viernes, 15 de abril de 2016

SOMOS NI MÁS NI MENOS QUE PADRES..LO DEMÁS VIENE SOBRANDO


DICE SERGIO SINAY
La maternidad y la paternidad requieren presencia y paciencia. La primera, para acompañar y guiar el proceso que convierte a los hijos en personas autónomas, capaces de decidir y de elegir con responsabilidad -es decir, facultados para responder a las consecuencias de esas decisiones y elecciones-, e instrumentados para desenvolverse en el mundo. Y paciencia para comprender que esos hijos son individuos inéditos, que no están hechos a imagen y semejanza de las expectativas de sus padres. Es necesario ser paciente, para asumir esta comprobación, para no reaccionar intempestiva y emocionalmente ante ella, para continuar con la presencia nutricia y orientadora y, finalmente, para afrontar la desilusión al tiempo que se celebra la singularidad de cada hijo.



Presencia no significa sobreprotección ni estar a sol y a sombra sobre los hijos. Maternidad y paternidad son procesos de aprendizaje también para los padres. Y una de las principales materias que se deben aprender trata sobre la distancia a la que mantener el liderazgo del vínculo, establecer los límites que todo ser en crecimiento necesita y brindar un amor que riegue, pero no ahogue.

Suele ocurrir que la aspiración de ser los mejores padres para los mejores hijos convierta al proceso de crianza en un padecimiento para adultos que se frustran continuamente y que empiezan a preguntarse si son ellos o sus hijos los que no responden al proyecto. Y padecimiento para los chicos, que ven subir permanentemente la vara que deben alcanzar para responder a lo que se espera de ellos. Algunos alcanzan la marca a costa de su propia identidad, que sacrifican para ser el modelo soñado (y exigido) por sus padres. Otros quedan prisioneros de la culpa por no haber dado respuesta a los padres que tanto se sacrificaron. Y, por fin, otros simplemente buscan la coyuntura y las fisuras por donde escapar, se rebelan.
La exigencia de convertirse en padres modélicos de hijos modélicos es quizás una forma de autoexigencia de los adultos consigo mismos. Y acaso se base en cuestiones no resueltas de su propia vida como hijos. Aunque se dirija a los hijos como una prueba de amor, no es ése el tipo de amor que ayuda a un desarrollo saludable de las potencialidades de los chicos.


Los padres que, aun inconsciente e involuntariamente, pretenden que sus hijos calcen a la perfección en las expectativas que premoldearon para ellos podrían preguntarse si, en el fondo, no están empeñados en una competencia no explicitada con otros padres (incluso los propios) y si no convierten a sus hijos en medios para ese fin. También podría ocurrir que la hiperpresencia obedezca a la necesidad de controlar y verificar que los hijos se transformen en quienes continuarán la saga personal o familiar de los padres. O los que cumplirán los sueños o aspiraciones truncas que éstos tuvieron para sí mismos.
Percibida a tiempo, cualquiera de estas respuestas puede contribuir a modificar actitudes y ayudar a construir un vínculo de crianza que dé los mejores frutos.
El autor escribió el libro La sociedad de los hijos huérfanos
EJEMPLOS DE VIDA
Cuando era muy chica, Marion Forwood, que ahora tiene 49 años, iba caminando sola al colegio. Hoy, como madre de Tomás, de 13 años; de Francisco y Andrés, mellizos de seis, y de Luciano, de cuatro, pasa más horas arriba de su auto que en su propia casa. Los lleva a clases, y después a fútbol, taekwondo y natación. También van a tenis, toman clases de arte y juegan al golf.
Si puede, cuando alguno de los chicos no quiere comer en la escuela lo busca para que puedan estar juntos los 45 minutos que dura el almuerzo. "Todo está cronometrado. Desde hace dos años digo que voy a dedicar las mañanas a hacer algo para mí, pero no lo consigo. Me cuesta muchísimo encontrar ese espacio", dice.
Tal como sucede con muchos otros padres, Forwood se convirtió en lo que los especialistas llaman una "hipermadre". De tan presentes que están en la crianza, se transforman en una suerte de planners de la vida de sus hijos: les organizan la agenda, se convierten en sus choferes, se preocupan de que reciban una formación integral.
Incluso, y no pocas veces, les hacen la tarea o les pintan a escondidas esa lámina de ciencia que tienen que entregar, con un único objetivo: que quede perfecta.
Se trata, advierten los especialistas, de un nuevo modo de sobreprotección, que aparece como consecuencia de una "profesionalización de la paternidad".
"Hoy, muchos padres sienten la presión de ser perfectos. Es un objetivo equivocado. Los chicos no necesitan padres perfectos, necesitan padres presentes. Conectados, pero no «hiperpadres». La sobreprotección atenta contra el nivel de confianza de un chico", apunta Verónica de Andrés, autora, junto a su hija Florencia, de Confianza total para tus hijos (Editorial Planeta), que es el segundo libro entre los más vendidos en el país en la categoría no ficción.


