jueves, 22 de junio de 2017

LECTURA RECOMENDADA


"Excesos lectores, ascetismos iconográficos", de José Emilio Burucúa
Una vida marcada por los libros
Excesos lectores, ascetismos iconográficos es quizás el libro más accesible de José Emilio Burucúa (Buenos Aires, 1946), historiador del arte, crítico y escritor, integrante de la Academia Nacional de Bellas Artes y profesor universitario. Y es también el más íntimo. Autor entre otros títulos de Historia y ambivalencia, Cartas berlinesas y La imagen y la risa, Burucúa es uno de los intelectuales más notables del país.
En el libro de la colección Lectores del sello Ampersand (que ya publicó un libro firmado por Noé Jitrik y otro por Daniel Link), se presenta una serie de recuerdos de un lector anfibio, de textos y de imágenes, a lo largo de una vida. Excesos lectores, ascetismos iconográficos es la historia de un carácter signado -también se podría decir agraciado- por el don de la lectura. Aunque no sólo eso. En su estilo erudito pero, para usar uno de los términos que él aplica a la prosa de Miguel Cané, para nada "plúmbeo", el autor se remonta a la niñez en el barrio de Almagro, a los primeros libros que leyó y contempló (los tomos de El Tesoro de la Juventud, es decir, una enciclopedia ilustrada) e incluso evoca las advertencias maternas sobre la importancia de la mímesis en la evolución de la historia del arte. "Me costó unos cuantos años de Facultad la superación de un patrón de medida tan trivial para determinar el bien estético", indica, con tierna ironía, el autor y docente.







Ése es sin duda uno de los aspectos que mejor explica el regocijo que provoca la lectura de este libro: la capacidad de combinar apuntes de lectura con las circunstancias personales, el contexto histórico y el desarrollo de una perspectiva única para apreciar imágenes del arte, tesoros de la literatura y misterios de la ciencia. De paso, Burucúa confirma algunos prejuicios que circulan entre los lectores plebeyos. Sobre su formación, durante la adolescencia, en el Colegio Nacional de Buenos Aires, además de rendir homenaje a los que fueron sus maestros, deja caer la siguiente observación: "Me creía un 'paradito sobre la loma', según la expresión de mi abuela". Acerca del adoctrinamiento en las escuelas por parte de los dos primeros gobiernos peronistas (mientras él cursaba la escuela primaria) es irónico y, a la vez, franco sobre su posición política: "He de decir que, si existe un ejemplo de la inanidad de la propaganda política cuando es sólo el Estado su fuente y su sostén, ese ejemplo soy yo". ¿Cuál es la novela más inteligente y disparatada del mundo (sin contar el Quijote) que Burucúa haya leído? Cándido, de Voltaire. ¿Cómo le gustaría despedirse de sus hijos y de este mundo? A la manera emotiva y renuente del gaucho Martín Fierro.
De joven, la vehemencia de Burucúa frustró sus estudios en la carrera de Medicina, cuando se topó con un petulante profesor (egresado del CNBA). Sin embargo, su paso por los claustros lo dotó de una mirada cultivada en textos, que luego empleó en sus escritos sobre el arte de Occidente. Gracias a la lectura de un libro de Víctor Massuh, se apartó del camino de la violencia política, del que, igual que otros jóvenes intelectuales de la Argentina de los años 70, estuvo cerca. El amor por Aurora, su mujer, se refuerza por el placer compartido por la literatura francesa. Todo en la vida de Burucúa parece mediado, explicado o determinado por los libros. En los años de vejez, ese lazo aporta un pathos consciente, que aspira a una sabiduría frágil y siempre en cuestión, menos dickensiano y macarrónico que el que inflamó otros períodos. "Lo cierto es que todo cuanto leo me conduce a ensayar las operaciones de paso al límite", advierte.
Nueve imágenes, tres de ellas de Leonardo da Vinci, demarcan un texto gobernado por los poderes de la letra impresa. Al final, una lista de casi veinte páginas de libros leídos, mencionados y comentados por el autor (constelación en la que reaparecen las firmas de Roberto Calasso, Jorge Luis Borges y Victor Hugo) certifica una afirmación que, al comienzo, anticipaba un perfil intelectual: "Creo que leer ha sido una de las fuentes, ora de mi alegría sustancial, ora de mi consuelo en esta vida".
EXCESOS LECTORES, ASCETISMOS ICONOGRÁFICOS
José Emilio Burucúa
Ampersand
236 págs.
$ 230 

