sábado, 16 de junio de 2018

ESCRITORA Y LECTURA RECOMENDADA


Siri Hustvedt: "Los científicos deberían leer más humanidades"
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La escritora revisa su fascinación por la ciencia, reflexiona sobre el #MeToo y cuenta la relación con Paul Auster, su marido
¡Siri! ¡Argentina!", grita Paul Auster luego de atender la llamada telefónica desde Buenos Aires. Siri Hustvedt (Minnesota, 1955), novelista y ensayista, vive en Brooklyn con su pareja, el célebre autor de Leviatán y La música del azar. Con entusiasmo, Hustvedt cuenta que en 2019 se publicará en Estados Unidos e Inglaterra una nueva novela suya. Se llamará Memorias del futuro. Acaba de terminar de escribir, además, un artículo sobre neurociencia y estética que presentará en Berlín y, por primera vez, agrega, escribirá una obra de no ficción poco convencional. Ya tiene previsto el título: El arte y la ciencia de ser una mujer difícil. "Espero que se entienda el chiste", dice.
En la Argentina, mientras tanto, se publicó su primera novela, Los ojos vendados (Seix Barral), que en su momento (1992) mereció el reconocimiento de la crítica estadounidense y de colegas notables como Don DeLillo.
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 Protagonizada por una joven estudiante de Literatura en una Nueva York indiferente y azarosa, la novela de Hustvedt ya contenía el germen de una obra lúcida y sensual. Consagrada con novelas como Todo cuanto amé (2003) y El verano sin hombres (2011), la autora de ascendencia noruega publicó en 2017 un extraordinario volumen de ensayos sobre feminismo, arte y ciencia,La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), donde discute ciertos lugares comunes de la cultura contemporánea.La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Editorial: Seix Barral
La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Editorial: Seix Barral
-¿Cómo vive las últimas conquistas feministas ( #MeToo , Time's Up)? ¿Cree que nos estamos acercando a un momento de igualdad entre varones y mujeres?
-Al menos en parte, #MeToo fue una reacción a la virulenta misoginia del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pero luego se extendió por todo el mundo. Es un paso adelante para el feminismo. A pesar de los intentos de convertirlo en una campaña puritana o antimasculina, creo que el mensaje esencial es simple y se basa en los antiguos principios de la Ilustración: soy dueña de mi cuerpo, sea cual sea mi sexo o género. Tú no y no tienes derechos sobre mi cuerpo sin mi permiso expreso. Si elijo entregar mi cuerpo, lo hago libremente, no porque me obliguen o esté bajo amenaza. Pero el respeto por los cuerpos de las mujeres es solo una parte de la historia.
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¿Cuándo comenzó su interés por las neurociencias y qué le aporta a su tarea como narradora?
-Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que mi fascinación por la neurología comenzó en mi adolescencia, cuando comencé a leer relatos neurológicos de estados místicos: la conexión entre la religiosidad y la epilepsia, por ejemplo. Cuando escribía mi tesis doctoral en la Universidad de Columbia sobre Charles Dickens, comencé a interesarme por los déficits lingüísticos que aquejan a las personas con varios tipos de afasia. Tengo migraña y me interesaron los síntomas y la hipersensibilidad que acompañan la enfermedad. A mediados de la década de 1990, comencé a sentir que, aunque tenía una base sólida en literatura, filosofía, historia y cierta familiaridad con las ciencias sociales, carecía de educación en biología. Mi interés coincidió con una explosión de investigación en neurociencia, y empecé a estudiar. Me tomó años de trabajo, pero tengo un fuerte conocimiento práctico de la neurociencia. La ciencia ciertamente ha entrado en mis historias.
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-¿Recuerda por qué decidió convertirse en escritora?
Sí, tenía trece años. Sucedió a la noche en una casa en Reykjavik, Islandia, donde mis padres habían alquilado una casa para el verano. Estaba leyendo David Copperfield, de Dickens, y me conmovió profundamente. Emocionada, detuve la lectura, caminé hacia la ventana, miré los techos de las casas y los edificios de la ciudad, aún completamente visibles bajo el sol de medianoche, y pensé: "Si los libros pueden hacerle esto a una persona, entonces esto es lo que quiero hacer. Quiero escribir". Empecé en ese entonces y nunca más dejé de escribir.
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-¿Por qué cree que las áreas intelectuales y científicas están tan separadas?
Vivimos en un mundo de creciente especialización: la cultura de los expertos. Hay poco interés en realizar un aprendizaje amplio. Si te pasaste la vida estudiando el hipocampo en el cerebro (vinculado a la memoria) y nunca te molestaste en examinar la historia de la filosofía de la memoria, nadie te objetará. Sin embargo, en mi opinión, tu trabajo será deficiente. Creo que los científicos deberían leer humanidades y los humanistas deberían leer ciencia porque ese aprendizaje ayuda a resolver problemas en sus propios trabajos. Hay razones sólidas para avanzar en la interdisciplinariedad, aparte de que eso hace que las personas sean más completas. Debido a que los métodos de las ciencias y las humanidades son diferentes, porque se basan en supuestos diferentes, la división puede crear alienación y, a veces, enojo. Mi solución es el pluralismo. Es posible ver el mismo problema desde múltiples puntos de vista. No se llegará a una sola respuesta, pero se puede alcanzar lo que llamo "una zona de ambigüedad enfocada", que ayuda a formular buenas preguntas.
Los ojos vendados. Editorial: Seix Barral
Los ojos vendados. Editorial: Seix Barral
-¿Cómo es la vida de una escritora en pareja con un escritor?
-Conocí a Paul cuando estaba en la escuela de posgrado, trabajando en mi doctorado. Él estaba escribiendo su primera obra en prosa, La invención de la soledad. Nuestra compañía literaria e intelectual ha evolucionado a lo largo de los años. 
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Confieso que a menudo me sorprende el sexismo que enmarca nuestra relación, no desde adentro sino desde afuera. Me llevó mucho tiempo entender que el hecho, como lo expresa Paul, de que soy "la intelectual de la familia" no cae bien en la imaginación popular. Aunque publico en revistas académicas y científicas y doy conferencias, esa realidad fue minimizada. Tal descrédito del trabajo de las mujeres no es nuevo. Afortunadamente, esto nunca fue un problema entre nosotros. Me atrevería a decir que si lo fuera, no estaríamos envejeciendo tan contentos juntos.

D. G.

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