miércoles, 29 de diciembre de 2021

SIN ESTRATEGIAS NO HAY PROGRESO


Un país sin estrategia persiste en profundizar su decadencia
Resulta imprescindible e impostergable avanzar y tomar decisiones críticas para el futuro de corto, mediano y largo plazo

Sergio Berensztein
Crisis política , social y económica en diciembre de 2001. Saqueos a comercios de la localidad bonaerense de Moreno. 19 de diciembre de 2001.


Fue un terremoto de enorme magnitud. Así, la crisis de 2001 dejó dos hechos destacables: la supervivencia del sistema democrático y el rechazo a la violencia como método de lucha para algunos actores relevantes. Mirando con frialdad el escenario actual, en especial en términos económicos, sociales, institucionales y culturales, no hay mucho más para rescatar. Tal vez la resiliencia y la creatividad del sector privado, que a pesar de infinitas trabas, de un costo de capital inaccesible y de un entorno incierto y volátil, se las arregla para seguir produciendo, innovando y hasta compitiendo en la región y en el mundo. Lo mismo puede afirmarse de una sociedad civil que, más desigual e injusta en materia económica, experimentó avances significativos en materia de derechos humanos, lucha contra la discriminación y respeto por las minorías.
Sin embargo, la fragilidad institucional y el paupérrimo nivel de nuestra clase dirigente, con muy honrosas excepciones, caracterizan nuestro sistema político y obturan el desarrollo democrático. Asimismo, se suceden casos de violencia política que ponen de manifiesto que aun aquellos logros son demasiado endebles. Más allá de eso, las últimas dos décadas permiten comprender la importancia de cuestiones que, si bien no son nuevas, se agravaron considerablemente, pueden empeorar en el corto y el mediano plazo y constituyen los motores poderosos y constantes que profundizan nuestra larga decadencia y producen este torrente denso de pesimismo y desesperanza que impregna el debate social e informa los comportamientos y decisiones de una ciudadanía cada vez más atribulada y perpleja.
La Argentina carece de consensos básicos acerca de los tres mecanismos más importantes que, de acuerdo con la experiencia histórica de Occidente en los dos últimos siglos, regularon de forma imperfecta, no lineal pero con notable impacto positivo en términos de expansión de derechos, beneficios de la libertad y mejora material de sociedades con muy diferentes antecedentes culturales y religiosos: capitalismo, Estado y democracia. Lamentablemente, nuestros déficits en cada uno de ellos son enormes, además de los vínculos demasiado viciosos que los unen. La buena noticia es que hasta ahora nunca intentamos un debate franco y genuino para acordar los lineamientos fundamentales para el desarrollo político, económico y social.
Son demasiados los interrogantes que debemos develar. ¿Cómo vamos a fomentar de manera rápida y efectiva la creación de riqueza para salir de la intolerable situación actual de pobreza y marginalidad? ¿Cuál es nuestra estrategia para integrarnos de manera inteligente y sustentable a una economía global cada vez más exigente y competitiva, preservando el poco empleo formal que aún tenemos? ¿Cómo pensamos reducir de forma drástica el costo del capital en un país con un sistema financiero raquítico y con un sector público que desplaza a los privados absorbiendo el poco crédito disponible? ¿De qué manera reconstruiremos la infraestructura física e institucional para dotar al país de los recursos fundamentales para desarrollarse de manera integral y equitativa, incluyendo el fortalecimiento y la puesta en valor de nuestras fuerzas armadas y de seguridad? ¿Podremos en los próximos diez años proveer agua potable, cloacas y una disposición apropiada de los residuos para al menos toda la población urbana? ¿Cuánto tiempo nos llevará recomponer nuestro sistema educativo como uno de los mejores de la región, si no de los países emergentes? ¿Y el sistema de salud? ¿Cómo vamos a transformar este aparato estatal elefantiásico, caro, incapaz, hiperburocratizado y a menudo corrupto en un Estado con capacidades efectivas para responder a los desafíos de esta época, en especial en términos regulatorios, pero a la vez ágil, austero, eficaz y transparente, basado en tecnologías de última generación y con un personal formado y bien retribuido? ¿Seremos capaces de diseñar una política tributaria lógica, que amplíe la base imponible con una carga fiscal sensata, desaliente la informalidad y genere incentivos para que las provincias y los municipios sean parte de la solución y no del problema? ¿Cómo pensamos fortalecer la democracia, mejorar el sistema de votación, transparentar en serio el financiamiento de la política en general y de las campañas en particular, fortalecer la sociedad civil y garantizar la plena independencia de los tres poderes? El listado podría continuar durante varias páginas y las prioridades serían objeto de discusión. Pero si de algo no caben dudas es de que la mayoría de estas dimensiones nunca fueron debatidas como corresponde, por lo que resulta imprescindible e impostergable avanzar y tomar decisiones críticas para el futuro de corto, mediano y largo plazo en todas ellas.
A partir de la segunda posguerra, algunos países europeos (ocurrió lo mismo en las últimas décadas en nuestra región) recurrieron a los consejos económicos y sociales para debatir algunos de los asuntos inherentes a esos mecanismos. Habiendo experimentado situaciones traumáticas, en algunos casos llegando a guerras civiles, y ante la necesidad de lograr algunos acuerdos fundantes para reconstruir sus respectivas sociedades, fueron reduciendo los umbrales de desconfianza entre las partes y generando a la vez un alargamiento de los horizontes temporales tanto de los actores involucrados como del conjunto de la sociedad: en un entorno más previsible, acotando los espacios de incertidumbre, es más sencillo formar y reproducir capital social, el elemento más importante para cementar un tejido social. Repitiendo el viejo error de “importar” o adoptar instituciones que funcionaron en otras latitudes sin antes resolver las cuestiones de fondo (como había ocurrido antes por ejemplo con el Consejo de la Magistratura), la Argentina finalmente creó hace un tiempo su propio Consejo Económico y Social. Con una inaudita salvedad: fueron excluidas por el Gobierno las fuerzas de oposición.
Puede comprenderse que una coalición tan heterogénea y contradictoria como el FDT necesite ponerse de acuerdo internamente sobre cuestiones esenciales antes de promover debates hacia el conjunto de la sociedad. También es cierto que no es la primera vez que el peronismo intenta resolver sus fuertes conflictos de poder dentro del propio aparato del Estado. Pero es inconcebible que un gobierno pretenda debatir en serio cualquier política pública, mucho menos los mecanismos más críticos para promover y distribuir poder y riqueza, a partir de una concepción tan sesgada y corporativista, excluyendo a los partidos opositores.
Cuando faltan menos de dos años para que podamos celebrar las cuatro décadas ininterrumpidas desde el retorno al orden constitucional, resulta vital definir una estrategia-país que nos permita salir de esta larga y angustiante decadencia y no declamar, sino trabajar con tesón y sentido común para construir una patria más próspera, justa, libre y soberana. De manera plural y reconociendo la diversidad de intereses y visiones que caracterizan a nuestra sociedad. En un clima de respeto por el pensamiento del otro. Como si fuésemos un país civilizado. Es decir, avanzando todos juntos.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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