D. G. 





Los días de Jesús en la escuela, de J.M.Coetzee
Nuevas fronteras para la alegoría
Los días de Jesús en la escuela es la segunda parte de La infancia de Jesús, aquella novela publicada en 2013 con la que John Maxwell Coetzee (Sudáfrica, 1940) terminó de desplazar la pulsión alegórica latente en toda su obra hacia una frontera nueva y probablemente definitiva, anclada en lo que podría llamarse una "ficción especulativa". Puesto en coordenadas más puntuales: el Premio Nobel que recibió la literatura de Coetzee en 2003 parecía haber intensificado un giro que iba del realismo de Desgracia -en la que tematiza las derivas crueles del apartheid, de la sexualidad y de la construcción de un legado- hacia temas cada vez más abstractos y filosóficos.



Los días de Jesús en la escuela, por su parte, aterriza sobre cuestiones tan atemporales de la experiencia humana que, de hecho, se libera de asuntos narrativos como el espacio al ubicar la acción en un pueblo arquetípico y postapocalíptico llamado Estrella (al que los personajes llegan tras abandonar Novilla, la ciudad de La infancia de Jesús en la que se reagrupaba la humanidad luego de que todos hubieran olvidado el pasado).
Ese largo trance de la novelística de Coetzee hacia lo "alegórico" es lo que, en parte, se perfilaba ya en las preocupaciones sobre el lenguaje, la naturaleza, la vejez, el amor y la memoria que aparecen en otras novelas posteriores a 2003 como Elizabeth Costello, Hombre lento y Diario de un mal año, o en la autobiografía en tres partes compilada bajo el título de Escenas de una vida de provincias.

Sin embargo, otra parte de ese mismo giro concentró su energía en las variantes del ensayo. Y ahí están los prólogos, las traducciones, los artículos, las entrevistas, las críticas, las conferencias y los epistolarios -como el que publicó con Paul Auster pero, sobre todo, como el que produjo con la psicoanalista Arabella Kurtz, El buen relato- que recuerdan que su obra no es sólo la de un novelista sino también la de un crítico literario, un lingüista y, a fin de cuentas, un "hombre de letras", como aquellos sobre los cuales el propio Coetzee escribió en 2001 en el volumen de ensayos Costas extrañas.
Es alrededor de esta confluencia de intereses y aptitudes, finalmente, donde conviene ubicar una novela de estilo tan depurado como Los días de Jesús en la escuela, cuyo eco religioso funciona apenas como un guiño irónico que recuerda qué tanta crueldad puede desatarse en el mundo cuando las bellas palabras y las buenas voluntades se reúnen con los verdaderos hechos (algo sobre lo cual Jesús de Nazaret sí ha dejado numerosos testimonios).


Tal como terminaba La infancia de Jesús, entonces, en Los días de Jesús en la escuela reaparecen Simón e Inés, aquella pareja fría y asexuada cuyo único lazo se sostiene alrededor de David, un chico extraño y vivaz que ni siquiera es su hijo y al que Simón había encontrado abandonado cuando ya todos habían olvidado el pasado. A punto de cumplir siete años, sin embargo, no logran ubicar a David en ninguna escuela: en algunas se aburre porque es demasiado inteligente y en otras porque se burla de sus maestros; ahora, de hecho, hasta el estoico Simón empieza a sentirse un poco harto de las preguntas ininterrumpidas ("Maite dice que su madre obliga a su padre a ponerse un globo en el pene para no tener otro bebé. ¿Tú te pones un globo en el pene, Simón?").
En tal caso, las opciones educativas en Estrella son acotadas: existe una Academia de Canto y una Academia de Danza. Y es en la Academia de Danza, en la que "cuando estás bailando cierras los ojos y puedes ver las estrellas con la mente", como le cuenta el chico a su padrastro, donde la hermosa profesora María Magdalena y el siniestro preceptor Dmitri van a despertar en "el joven David" ciertas preguntas delicadas sobre la pasión, el deseo, la violencia y la muerte.
Es a partir de ahí, también, que incluso con un ligero humor -que no es precisamente uno de los atributos narrativos más explícitos de Coetzee- se activa una exploración inteligente y por momentos morosa de cuestiones tan clásicas e inagotables como el sentido del aprendizaje y la pedagogía, el despertar del sexo y la dinámica a veces terrible que los efectos del odio comparten con los efectos del amor.

