Basta de plazas, por favor
La proliferación de actos y movilizaciones con dineros públicos es otro indicador del deterioro institucional y de la lamentable cultura política que impera en la Argentina
Desde tiempo inmemorial, las plazas han sido centro de actividad política, de discusiones, celebraciones o reclamaciones.
En Atenas, ocurrían en el ágora; en la antigua Roma, en el foro. Y en nuestro país, en la Plaza de Mayo.
Fue Plaza Mayor cuando Juan de Garay fundó Buenos Aires (1580); cambió su nombre por Plaza de la Victoria en 1808, luego de las Invasiones Inglesas, pues allí ocurrieron la Reconquista y la Defensa. Adoptó su nombre actual en 1884, al demolerse la Recova vieja, en recuerdo de aquel viernes lluvioso, cuando el pueblo quiso saber “de qué se trata”.
La Plaza de Mayo fue testigo de la asonada liderada por San Martín, Alvear y Monteagudo, que terminó con el Primer Triunvirato el 8 de diciembre de 1812. Y vio llegar una carroza, tirada a pulso por federales, con el retrato de Rosas, cuando recibió la suma del poder público, el 13 de abril de 1835.
En la plaza ocurrieron también hechos dramáticos, como las ejecuciones públicas, desde tiempos coloniales. No con guillotina como en la Plaza de la Concordia parisina, sino con horca, garrote vil o fusilamiento. Así, el pueblo de Buenos Aires presenció las muertes de Martín de Álzaga (1812) y de los hermanos Reinafé (1837), presuntos asesinos de Facundo Quiroga. El 16 de junio de 1955 también hubo muertes en la plaza, pero llegadas desde el aire, luego del bombardeo que no logró derrocar al entonces presidente, Juan Domingo Perón.
En la historia argentina reciente, la Plaza de Mayo se encuentra asociada al peronismo. Sus momentos culminantes fueron el primigenio 17 de octubre de 1945, cuna de la lealtad peronista; el discurso de despedida de Eva Perón, el 1º de mayo de 1951, y también el último discurso de su viudo, el 1º de mayo de 1974, cuando echó a los Montoneros, pretendiendo fijar una tardía divisoria de aguas.
Durante sus años en Italia (1939-1941) Perón quedó cautivado por Benito Mussolini, por su liderazgo populista y sus discursos desde el Palacio Venecia, que luego emuló con maestría. Hasta el dictador Leopoldo Galtieri quiso aprovechar esa tradición cuando logró llenar la misma plaza el 2 de abril de 1982, luego de tomar las islas Malvinas.
Sin duda, fueron las Madres de Plaza de Mayo, con sus célebres pañuelos blancos y sus marchas silenciosas, quienes le dieron la mayor difusión internacional, desde sus comienzos, en 1977, hasta su afiliación kirchnerista, décadas más tarde.
Quizás una de las mayores movilizaciones espontáneas en apoyo de un gobierno fue la del 10 de diciembre de 1983, día de la restauración de la democracia, cuando Raúl Alfonsín juró como presidente de la Nación y habló desde el Cabildo ante una plaza repleta y jubilosa, cerrando su memorable discurso con el Preámbulo de la Constitución. El peronismo de los años menemistas introdujo la frivolidad, la pizza y el champagne. La propia Madonna, en su papel de Evita, fue filmada en el célebre balcón de la Casa de Gobierno que da a la plaza, el 10 de marzo de 1996, utilizando 4000 extras vestidos como en 1940. Con esa puesta en escena, comenzó el uso teatral de la plaza, con artificios electrónicos, música y traslados masivos, con cientos de ómnibus estacionados en las inmediaciones, para todas y todos. Como en los festejos del Bicentenario, en 2010.
Cuando los trabajadores cruzaron el Riachuelo en bote o a nado para llegar a la plaza y meter “sus patas en la fuente”, en 1945, lo hicieron en forma espontánea. Por aquel entonces, los sindicalistas, como Cipriano Reyes, no contaban con los enormes recursos que ahora tienen los gremios para movilizar a sus prosélitos con ómnibus, choripanes y viáticos. Los aportes compulsivos que engordan las cajas sindicales fueron una creación posterior, mediante su homologación en convenios colectivos a cambio de apoyos políticos. Tampoco manejaban las obras sociales, entregadas a los gremios por el dictador Juan Carlos Onganía en 1970, fuente de sobreprecios y retornos jamás auditados.