Laura Monte, madre de Martina, de 11 años, y de Guillermina, de ocho, no duda en definirse como una "hipermamá". Pone un ejemplo: la semana pasada, su hija mayor tenía que entregar una lámina. Entonces, ella le buscó información por Internet y se la imprimió en el trabajo. Cuando volvieron a casa, luego de varias actividades, Martina se fue a dormir porque tenía mucho sueño. Monte se quedó a cargo del collage. Al día siguiente, le dio la cartulina terminada a su hija. "Ponele tu nombre y entregala", le dijo.
Los "hiperpadres" suelen hablar en plural sobre sus hijos y las elecciones de vida: "No tomamos gaseosa de noche", "no miramos televisión" u "hoy tenemos prueba de matemática". También se los denomina "padres helicóptero", porque siempre sobrevuelan la vida de sus hijos.
Gestionan la vida familiar como si fuera la organización de una empresa. Están presentes en cada detalle. Exigen de sus hijos lo mismo que la sociedad espera de ellos como padres: perfección.
"El problema es que actúan de padres. Hacen todo lo que ellos creen que un buen padre debería hacer. Llevarlos, traerlos, conseguirles vacantes en los mejores colegios, que hagan un taller de arte con algún artista reconocido... Pero, contrariamente, no ejercen la función parental, que es la base de la integración del yo de sus hijos", detalla Eva Rotenberg, directora de la Escuela para Padres y autora del libro Parentalidades: interdependencias transformadoras entre padres e hijos (Lugar Editorial).
"Ser padres es otra cosa. Es establecer con el hijo un vínculo profundo, es asumir ser esa persona que le va a enseñar el mundo y que lo va a conducir a descubrir quién es. No por llenarlo de actividades el chico va a aprender. Al contrario, un niño que no tiene desarrollada su subjetividad seguramente tendrá problemas para aprender cosas nuevas", advierte Rotenberg.


Profesionales
En el hecho de empujar a los hijos a ser los mejores hijos de los mejores padres -lo que sea que eso signifique-, con las mejores intenciones, quedan algunas cosas en el camino.
"Los cambios culturales respecto de los roles y las tareas en la sociedad y en el hogar impulsaron también una nueva imagen de padre y madre", advierte Carina Lupica, directora del Observatorio de la Maternidad. "Está vigente la idea de maternidad intensiva, que pretende subrayar la exigencia de ser buena madre, entendiendo por tal el ejercicio material de la maternidad personalizada y profesionalizada", apunta.
Ser profesionales dentro y fuera de la casa. Coordinar todo con una precisión suiza. Es decir, esto implica múltiples objetivos y tareas que deben atenderse simultáneamente.
"Si pretendemos profesionalizar la vida familiar, apuntamos a un rendimiento, a una carrera de metas y logros, en lugar de buscar la felicidad", explica la psicóloga y orientadora familiar Adriana Ceballos.
En la primera reunión de padres del año, Romina Deites, diseñadora y madre de Mora, de seis años, recibió una curiosa advertencia: "Por favor, mamis, pase lo que pase, no les hagan la tarea". Miró para todos lados, le causó gracia. ¿A quién se le ocurría? Un mes después, se sorprendió a sí misma, con los lápices de Mora, metiéndole color a una tarea que su hija había completado, pero en blanco y negro.
"La paradoja de la hiperpaternidad es que cuanto más perfecto buscás que sea tu hijo, más inseguro lo hacés -dice Andrés-. Un chico que se tiene confianza tiene el «yo puedo» incorporado. Uno criado con hiperpadres tiene el «mis padres lo harán por mí» incorporado. Y eso es un atentado contra la autoestima."
Hay una regla de oro para evitar caer en la sobreprotección: no hacer por los hijos nada que ellos puedan hacer por sí mismos. "Ayudarlos está bien, pero entrometerse en todos sus asuntos no. ¿Querés ayudarlo? No lo ayudes tanto en todo. Antes de saltar a su rescate, preguntate si eso es algo que él o ella puede hacer solo. Es posible criarlos para que tengan confianza en sí mismos, desarrollen su inteligencia, sean responsables y felices sin estar sobrevolando sus vidas como un helicóptero", concluye Andrés.


En EE.UU., el inicio del debate
La psicóloga estadounidense Madeline Levine fue la primera en usar el concepto de "hiperpadres". A partir de sus experiencias de más de 30 años, constata, sobre todo en una cultura tan competitiva como la de los Estados Unidos, que la paternidad se había convertido en una carrera contra reloj, con una meta clara: el triunfo de los hijos. Levine recomienda ejercer la paternidad de manera menos intensa para evitar que los chicos terminen frustrados por las grandes exigencias de sus padres.

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