jueves, 29 de junio de 2017

DOS ESPECTÁCULOS RECOMENDADOS


Una cuestión de mística y ensueño, y psicodélica
LOS ESPíRITUS / Presentación de agua ardiente
/ Con: Santiago Moraes (guitarra y voz), Maxi Prietto (guitarra y voz), Miguel Mactas (guitarra), Martín Fernández Batmalle (bajo), Pipe Correa (batería), Fer Barrey (congas, percusión) y Francisco Paz (percusión) / Grupo invitado: Orquesta Típica Fernández Fierro / Funciones: viernes y sábado en El Teatro de Flores 
Mística. De eso se trata. Eran tantas las expectativas para la presentación en sociedad de las canciones de Agua ardiente, el tercer disco de Los Espíritus (a esta altura ya candidato a uno de los mejores lanzamientos del año) que las entradas estaban agotadas para las dos funciones que el grupo ofreció el viernes y el sábado en El Teatro de Flores desde hacía días. "Parece Cemento en 1988", se escuchó por ahí. Y lo que impacta no es sólo el fenómeno de convocatoria, sino el estado de efervescencia creativa que transmite el grupo apenas pisa el escenario.
De fondo, como toda escenografía, la portada del disco diseñada por el notable ilustrador Santiago Pozzi (factótum del taller de serigrafía Imprenta Chimango) cobra vida en forma de GIF animado en estado de loop. Esa lava volcánica funciona como metáfora exacta del momento de la banda liderada por los guitarristas y cantantes Santiago Moraes y Maxi Prietto. La combustión instantánea de esa dupla compositiva, sostenida por una banda que incluye una tercera guitarra (Miguel Mactas), al bajista Martín Fernández Batmalle, y el ritmo encarnado por el baterista Pipe Correa, el conguero y percusionista Fer Barrey y el maraquero y percusionista Francisco Paz (baterista de Mambo Surf).
Quizás estos shows marquen el momento exacto en que las canciones comienzan a transformarse en himnos. El marco espiritista de estos conciertos, que mutan a rituales, es esencialmente psicodélico. Mandan el cuelgue, la contemplación magnética y un baile levemente ondulante, pero emerge el pogo. El comienzo, a telón cerrado, es con una jam que deriva en "Huracanes", primer opus de Agua ardiente. Así comienzan un trip con la carga hipnótica del dub, pero con tracción a sangre, que actualiza la retórica de Moris y Manal, con el blues como uno de varios hilos conductores. Guitarras con acordes cargados de reverb, ritmos latinos que conectan el sonido de la Reina del Plata con las venas abiertas de América latina, atmósferas de bolero y de cierto estilo melódico deudor de Roberto y Erasmo Carlos (acaso en sintonía, también, con los Babasónicos de Infame). Y dos poetas, Prietto y Moraes, que son candidatos a convertirse en los Manzi y Discépolo del siglo XXI, aplicando a la vida cotidiana problemáticas filosóficas y existenciales. Ahí está "Perro viejo", ese maravilloso aguafuerte del barrio porteño de La Paternal, como un update del "Avellaneda Blues" de Javier Martínez. (La arrolladora performance de la Orquesta Típica Fernández Fierro como grupo invitado le otorgó coherencia estética a un acto que podría ser un mero formalismo, pero que termina por configurar una de las mejores versiones del sonido actual de la ciudad.)
Casi ni hablan entre tema y tema. Por eso, cuando Santiago anuncia, escueto, "éstas son las canciones de Agua ardiente", pensamos que si este recital se transforma en bootleg, esas frases aparentemente intrascendentes tienen destino de clásico, porque recuerdan las pequeñas intervenciones del Indio Solari que aprendimos de los casetes piratas que circulaban en los 90.
En esa cruza porteña y flashera entre Roberto Arlt y Raymond Carver, entre los adoquines y los libros coloridos de la editorial Anagrama, entre el sonido valvular y el retro actualizado de la cultura hipster, entre el fernet y el aguardiente antioqueño, entre las jams extensas que parecen una experiencia mántrica donde se cocinan lentamente el clímax musical y la contundencia de hits como "Lo echaron del bar" o "Jesús rima con cruz", reside el encanto de Los Espíritus. Tienta decir que son la banda del momento, pero hay algo que trasciende cualquier fenómeno de convocatoria y que se extiende como un murmullo apenas suena el último acorde. "¿Cuánto falta para el próximo show?" O, quién dice, la próxima misa. Cuestión de mística.
H. I.


