viernes, 23 de noviembre de 2018

LECTURA RECOMENDADA,


Las andanzas de un taxista adicto al sexo
Irvine Welsh, autor de ‘Trainspotting’, vuelve a la provocación con ‘Un polvo en condiciones’

Polémico Welsh reconoce que sus personajes son deliberadamente obsesivos. “Para que sea creíble debes sentir su aliento en tu nuca. Cuanto más trabaja él, más vive, menos trabajas tú” (Ana Jiménez)
Como buen provocador Welsh se ha atrevido, incluso, a presentar algunas páginas de su libro cuya escritura toma forma de pene. Un polvo en condiciones (Anagrama) es un despropósito explosivo que resume las aventuras de un taxista adicto al sexo, traficante de drogas y actor porno amateur. Guiños a la escocesa. “Para algunos una ráfaga de libertad, para otros una obscenidad. Desmelenada, lisérgica, escatológica, pornográfica... ha recibido una larga lista de adjetivos.
El escritor ha regresado a Edimburgo, piedra angular de su universo literario. “Pensé que, entre el tema del referéndum de independencia y el huracán al que nadie le hizo caso, era buen momento para volver allí”. Y es allí donde, a su protagonista Juice Terry Lawsin –ya viejo conocido– le detectan un problema de corazón que le obliga a guardar abstinencia sexual. Circunstancia que, evidentemente, lleva muy mal. “Esto de no poder echar un polvo me está volviendo loco. Pero loco de verdad: loco de escuchar voces en la cabeza, loco de tener pensamientos oscuros... loquísimo de remate”.
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Irvine Welsh (Escocia, 1958) creció en un barrio obrero, dejó la escuela a los dieciséis años y cambió de trabajo un montón de veces. A finales de los ochenta volvió a Escocia, se graduó en la universidad y con su primera novela, Trainspotting, tuvo un éxito extraordinario.
Primero escribo de pie y voy del teclado del ordenador al teclado musical; tuve que aislar la sala acústicamente”
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“Un intelectual es alguien que ha encontrado algo más interesante que el sexo”, escribió Aldous Houxley. Y con esa cita se inicia la novela aunque, a priori, no parece que el protagonista esté muy de acuerdo con ella. Incluso su editora le interpela: “¿Es que en el mundo literario no se folla?”. Y el autor, tatuaje en ristre, sello de oro en el anular y mirada meridiana le contesta: “Es compatible, sí. Pero en el caso de Terry hay una desconexión absoluta entre el sexo y todo lo demás. No sólo es un adicto sino que vive dentro del sexo. En la vida real, por suerte, no hay tanto ­enfermo”. Un libro no apto para puristas ni defensores de la corrección más ortodoxa. Trufado de tacos y chistes pornográficos. Alguna mirada crítica feminista le cuestiona. “Desde el año 2.008 vivimos en el foco de esa crisis existencial. Creo que a veces se ha exagerado en las consideraciones de género. Muchos hombres se han beneficiado del mundo patriarcal, ¡es cierto! pero también muchas mujeres. A Trump le votaron muchas mujeres de clase alta. Habrá que reflexionar”.
Su sistema de trabajo es singular. “Construyo a través de la música. Así labro: a cada personaje una música. En una primera fase escribo de pie y voy del teclado del ordenador al teclado musical. Voy pasando, una locura. He tenido que aislarme acústicamente porque los vecinos no lo soportarían. Cuando el personaje ya está maduro paso a la segunda fase”. En la segunda fase necesita silencio. Y en la tercera, como dice él, se socializa. “Es cuando ya voy a los bares y cafeterías a acabar de perfilar lo escrito. A retocar”.
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¿Mi límite? A veces pienso: esto lo va a leer tu madre. Ese es el filtro. Pero en ocasiones ella misma me sorprende”
Cuida especialmente a sus secundarios. “Mi paleta de personajes es como tener una caja de herramientas. A veces los recuperas porque, al próximo encargo, vas a buscar ‘esa’ pieza y no otra.” Ronald Checker -que nos recuerda a Trump- es uno de ellos. “Lo gesté cuando aun no era presidente. ¡Gente sin parangón! Un tipo que no lee, no cocina, no ha escuchado música en su vida... uff”.
¿Dónde está el límite de Welsh? “A veces pienso... esto lo va a leer tu madre. Ese es el filtro. Pero en ocasiones ella misma me sor­prende. Con La vida sexual de las gemelas siamesas me confesó que no le había gustado. Y añadió: ¿y, además, tú qué sabrás de sexo lésbico? Le contesté: ¡espero que más que tú!”.
Y concluye Welsh que las ­mujeres entienden mejor a Terry. “Siempre me dicen ‘ah, ¡yo salí en mis tiempos con un capullo como este! Los hombres, en cambio, se sienten amenazados y me pun­tualizan: ‘Hay tíos así, claro... ¡pero yo no!”.
N. E. 

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