Cuando hay tufillo de dineros públicos de por medio, sea que vengan de cajas chicas o de cajas grandes, de organizaciones sofundado ciales subsidiadas o de sindicatos únicos, las movilizaciones oficialistas se desnaturalizan y se convierten en pantomimas al servicio del poder. Más parecidas a las convocadas por Fidel Castro en la Plaza de la Revolución o por Nicolás Maduro en la Plaza Mayor de Caracas.
Actualmente, en la Argentina solo conservan vigor espontáneo las manifestaciones por consignas específicas, las marchas opositoras o las distintas variantes de “indignados” como en el resto del planeta.
Nuestro columnista Carlos Pagni acuñó una feliz metáfora respecto de los dos recientes actos en la Plaza de Mayo, el de Alberto Fernández, el 17 de noviembre, y el de La Cámpora, el 10 de diciembre: “Cristina y Alberto se tiran con plazas”. Se trató de una exhibición de fuerzas, en una interna del Frente de Todos, ajena al interés y angustias de los argentinos. La plaza utilizada como indicador endogámico de adhesiones y disensos, de espaldas al resto del país y, paradójicamente, al clamor ciudadano.
Ante el drama de la pobreza creciente, a pesar de la represión de tarifas, combustibles y boletos de transporte, Precios Cuidados, dólar “pisado” e insostenible emisión de pesos y de letras, a Cristina y Alberto solo se les ocurre tirarse con plazas. Competir en demostraciones de fuerza, potenciadas con choripanes y anabólicos de fondos públicos, cajas negras de movimientos sociales y “bolsillos de payaso” sindicales. A diferencia del 17 de octubre de 1945 o del 10 de diciembre de 1983, en las plazas de Cristina y Alberto, nadie paga nada de su bolsillo. Todos los recursos son extraídos a la población, de una manera o de otra.
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, nadie dijo una sola palabra acerca de la privación de derechos que condena a 3.800.000 chicos pobres, carentes de correcta alimentación, acceso a la educación, vivienda y cloacas que, según Unicef, padece la Argentina y que castiga a casi la tercera parte del total de niños.
La vicepresidenta volvió a dejar bien claro qué poco le importa el dramático momento que atraviesa la Nación. Para ella, lo único relevante son sus causas judiciales: “Vinieron con togas de jueces y medios hegemónicos para juzgar, no en los juzgados, sino primero en los medios”, mientras José “Pepe” Mujica dormitaba, ajeno a las angustias penales de Cristina.
La batalla por el poder dentro de la coalición gobernante, en escenarios públicos y privados, solo ahonda la desconfianza y acelera la marcha hacia un futuro cada vez más incierto. Al borde del default con el FMI, la Argentina requiere palabras medidas y consensos colectivos para cambiar el rumbo, generar confianza y crear empleo privado, el gran ordenador social.
Basta de movilizaciones artificiales, con recursos públicos, con anabólicos sindicales, con desvío de subsidios sociales. Dejen la plaza para la participación, el debate, la demanda y las celebraciones espontáneas, como en el resto del mundo democrático.
Seguir tirándose plazas es seguir disputándose un liderazgo carente de programas y sin otro sustento que el de una caja cada vez más flaca. El cerco que separa la histórica plaza de la Casa Rosada pretende proteger al poder, siempre dispuesto a saltarlo a conveniencia para compartir los halagos de los propios en torno del monumento nacional más antiguo de la ciudad. Tan antiguo como el espontáneo fervor ciudadano que brilla por su ausencia en los últimos actos.
¡Basta de tirarse plazas, por favor!
Las movilizaciones oficialistas se convierten en pantomimas al servicio del poder. Más parecidas a las convocadas por Fidel Castro en la Plaza de la Revolución o por Nicolás Maduro en la Plaza Mayor de Caracas
A diferencia del 17 de octubre de 1945 o del 10 de diciembre de 1983, en las plazas de Cristina y Alberto nadie paga nada de su bolsillo. Todos los recursos son extraídos a la población, de una manera o de otra
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, nadie dijo una sola palabra acerca de la privación de derechos que condena a 3.800.000 chicos pobres, carentes de correcta alimentación, acceso a la educación, vivienda y cloacas que, según Unicef, padece la Argentina y que castiga a casi la tercera parte del total de niños
La batalla por el poder dentro de la coalición gobernante en escenarios públicos y privados solo ahonda la desconfianza ciudadana y acelera la marcha hacia un oscuro futuro
Fue Plaza Mayor cuando Juan de Garay fundó Buenos Aires (1580); cambió su nombre por Plaza de la Victoria en 1808, luego de las Invasiones Inglesas, pues allí ocurrieron la Reconquista y la Defensa. Adoptó su nombre actual en 1884, al demolerse la Recova vieja, en recuerdo de aquel viernes lluvioso, cuando el pueblo quiso saber “de qué se trata”.
