Una intensa reflexión sobrela historia pasada y presente
Todo saldrá bien (1) fin de Luis / Autor y director: Joël Pommerat / Intérpretes: Saadia, Bentaïeb, Agnès Berthon, Yannick Choirat, Eric Feldman, Philippe Frécon, Yvain Juillard, Anthony Moreau, Ruth Olaizola, Gérard Potier, Anne Rotger, David Sighicelli, Maxime Tshibangu, Simon Verjans, Bogdan Zamfir / Escenografía y luces: Eric Soyer / Vestuario: Isabelle Deffin / Sonido: François Leymarie / Dramaturgia: Marion Boudier / Sala: Teatro San Martín, Corrientes 1530 / Funciones: miércoles a sábados, a las 19; domingos, a las 18 / Duración: 270 minutos
El Complejo Teatral de Buenos Aires abrió su temporada internacional presentando Todo saldrá bien (1) Fin de Luis, una experiencia de la compañía francesa Louis Brouillard bajo la dirección del reconocido autor y director Joël Pommerat, una de las personalidades más destacadas del teatro europeo contemporáneo.
La acción del espectáculo está anclada en los acontecimientos previos a la Revolución Francesa de 1789. El país está sumido en una fuerte crisis económica. El gobierno de Luis no encuentra escapes posibles ante un campo social que comienza a exigir medidas urgentes que conduzcan a recuperar la dignidad de un pueblo sumido en la miseria y que descree de quienes lo conducen.
La reunión de la Asamblea Nacional, de la que forman parte los diferentes estamentos que conforman el estado, resulta una posible solución a la hora de encontrar algunas medidas que ayuden a paliar la situación general.
Luis XVI teme perder su poder frente los dictámenes de los asambleístas. Su negativa se ve desactivada cuando los integrantes del tercer estado, representantes del pueblo, dan el puntapié inicial y comienzan el debate. A ello se sumarán después, el clero y la nobleza.
Todo saldrá bien (1) Fin de Luis es un espectáculo historicista. No existen en él referencias concretas a la Revolución, ni tampoco aparecen en escena los protagonistas de aquella época con sus verdaderos nombres. Sólo se trasladan a escena ciertos hechos y circunstancias para, de esa manera, proponer una severa reflexión sobre la democracia.
Pommerat hace partícipe a los espectadores de las larguísimas sesiones en las que la Asamblea debatirá acerca de cómo organizar una sociedad que está extremadamente polarizada y llegar así a dictaminar las leyes que la saquen de la crisis hasta, finalmente, dar forma a la constitución nacional.
La experiencia es intensa. Cada estrato social buscará imponer su posición y no faltarán las discusiones extremas y hasta asomarán ciertas capas de violencia que llevarán, también, a enfrentamientos físicos.
Mientras esto sucede el pueblo se manifiesta en las calles de París y allí también la violencia va aumentando hasta grados inesperados. Dentro de la Asamblea Nacional los discursos se intensifican mientras resulta muy difícil lograr acuerdos; en el exterior, y ante la falta de claridad respecto de lo que sucede, reina la intranquilidad.
El director genera un juego que resulta por momentos muy atractivo. Adentro, se fortalece la acumulación de pensamientos y palabras; afuera, la agitación, el desasosiego, el desabastecimiento de alimentos y la muerte. Dos mundos se confrontan de manera exaltada y pareciera no haber encuentro entre ellos.
El espectador ingresa, por momentos, en un campo de tedio que Pommerat de inmediato romperá introduciendo algunas situaciones farsescas (el ingreso del rey en la Asamblea, el encuentro de Luis con las mujeres del pueblo) y otras en las que mostrará la intimidad del rey en su residencia. Ellas traerán cierto descanso. Pero no durará mucho. Una y otra vez los asambleístas regresarán a ocupar el centro de la escena.
A nivel interpretativo, la compañía demuestra un notable compromiso. Se entregan a ese juego creativo con mucha convicción. Sobre el escenario de la sala Martín Coronado o ubicados en la platea, ocupando lugares al lado del público, los actores se convertirán en verdaderos reflejos de un mundo político que no siempre demuestra ser sincero; deja ver sus intrigas, alianzas y hasta habrá alguien que necesitará explicitar alguna negociación espuria para mantenerse en su lugar. El pasado y el presente parecerían tener una dolorosa correspondencia.
C. P.
La acción del espectáculo está anclada en los acontecimientos previos a la Revolución Francesa de 1789. El país está sumido en una fuerte crisis económica. El gobierno de Luis no encuentra escapes posibles ante un campo social que comienza a exigir medidas urgentes que conduzcan a recuperar la dignidad de un pueblo sumido en la miseria y que descree de quienes lo conducen.
La reunión de la Asamblea Nacional, de la que forman parte los diferentes estamentos que conforman el estado, resulta una posible solución a la hora de encontrar algunas medidas que ayuden a paliar la situación general.
Luis XVI teme perder su poder frente los dictámenes de los asambleístas. Su negativa se ve desactivada cuando los integrantes del tercer estado, representantes del pueblo, dan el puntapié inicial y comienzan el debate. A ello se sumarán después, el clero y la nobleza.
Todo saldrá bien (1) Fin de Luis es un espectáculo historicista. No existen en él referencias concretas a la Revolución, ni tampoco aparecen en escena los protagonistas de aquella época con sus verdaderos nombres. Sólo se trasladan a escena ciertos hechos y circunstancias para, de esa manera, proponer una severa reflexión sobre la democracia.
Pommerat hace partícipe a los espectadores de las larguísimas sesiones en las que la Asamblea debatirá acerca de cómo organizar una sociedad que está extremadamente polarizada y llegar así a dictaminar las leyes que la saquen de la crisis hasta, finalmente, dar forma a la constitución nacional.
La experiencia es intensa. Cada estrato social buscará imponer su posición y no faltarán las discusiones extremas y hasta asomarán ciertas capas de violencia que llevarán, también, a enfrentamientos físicos.
Mientras esto sucede el pueblo se manifiesta en las calles de París y allí también la violencia va aumentando hasta grados inesperados. Dentro de la Asamblea Nacional los discursos se intensifican mientras resulta muy difícil lograr acuerdos; en el exterior, y ante la falta de claridad respecto de lo que sucede, reina la intranquilidad.
El director genera un juego que resulta por momentos muy atractivo. Adentro, se fortalece la acumulación de pensamientos y palabras; afuera, la agitación, el desasosiego, el desabastecimiento de alimentos y la muerte. Dos mundos se confrontan de manera exaltada y pareciera no haber encuentro entre ellos.
El espectador ingresa, por momentos, en un campo de tedio que Pommerat de inmediato romperá introduciendo algunas situaciones farsescas (el ingreso del rey en la Asamblea, el encuentro de Luis con las mujeres del pueblo) y otras en las que mostrará la intimidad del rey en su residencia. Ellas traerán cierto descanso. Pero no durará mucho. Una y otra vez los asambleístas regresarán a ocupar el centro de la escena.
A nivel interpretativo, la compañía demuestra un notable compromiso. Se entregan a ese juego creativo con mucha convicción. Sobre el escenario de la sala Martín Coronado o ubicados en la platea, ocupando lugares al lado del público, los actores se convertirán en verdaderos reflejos de un mundo político que no siempre demuestra ser sincero; deja ver sus intrigas, alianzas y hasta habrá alguien que necesitará explicitar alguna negociación espuria para mantenerse en su lugar. El pasado y el presente parecerían tener una dolorosa correspondencia.
C. P.
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