Los golpes de Clara / Texto y actuación: Carolina Guevara / Dramaturgia y dirección: Leandro Rosati / Música original: Mariano Travella / Escenografía: Alfredo Aguirre / Vestuario:Julieta Grinspan / Iluminación: Víctor Guidoli / Sala: Osvaldo Pugliese, C.C. Cooperación, Corrientes 1543 / Funciones: sábado, a las 20.30 /Duración: 50 minutos 


Los golpes de Clara entran como piña. En un contexto teatral donde las obras sobre, por y para mujeres declaman el dolor de ya no ser (ni lindas, ni jóvenes, ni miradas, ni mantenidas, ni ni ni), la actriz y autora del texto Carolina Guevara apuesta por lo que se tiene y no por lo que falta. Y las mujeres tienen fuerza; y todavía más cuando se juntan; y mucha pero mucha, no saben cuánta, violencia acumulada.
Clara está separada, tiene dos hijos, se quedó sin trabajo y debe mantener su casa. El ex regatea la cuota alimentaria mientras apoya todas las revoluciones menos la doméstica. La maestra exige puntualidad y colaboración para los actos escolares. Los chicos necesitan cuidados y quieren cosas. El tiempo vuela y hay que correr. En el colectivo, un tipo de traje le toca el culo, ella se defiende, la policía la ningunea y termina presa. Pero logra salir gracias a la presión de mujeres como ella, con y sin hijos, desocupadas o mal pagas, víctimas de machismos y patoteos cotidianos, amigas reunidas por las clases de boxeo, la manera que encontraron para "redireccionar la violencia": lo que empieza en un entrenamiento gratuito termina en la organización de una cuadrilla justiciera contra "tanto jodido suelto".
Primer unipersonal de Guevara, integrante fundadora del grupo de teatro independiente El Bachín, Los golpes de Clara es una tragicomedia con mucho humor para poder afrontar todos los noes que aparecen como respuesta. Como ese puchimball involcable al que Clara, con las manos vendadas y los guantes puestos, pega a derecha e izquierda, bailoteando en derredor y otra vez, se cubre la cara y pega, con su metro 50 y 45 kilos metidos en un vestidito, devuelve y pega. No hay lugar para la meditación ni las terapias alternativas. No se visualiza ninguna abundancia. Hay una mujer que tira golpes mientras pasa lista a los recibidos, agotamiento ancestral reciclado a pura rabia.
El puchimball convive con la mesa y los enseres de cocina, los guantes con el delantal, el ama de casa con la guerrera, la loca con la eficiente: dirigida por un experto en el género varieté como Leandro Rosati, de Los CometaBrás, Guevara salta de un registro a otro, ruge de resentimiento, murmura con el pelo suelto, odia y sueña, crece en el escenario, apropiándose de su personaje y de las voces que la interpelan (amigas, policías, ex, hijos, maestra) como Clara de su vida, que no es tierra de nadie, sino un espacio de construcción, que no es lucha solitaria sino colectiva.
"Somos mujeres fuertes, estamos bien plantadas y ya dijimos basta", dice el rap que canta Guevara, creado por Rosati y Mariano Travella, dos varones que entendieron, a dos años del #NiUnaMenos, que hay dolores que mejor curar a tiempo. Con ese final, muy arriba, termina Los golpes de Clara. ¿Si es una obra feminista? Por supuesto: no hay otra manera de poner el cuerpo.

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