La Plaza de Mayo fue testigo de la asonada liderada por San Martín, Alvear y Monteagudo, que terminó con el Primer Triunvirato el 8 de diciembre de 1812. Y vio llegar una carroza, tirada a pulso por federales, con el retrato de Rosas, cuando recibió la suma del poder público, el 13 de abril de 1835.
En la plaza ocurrieron también hechos dramáticos, como las ejecuciones públicas, desde tiempos coloniales. No con guillotina como en la Plaza de la Concordia parisina, sino con horca, garrote vil o fusilamiento. Así, el pueblo de Buenos Aires presenció las muertes de Martín de Álzaga (1812) y de los hermanos Reinafé (1837), presuntos asesinos de Facundo Quiroga. El 16 de junio de 1955 también hubo muertes en la plaza, pero llegadas desde el aire, luego del bombardeo que no logró derrocar al entonces presidente, Juan Domingo Perón.
En la historia argentina reciente, la Plaza de Mayo se encuentra asociada al peronismo. Sus momentos culminantes fueron el primigenio 17 de octubre de 1945, cuna de la lealtad peronista; el discurso de despedida de Eva Perón, el 1º de mayo de 1951, y también el último discurso de su viudo, el 1º de mayo de 1974, cuando echó a los Montoneros, pretendiendo fijar una tardía divisoria de aguas.
Durante sus años en Italia (1939-1941) Perón quedó cautivado por Benito Mussolini, por su liderazgo populista y sus discursos desde el Palacio Venecia, que luego emuló con maestría. Hasta el dictador Leopoldo Galtieri quiso aprovechar esa tradición cuando logró llenar la misma plaza el 2 de abril de 1982, luego de tomar las islas Malvinas.
Sin duda, fueron las Madres de Plaza de Mayo, con sus célebres pañuelos blancos y sus marchas silenciosas, quienes le dieron la mayor difusión internacional, desde sus comienzos, en 1977, hasta su afiliación kirchnerista, décadas más tarde.
Quizás una de las mayores movilizaciones espontáneas en apoyo de un gobierno fue la del 10 de diciembre de 1983, día de la restauración de la democracia, cuando Raúl Alfonsín juró como presidente de la Nación y habló desde el Cabildo ante una plaza repleta y jubilosa, cerrando su memorable discurso con el Preámbulo de la Constitución. El peronismo de los años menemistas introdujo la frivolidad, la pizza y el champagne. La propia Madonna, en su papel de Evita, fue filmada en el célebre balcón de la Casa de Gobierno que da a la plaza, el 10 de marzo de 1996, utilizando 4000 extras vestidos como en 1940. Con esa puesta en escena, comenzó el uso teatral de la plaza, con artificios electrónicos, música y traslados masivos, con cientos de ómnibus estacionados en las inmediaciones, para todas y todos. Como en los festejos del Bicentenario, en 2010.
Cuando los trabajadores cruzaron el Riachuelo en bote o a nado para llegar a la plaza y meter “sus patas en la fuente”, en 1945, lo hicieron en forma espontánea. Por aquel entonces, los sindicalistas, como Cipriano Reyes, no contaban con los enormes recursos que ahora tienen los gremios para movilizar a sus prosélitos con ómnibus, choripanes y viáticos. Los aportes compulsivos que engordan las cajas sindicales fueron una creación posterior, mediante su homologación en convenios colectivos a cambio de apoyos políticos. Tampoco manejaban las obras sociales, entregadas a los gremios por el dictador Juan Carlos Onganía en 1970, fuente de sobreprecios y retornos jamás auditados.
