miércoles, 29 de marzo de 2017

LECTURAS RECOMENDADAS



Las redes tienen eso. Desde hace un tiempo sigo en Facebook una página dedicada a Marguerite Yourcenar. No hay información sobre quien la publica ni desde dónde lo hace; solamente la regular aparición de frases de la escritora, acompañadas de alguno que otro retrato. Tan simple como eso. "Hay que rebelarse contra la ignorancia, la indiferencia, la crueldad", dice Marguerite en algún extracto, y pienso en mi lejana lectura de Memorias de Adriano; recuerdo al familiar que puso en mis manos la versión traducida por Cortázar -siempre hay alguien que marca el camino- y la lectura azorada, la sospecha de que ese texto me quedaba grande, el lento regodeo en palabras, ideas, párrafos con algo de hipnóticos. "Es enamorarse", dice una amiga, buscando definir ese momento iniciático: el encuentro con la lectura, la primera vez que, como un chispazo, la palabra nos toma, nos vuelve inmunes al cálculo, repentinamente adictos a uno, varios, interminables textos.


Parte de esa embriaguez transitaba en la época en que leí Memorias de Adriano. Quizá por eso, redescubrir a su autora en versión fragmentaria y online tuvo algo de regreso a un primer amor textual, arrasador, con algo de incomprensible. Por eso también, cuando supe que en el centro cultural Tierra Violeta se iba a presentar Clytemnestre ou le crime, no dudé en ir a verla.
Fue el sábado pasado. La obra, dirigida por Mónica Maffia e interpretada por la actriz Judith Buchalter, se presentó por única vez antes de viajar al Festival de Teatro de Tema Clásico en Coimbra, Portugal. Directora y actriz apostaron al texto original en francés, y así lo presentaron: la cadencia de las palabras de Yourcenar en toda su plenitud y, al fondo de un escenario más que austero, la proyección de la traducción al castellano. El resto, territorio de la actriz. Con el cuerpo atenazado por unas cuerdas que simulan cadenas, Buchalter es Clitemnestra y es mujer y es animal enjaulado: enorme, su voz recrea el mito -la reina de Micenas que mata a su esposo, Agamenón, con la complicidad de su amante Egisto-, desafía a los jueces que más parecen temerle que intentar sentenciarla, despliega todos los matices de la pasión. De la ternura al odio, del dolor a la ferocidad, de la seducción a la venganza, Clitemnestra -y, a través de ella, Yourcenar- muestra los rostros múltiples, devastadores y terribles de lo humano. Por sobre todo, el rostro de lo femenino enfurecido.
"Fue porque no la miró." Tras finalizar la obra, en la breve charla que se dio con el público, la directora destacó la razón por la cual la Clitemnestra de Yourcenar asesina a Agamenón. La obra no habla de una mujer decidida a sacar del medio al marido para disfrutar a sus anchas de un amante joven. Del comienzo al fin, Clitemnestra exhibe una llaga, y esa llaga tiene nombre: Agamenón. Egisto es más niño que hombre; en las manos de la reina, se vuelve un mero recurso para recordar la juventud del marido largamente ausente.


Pero los barcos de Agamenón al fin regresan de Troya y Clitemnestra se siente morir de deseo: ansía las manos del marido, incluso a riesgo -así se lo confía a los jueces- de morir estrangulada, culpable de adulterio. Sola en el escenario, pura voz, aullidos y brazos que cargan cadenas, Buchalter hace que casi podamos ver la escena. Agamenón regresa al palacio, saluda a Egisto, enlaza la cintura de la jovencita que trae desde la otra punta del mundo, se sienta a comer. No mira a su mujer.
Ocurre hoy; ocurría en la antigua Grecia: la indiferencia, y no el odio, es la verdadera contracara del amor. Clitemnestra lo sabe. Y hunde la daga en el cuerpo del hombre para quien ya no es nada, hasta descubrir que, aun muerto, él seguirá siéndolo todo.
La obra es abismal, bella, cruel. Deja un sabor como de maravilla y de espanto. La literatura lo hizo de nuevo.


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