LOS DÍAS DE JESÚS EN LA ESCUELA
J.M. Coetzee
Random House
Trad: Javier Calvo
255 págs.
$ 249

N. M.




Alack Sinner, de Muñoz & Sampayo
El duro que vino de la historieta
El pesado tomo de 700 páginas que reúne todas las historias del policía, detective privado y después taxista Alack Sinner tiene la contundencia de una Biblia. El alivio es la cara en blanco y negro de Sinner ("pecador" en inglés), veterano rubio, casi albino, que muestra en su rostro las marcas de una vida dura, pero al que el dibujante José Muñoz retrata con afecto y fidelidad.



Cuando crearon su ahora famosa historieta, a mediados de los años setenta, tanto Muñoz como Carlos Sampayo eran exiliados. Después de conversar mucho sobre autores de serie negra que admiraban (Raymond Chandler, Ross MacDonald, James Cain), decidieron que el proyecto encajara en la "nueva historieta" que se difundía con éxito y potencia a través de publicaciones "cultas" como las revistas Linus en Italia y Charlie en Francia. El formato permitía audacias y experimentos tanto narrativos como estéticos.


Sólo el primer episodio, "Conversando con Joe", se adapta por única vez a un tamaño de cuadros grandes (para el que estaba pensado inicialmente). A partir de allí, el cómic pasó de dos a tres tiras, con algunos alargues panorámicos. La calidad gráfica y plástica de Muñoz es casi prepotente. A medida que corre el libro los cuadros se van llenando de interiores y exteriores de Nueva York, con una salsa multiétnica, sonora (líneas de rock o de jazz), que sostiene la línea argumental. Lo hacen con hazañas casi barrocas que aprovechan el blanco y negro, y que recuerdan tanto los trazos del artista alemán George Grosz como la plástica popular latinoamericana.
Al principio el relato cumple con los lugares comunes de la Serie Negra (relaciones chirriantes con la policía, mujeres encontradas y perdidas, visión pesimista del tejido social), incluso en los títulos de los capítulos: "El caso Webster", "El caso Fillmore". A partir del largo capítulo "Viet blues", sin embargo, la historieta empieza a abarcar tonos y temas sin ningún límite, incluso de género. La vida de Alack Sinner se cruza con mujeres de peso: la negra Enfer, la polaca y pecosa Sophie. La principal, sin duda, fue la hija, Cheryl, que debe su nombre a un tema de Charlie Parker y protagoniza un largo capítulo donde no niega haber matado a un hombre, aunque tampoco lo confirma.
Otros episodios describen con minucia y delicadeza la relación de Sinner con su padre o proponen un homenaje a la Guerra Civil Española. Las escenas de amor y sexo están recorridas por silencios y delicadezas. Un capítulo de nombre canchero, "La vida no es una historieta, baby", incluye como personajes a los propios Muñoz y Sampayo, en una época y unas revistas donde era frecuente la idealización autobiográfica de "los artistas".


Ahora que la totalidad de la trayectoria de Sinner puede hallarse en un único tomo, sus autores sienten que de algún modo la presencia del personaje ha alcanzado un cierre. Ellos mismos han incursionado en otros álbumes, no sólo por las vidas de algunos personajes secundarios de la serie como protagonistas. También bucearon por una Argentina pasada, en la que desplegaron un homenaje a Cortázar y un extenso álbum, de gran densidad narrativa, sobre Carlos Gardel.
Lo que más impresiona visualmente al recorrer Alack Sinner son los cambios del rostro del protagonista, dotado de una gestualidad personal para prepararse un desayuno, peinarse, batirse a puñetazos y, sobre todo, ir envejeciendo. Muñoz se ha esmerado en pintarlo casi anciano en "El caso USA", un capítulo final que abarca como una telaraña todo lo que sucede en el volumen. Los propios Muñoz y Sampayo han ido madurando a la par de su creación y ya no les parece un gesto de debilidad culminar la saga con Sinner abuelo, mimando a su nieta, mientras dos de los malos de siempre se burlan de él en segundo plano.

ALACK SINNER. Muñoz &Sampayo,Salamandra 702 páginas. $ 595E. E. G.

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