Cercano Oriente. La historia del icónico restaurante de Belgrano que nació con el Barrio Chino
La fachada de este clásico de Belgrano
En la década del 90, una familia de inmigrantes abrió este lugar e introdujo sabores que eran desconocidos en nuestro país: por qué se transformó en el favorito de los vecinos
R. R.
A mitad de cuadra, sobre la calle Arribeños, entre dragones de cemento, bazares modernos y supermercados atiborrados de especias, salsas y conservas, el restaurante Palitos se erige como un bastión de tradición dentro del Barrio Chino: un lugar pionero que sobrevivió a las décadas, a las crisis económicas, a los cambios de gobierno, a las modernizaciones de la zona e incluso a la pandemia. Tiene 30 años de vida, y Palitos sigue allí, contando por lo bajo la historia de una familia inmigrante, los Chen, que eligieron este país para imaginar un futuro mejor. Es el lugar donde miles de argentinos se enfrentaron por primera vez al reto de dejar de lado el tenedor y el cuchillo, para intentar esa aventura culinaria de llevar a la boca un trozo de comida con tan solo la ayuda de unos palillos de plástico sostenidos entre los dedos índice, pulgar y medio de la mano.
Corría la década de 1980, años turbulentos y eufóricos para el país. La guerra de Malvinas, el fin de la dictadura, la promesa democrática de Alfonsín, la hiperinflación, el rock, el destape. Es en esa Argentina donde en 1982 desembarcó la familia Chen, tras un largo e intenso viaje desde Taiwán, llegando literalmente del otro lado del mundo. Sin conocer el idioma ni la cultura, pero en búsqueda de nuevas oportunidades, Afu y Ahsiang pisaron así el suelo porteño, tan asustados como llenos de esperanza. Venían acompañados de sus hijos, como parte de una primera ola inmigratoria taiwanesa que arribó a la Argentina entre 1970 y 1980.
Uno de los cuadros que adornan el restaurante
Este grupo de inmigrantes fueron los primeros “chinos” (como se los llamó acá) que llegaron al país en cantidad considerable, trayendo sus sabores y su idioma. Para los años 90 se calcula que había ya unos 20.000 taiwaneses en Argentina. “A mis abuelos no les iba mal en Taiwán, pero igualmente decidieron emigrar imaginando que acá podían construir una nueva vida. Tenían amigos en Argentina que les decían que este era un país muy bueno”, cuenta Erik, su nieto.
En su país natal, Afu y Ahsiang eran gastronómicos. Habían trabajado en un hotel y Ahsiang era una gran cocinera. A los dos años de establecerse en Buenos Aires lograron abrir su primer restaurante, al que luego siguieron varios otros. Ofrecían una cocina taiwanesa de sabores y nombres desconocidos para los paladares locales. Por esos años había muy pocos restaurantes así en la ciudad. “Los primeros lugares que abrieron mis abuelos eran chicos, bien simples. En 1988 inauguraron su primer restaurante grande, Hsiang Ting Tang, en Arribeños 2178″, cuenta Erik.
Hsiang Ting Tang marcó un hito en la gastronomía porteña. Sin que ellos lo supieran, estaban colocando una de las piedras fundamentales para que tiempo más tarde naciera allí el llamado Barrio Chino, que pronto se convirtió en un punto de atracción turística de la ciudad de Buenos Aires. Ese lugar marcó también el crecimiento gastronómico de la familia Chen, abriendo los restaurantes Palitos (1994) y Apu (2004), dos lugares que subieron la apuesta con nuevos platos y una decoración y arquitectura que los alejaba de otros restaurantes más turísticos de la misma zona. “Palitos no tiene nada que ver con los precarios barcitos típicos de los alrededores, está todo hecho a nuevo, prolijo y con un decorado tranquilo, con sillas cómodas y nada de farolitos”, escribió la periodista Alicia Delgado en el año 2001, en La Nación Revista. “Todo el sitio huele a cilantro, a frituras con aceite de sésamo, a salsa de ostras, a tamarindo, a jengibre, a curry, a hongos de pino”, acotó el también periodista Abel González en la ya desaparecida revista Tres Puntos. Estas y muchas otras notas cuelgan enmarcadas hoy en las paredes de Palitos, el único de los restaurantes de la familia Chen que sobrevivió a la pandemia, y que tiene ahora a una nueva generación a cargo.
