miércoles, 22 de mayo de 2019

MANUSCRITOS,


La educación sentimental

Héctor M. Guyot

Hay un momento de la adolescencia en que uno empieza a descreer de todo lo que viene de los mayores. En especial, de aquellos que además son los responsables de tu educación. Crece entonces la sospecha de que solo te cuentan la mitad de las cosas y de que el resto lo tendrás que descubrir por tu cuenta. Incluso es posible que aquello que te dicen no sea exactamente así. Sobre todo cuando se trata de esas cosas que te conducirán por un camino seguro y señalizado hacia un destino previsible. Se trata de un momento crucial, que te marca para el resto de la vida, pues en ese preciso instante has empezado a pensar por vos mismo. A partir de allí, tendrás ideas propias. Es un descubrimiento inquietante: el mundo se abre enfrente de vos y sentís el impulso de abandonar lo conocido para bebértelo de un trago, pero aún no sabés casi nada de la vida. ¿Puede haber mezcla más explosiva de prepotencia y vulnerabilidad?
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Más allá de ciertas experiencias, en aquella etapa los libros fueron para mí algo crucial. Eran un escape y una aventura, territorio de sorpresas y deslumbramientos en cuya cartografía iba descubriendo mis rasgos. Habrá habido otros que me conmovieron antes, pero el primero que me marcó fueSiddhartha, de Hermann Hesse, la historia del joven que deja el calor del palacio para experimentar los dos polos de la vida en una búsqueda tan mundana como trascendente. 
Resultado de imagen para el guardián entre el centeno de j. d. salinger
Si ese libro prendió en el nervio idealista que suele latir en un adolescente, hubo otro que esmeriló persuasivamente el mundo de los mayores y la noción consagrada de autoridad: El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger (déjenme que lo nombre con el título que le dio la traducción de Alianza de mediados de los años 70). A esos dos se agregaría poco más tarde un tercero, que reclamaba ser leído más en clave poética que literal: En el camino, de Jack Kerouac. Si algo parecido a una identidad se fue urdiendo en mí por aquellos días, de la que hoy acaso queden rescoldos, quizá se deba en grado no menor a la lectura de estos libros. Nada muy original, como se ve, pues fueron libros que marcaron a toda una generación.Resultado de imagen para en el camino de jack kerouac
Muchos años más acá, cuando crecieron mis hijas, me vi preso en una contradicción irresoluble: esperaba que aprendieran a pensar por ellas mismas, pero al mismo tiempo otra parte mía pugnaba por neutralizar preventivamente los riesgos que eso implica. Es decir, quería para ellas más o menos lo que mis padres habían querido para mí (que creciera sano y salvo), pero también quería que se toparan en la biblioteca de casa con algunos libros que las ayudaran a cuestionar lo recibido. Así de esquizofrénico. Por supuesto, la primera lección fue para mí: las cosas nunca se repiten de la misma forma.
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La mayor fue una lectora precoz. Podía quedarse horas enfrascada en la lectura. Con poco más de 12 años, un día tomó Infancia, adolescencia y juventud, de León Tolstoi, y lo liquidó en una semana. A partir de allí se servía de mi biblioteca y a veces hasta de mi consejo para viajar de libro en libro. Pronto, al ver semejante apetito lector, la madre le fue armando una biblioteca propia donde convivían en paz Monteiro Lobato, Cornelia Funke y Michael Ende. La novela de Salinger que a mí me había conmovido tanto le gustó mucho, pero sospecho que sus ideas se fraguaron más al calor de El mundo de Sophia, El misterio del solitario y otras novelas de Jostein Gaarder.
Resultado de imagen para El mundo de Sofia, El misterio del solitario y otras novelas de Jostein Gaarder.
A la menor, en cambio, los libros no la llaman. Heredó una biblioteca llena de libros infantiles y juveniles que le producen la más perfecta indiferencia. Cada tanto me digo que debo empujarla a la lectura con la recomendación de algunos libros. ¿Pero cuáles? ¿Los que a su edad me revelaron algo a mí? Tiene un temperamento musical, de hecho estudia música, y a mí todavía me sorprende que sea capaz de reproducir en su instrumento, siguiendo la partitura, una sonata de Schumann o una partita de Bach. Eso también es leer.
Resultado de imagen para Nastassja Kinski en París, Texas
De todos modos, tiene sus propios modos de escapar de lo previsible. De un tiempo a esta parte, mira cine de autor. Puso una imagen de Nastassja Kinski en París, Texas (una película que yo adoraba de joven) como fondo en su celular. Hace poco trajo a casa Pierrot, el loco, de Godard. 
Resultado de imagen para Pierrot, el loco, de Godard.
¿Qué habrá entendido? Yo, que no la entiendo, le hubiera elegido algo de Jean Renoir o de Vittorio De Sica. Pero se trata de su sensibilidad, no de la mía. Avanza al tanteo, que es la mejor manera de avanzar. Todavía recuerdo cuando yo, a su edad, elegía libros de saldo en la avenida Corrientes. No me movían las recomendaciones ajenas, sino la propia intuición. Buscaba algo y no sabía qué. Pero acertaba, siempre acertaba.

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