etc., etc.) los cateterismos, las angioplastias, etc. etc., están incluidos.
No es la única institución. Médicos de la Fundación me han mostrado las hojas que les dejan con todo muy bien explicado. Llegado el caso, una vez el paciente operado, el mismo personal entrenado, visitará nuevamente al cardiólogo, explicará en detalle ‘la operación económica’ y entregará el sobre correspondiente!
La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir ‘no hay camas disponibles’. Nuestro juramento médico lo impide.
Estos pacientes demandan un alto costo raramente reconocido por las obras sociales. A ello se agregan deudas por todos lados, las que corresponden a la construcción y equipamiento del ICYCC, los proveedores, la DGI, los bancos, los médicos con atrasos de varios meses. Todos nuestros proyectos tambalean y cada vez más todo se complica.
En Estados Unidos, las grandes instituciones médicas, pueden realizar su tarea asistencial, la docencia y la investigación por las donaciones que reciben. Las cinco facultades médicas más trascendentes reciben más de 100 millones de dólares cada una! Aquí, ni soñando.
Realicé gestiones en el BID que nos ayudó en la etapa inicial y luego publicitó en varias de sus publicaciones a nuestro instituto como uno de sus logros!. Envié cuatro cartas a Enrique Iglesias, solicitando ayuda (¡tiran tanto dinero por la borda en esta Latinoamérica!) todavía estoy esperando alguna respuesta. Maneja miles de millones de dólares, pero para una institución que ha entrenado centenares de médicos desparramados por nuestro país y toda Latinoamérica, no hay respuesta. ¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente?
Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar.
La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic, le decía al Dr. Effen que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español! Sin duda la lucha ha sido muy desigual.
El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse.
Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al ‘sistema’.
Sí al retorno, sí al ana-ana.
‘Pondremos gente a organizar todo’. Hay ‘especialistas’ que saben cómo hacerlo. ‘Debés dar un paso al costado. Aclararemos que vos no sabés nada, que no estás enterado’. ‘Debés comprenderlo si querés salvar a la Fundación’ ¡Quién va a creer que yo no estoy enterado!
En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil.
No puedo cambiar, prefiero desaparecer.
Joaquín V. González, escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: ‘a mí no me ha derrotado nadie’. Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla.
Estoy cansado de recibir homenajes y elogios al nivel internacional. Hace pocos días fui incluido en el grupo selecto de las leyendas del milenio en cirugía cardiovascular. El año pasado debí participar en varios países desde Suecia a la India escuchando siempre lo mismo. ‘¡La leyenda, la leyenda!’
Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga. Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz.
Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar.
No ha sido una decisión fácil pero sí meditada. No se hable de debilidad o valentía. El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano. Sólo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad.
Estoy tranquilo. Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así.
En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.
En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.
A mi familia, en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco.
Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.
Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.
Un abrazo a todos. René Favaloro

P. M. 

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