Erik, nieto de los fundadores y encargado del lugar
Erik es hijo único de Yang y de Pablo Chen, nieto a su vez de Afu y de Ahsiang. Nació en Argentina, estudió la primaria en el colegio Ort, sobre la Av. del Libertador, y a los 13 años se fue a vivir junto con sus abuelos a Taiwán, con el objetivo de conocer el país de sus orígenes y mejorar el idioma mandarín. “Antes de irme, era muy común que viniera a comer a Palitos, con amigos de la escuela, y también con amigos de la propia colectividad taiwanesa. Mi tío Apu estaba a cargo de la cocina (él había aprendido de mi abuela), mientras que mi tía y mis padres se encargaban del negocio”.
En Taiwán Erik terminó el secundario y estudió en la universidad, donde eligió la carrera de Negocios. En 2017 decidió volver, para hacerse cargo del restaurante. “Vi una oportunidad, no quería dejar que el restaurante se perdiera. Mis padres y tíos están grandes, mis primos viven afuera. Tengo una relación sentimental con este lugar, es parte de mi vida. Y en estos tres años aprendí muchísimo, del negocio, del manejo del stock, de los platos, de los clientes”.
Palitos es uno de esos restaurantes que atraen todo tipo de público. Siempre hay clientes de las colectividades china y taiwanesa, pero también muchísimos otros que no tienen ninguna relación con Oriente. En las mesas se agrupan familias completas con niños y abuelos, grupos de amigos, parejas románticas. “Nos hicimos muy conocidos gracias a algunos platos que solo nosotros ofrecíamos, como la corvina entera frita con salsa agridulce, ajo y verdeo que preparaba mi tío Apu. Y especialmente el pollo a los tres aromas, con jengibre, ajo y albahaca. Ese es el plato más vendido”, admite Erik.
Los sabores agridulces son un clásico del lugar
El menú incluye desde los platos más exóticos (como la oreja de cerdo guisada o el tendón de vaca) hasta las muy poco originales empanaditas primavera, que poco tienen que ver con la real comida de Taiwán. Pero hay mucho más para pedir: salen muchas sopas con fideos (tienen más de 20 opciones), son tentadoras las carnes servidas sobre planchas de hierro ardientes, hay varias recetas con pato (ahumado, guisado, saltado), con mariscos (como los langostinos al kon pau), se suman opciones con tofu, pollo, carne de vaca y de cordero, pescados y arroces. Todo es casero: desde los caldos a las salsas e incluso los fideos de las sopas se amasan allí mismo.
Entre los habitués hay miembros de las comunidades china y taiwanesa pero también gente que no tiene ninguna relación con Oriente
“La pandemia nos impactó muy fuerte. Estuvimos un año cerrados, luego empezamos con delivery de platos envasados al vacío, algo que nunca antes habíamos hecho. Al principio había mucho miedo y prejuicio, al ser chinos creían que traíamos la enfermedad con nosotros. Pero por suerte algunos clientes fueron muy fieles y empezaron a pedirnos, para ayudarnos a sobrevivir. En el barrio son muchos los que se fundieron. Ahora ya volvimos al salón (algunos nos piden para take away) y estamos recuperando el nivel de ventas”, concluye Erik. Para quien no se anime a sostener los kuaizi (palillos chinos en mandarín), en Palitos cuentan con una gomita que los sostiene juntos, para que sea más fácil de aprender. Porque de eso se trata este restaurante: de un lugar que se abre a sus clientes, a los de siempre y a los nuevos. Una muestra de esa Buenos Aires inmigrante, que está siempre en evolución.
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