Cuando hay tufillo de dineros públicos de por medio, sea que vengan de cajas chicas o de cajas grandes, de organizaciones sofundado ciales subsidiadas o de sindicatos únicos, las movilizaciones oficialistas se desnaturalizan y se convierten en pantomimas al servicio del poder. Más parecidas a las convocadas por Fidel Castro en la Plaza de la Revolución o por Nicolás Maduro en la Plaza Mayor de Caracas.
Actualmente, en la Argentina solo conservan vigor espontáneo las manifestaciones por consignas específicas, las marchas opositoras o las distintas variantes de “indignados” como en el resto del planeta.
Nuestro columnista Carlos Pagni acuñó una feliz metáfora respecto de los dos recientes actos en la Plaza de Mayo, el de Alberto Fernández, el 17 de noviembre, y el de La Cámpora, el 10 de diciembre: “Cristina y Alberto se tiran con plazas”. Se trató de una exhibición de fuerzas, en una interna del Frente de Todos, ajena al interés y angustias de los argentinos. La plaza utilizada como indicador endogámico de adhesiones y disensos, de espaldas al resto del país y, paradójicamente, al clamor ciudadano.
Ante el drama de la pobreza creciente, a pesar de la represión de tarifas, combustibles y boletos de transporte, Precios Cuidados, dólar “pisado” e insostenible emisión de pesos y de letras, a Cristina y Alberto solo se les ocurre tirarse con plazas. Competir en demostraciones de fuerza, potenciadas con choripanes y anabólicos de fondos públicos, cajas negras de movimientos sociales y “bolsillos de payaso” sindicales. A diferencia del 17 de octubre de 1945 o del 10 de diciembre de 1983, en las plazas de Cristina y Alberto, nadie paga nada de su bolsillo. Todos los recursos son extraídos a la población, de una manera o de otra.
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, nadie dijo una sola palabra acerca de la privación de derechos que condena a 3.800.000 chicos pobres, carentes de correcta alimentación, acceso a la educación, vivienda y cloacas que, según Unicef, padece la Argentina y que castiga a casi la tercera parte del total de niños.
La vicepresidenta volvió a dejar bien claro qué poco le importa el dramático momento que atraviesa la Nación. Para ella, lo único relevante son sus causas judiciales: “Vinieron con togas de jueces y medios hegemónicos para juzgar, no en los juzgados, sino primero en los medios”, mientras José “Pepe” Mujica dormitaba, ajeno a las angustias penales de Cristina.
La batalla por el poder dentro de la coalición gobernante, en escenarios públicos y privados, solo ahonda la desconfianza y acelera la marcha hacia un futuro cada vez más incierto. Al borde del default con el FMI, la Argentina requiere palabras medidas y consensos colectivos para cambiar el rumbo, generar confianza y crear empleo privado, el gran ordenador social.
Basta de movilizaciones artificiales, con recursos públicos, con anabólicos sindicales, con desvío de subsidios sociales. Dejen la plaza para la participación, el debate, la demanda y las celebraciones espontáneas, como en el resto del mundo democrático.
Seguir tirándose plazas es seguir disputándose un liderazgo carente de programas y sin otro sustento que el de una caja cada vez más flaca. El cerco que separa la histórica plaza de la Casa Rosada pretende proteger al poder, siempre dispuesto a saltarlo a conveniencia para compartir los halagos de los propios en torno del monumento nacional más antiguo de la ciudad. Tan antiguo como el espontáneo fervor ciudadano que brilla por su ausencia en los últimos actos.
¡Basta de tirarse plazas, por favor!
Las movilizaciones oficialistas se convierten en pantomimas al servicio del poder. Más parecidas a las convocadas por Fidel Castro en la Plaza de la Revolución o por Nicolás Maduro en la Plaza Mayor de Caracas
A diferencia del 17 de octubre de 1945 o del 10 de diciembre de 1983, en las plazas de Cristina y Alberto nadie paga nada de su bolsillo. Todos los recursos son extraídos a la población, de una manera o de otra
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, nadie dijo una sola palabra acerca de la privación de derechos que condena a 3.800.000 chicos pobres, carentes de correcta alimentación, acceso a la educación, vivienda y cloacas que, según Unicef, padece la Argentina y que castiga a casi la tercera parte del total de niños
La batalla por el poder dentro de la coalición gobernante en escenarios públicos y privados solo ahonda la desconfianza ciudadana y acelera la marcha hacia un oscuro futuro
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