Respeto por la vida humana
Son dignos de admiración los padres que, aun sabiendo que el hijo por nacer tendrá pocas posibilidades de vida, lo traen al mundo
Hace poco tiempo se conoció el caso de una embarazada norteamericana a cuya hija por nacer se le diagnosticó anencefalia, enfermedad terminal que, en la enorme mayoría de los casos, conduce a la muerte del bebe muy poco tiempo después del parto.
La información periodística reportó que, anoticiada de la situación por el médico, la madre tardó unos pocos segundos en decidirse a seguir adelante con el embarazo, en la certeza de que, ante la inevitable muerte de su beba, podría donar algunos de sus órganos para trasplantes o para investigación.
La niña que dio a luz llevó el nombre de Eva. Las conmovedoras palabras de la madre fueron: "Eva tendrá vida, aunque sea corta, donará todo lo que pueda y hará más en su tiempo en la Tierra de lo que yo jamás he hecho".
En nuestro país se han producido casos similares en virtud de la misma enfermedad. Los padres también eligieron llevar adelante la concepción y priorizar la vida del bebe, cualquiera fuese el tiempo del que dispusiera, seguros y convencidos de que la misión que la naturaleza, la ley o la convicción religiosa les imponían era no decidir la muerte de nadie, sino anteponer la posibilidad de dar vida.
El bebe anencéfalo padece una enfermedad y no por ello, obviamente, deja de pertenecer al género humano. Es fruto de la fecundación humana, tiene forma humana y desde el momento mismo de la concepción es un ser único e irrepetible, con genética propia claramente diferenciada, llamado y destinado por su propia naturaleza a desarrollarse dentro del vientre materno para, luego, nacer.
Ante la preocupación que alguno pudiera esgrimir, cabe señalar que las madres de estos niños no sufrieron ningún trauma, más allá del lógico pero natural dolor por la pérdida de un hijo a quien se cobijó en las entrañas, con el consiguiente duelo propio de sus progenitores.
Resulta por demás positivo haber respetado el principio de no dañar a otro, de no matar, en especial cuando la triste pérdida se resignifica, como sucede en el caso de la donación de órganos, permitiendo que otras vidas sean posibles o que mejoren su calidad.
Son dignos de admiración estos ejemplos de padres capaces de sublimar el propio dolor para defender en cualquier circunstancia la cultura de la vida frente a quienes predican tan insistente como tristemente la de la muerte. Respetar la individualidad irrepetible y la dignidad del ser vivo que se lleva en el seno hasta su alumbramiento, aun cuando la ciencia pueda pronosticar un pronto final, habla de que ese bebe es concebido como persona, nombrada, capaz incluso de hacer el bien. Aunque finalmente sus padres deban llorar su pérdida. Ojalá muchos pudieran tener tan elevada calidad de sentimientos.
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