De tanto en tanto nos enteramos, gracias a que algunos famosos y mediáticos anuncian su militancia en ella, que una nueva filosofía espiritual llegó (generalmente desde tierras exóticas y lejanas, preferentemente orientales) portando la fórmula de la felicidad y del fin del dolor y del sufrimiento. Se trata de ejercitarse en una o dos técnicas sencillas y en encontrar y repetir el mantra mágico. Los diferentes gurúes promocionan, cada uno con su propia jerga, más o menos lo mismo: hay que pensar ante todo en uno mismo, perdonarse, amarse, repetirse que todo estará bien y desear algo con la suficiente fuerza como para que se convierta en realidad simplemente por haber sido anhelado.
Acaso esta curiosa espiritualidad no haya dado, a pesar de todo, con la piedra filosofal (mítico producto alquímico también llamado elixir de la vida). De lo contrario no seguiría reapareciendo bajo nuevos nombres y renovadas promesas, al ritmo de estos tiempos en que lo descartable desplaza a lo permanente y lo fugaz a lo estable. Quizá se deba a que la espiritualidad es otra cosa. El doctor Viktor Frankl (médico, psiquiatra y pensador austríaco, padre de la logoterapia, sistema que apunta a la búsqueda del sentido de la propia vida y valores como caminos de realización) señalaba que el ser humano posee, más allá de lo biológico y lo psicológico, una dimensión propia. La espiritual. Esta le permite saber que existe algo más allá de él, que ese algo se manifiesta también en la presencia del otro y que precisamente cuando uno vive para algo y para alguien encuentra su sentido. Lo encuentra, no lo crea.
Desde ya, vivir para algo es diferente de vivir para pasarla bien, sacarse culpas de encima, apoltronarse en rincones confortables de la existencia y desentenderse de lo que ocurre alrededor, en el mundo y a los otros. Significa activar la voluntad de sentido. Esta noción de espiritualidad subraya que cada persona es parte de un todo que ese todo resulta más que la suma de las partes y que no podrá ser ni descrito ni definido, sólo intuido a través de la conciencia (nuestro órgano de sentido, según Frankl). Resulta, entonces, lo contrario de las modas espirituales que al priorizar una interioridad excluyente, refuerzan el narcisismo, el egocentrismo, el individualismo. Y, como consecuencia, no resuelven lo que Frankl llamó neurosis noogena (del griego noos, mente), aquella que surge por problemas existenciales y espirituales vinculados con la frustración de la voluntad de sentido.
Para el médico vienés (autor de El hombre en busca de sentido, La presencia ignorada de Dios, En el principio era el sentido y otras obras), el sufrimiento (que los gurúes neo espirituales proponen erradicar) no es algo a eliminar, sino una de las circunstancias inevitables que la vida propone como fuente de sentido. "Pero sólo lo será -insistía Frankl- bajo la condición de que nunca podrás eliminar el costo del sufrimiento en sí." Es decir que la auténtica espiritualidad reside en la vida como es, no como nos gustaría que fuera. Y esa espiritualidad va más allá de las religiones, aunque las incluya. Es una condición dada a los seres humanos (creyentes o no) para que desarrollen bajo su responsabilidad una existencia que mejore el mundo y no su mundo solamente. La vida, decía Frankl, no te da lo que esperas. Por el contrario, ella espera algo de nosotros. Es la gran diferencia que va de las espiritualidades que ponen al individuo en el centro de un universo autorreferencial, a la espiritualidad trascendente, que le permite ir más allá de sí mismo, hacia algo o alguien, ofreciendo sus valores y vislumbrando su sentido
S. S.
S. S.
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