martes, 6 de noviembre de 2018

FEDERICO CINATTI Y EL ARTE DE "LA LIBERTAD"


Prensa La Libertad o cómo recuperar la sensibilidad en tiempos digitales
“Soy un híbrido: para los grabadores soy bastante diseñador gráfico y para los diseñadores soy muy grabador”, dice Federico Cimatti de Prensa La Libertad en su taller en el Abasto. En realidad, tampoco es el Abasto: formalmente es el barrio de la Recoleta, pero no hay una identificación real con ese otro lado de la Avenida Córdoba. Es una zona híbrida.
Federico es un imprentero tipográfico, autor de afiches que decoran casas y dialogan en el espacio público. Su trabajo es casi manual, usa piezas de madera talladas en plomo, cada una de ellas es una letra, un número o un signo, e imprime en máquinas de prensa donde coloca la tinta, cambia el papel. Todo el proceso en sus manos. Una tecnología que inventó Johannes Gutenberg en 1500 y que continúa siendo eficaz. Si hoy se puede imprimir en digital o en offset donde todo es automático y está desligada la parte de la impresión con el diseño, en el taller de Federico está todo unido.
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“Disfruto el híbrido porque es una figura que se perdió en la tradición gráfica contemporánea, ese que diseña y materializa la pieza. Cuando entendés la técnica y encontrás una forma propia de hablar, aparece algo, una identidad”, reflexiona.


En su taller tiene, además de los trabajos comerciales por encargo, una serie de afiches de difusión que le dieron notoriedad pública. Pero también encara su trabajo en vínculo con la tradición argentina: hace poco recuperó más de 2.500 piezas tipográficas de un taller de Quilmes y ahora está encarando un catálogo de las matrices que usó el surrealista Juan Andralis en su imprenta Archibrazo, que funcionó en Almagro entre 1964 y 1994.
—¿Qué es Prensa Libertad?
—Es una imprenta tipográfica. La tecnología que uso es impresión tipográfica, que es antigua, si bien uso máquinas del siglo XX. Tengo una maquina italiana de 1949, que imprime en formato muy grande, y una alemana más nueva.
—¿Cómo llegaste a la primera?
—Se la compré a un impresor que cerró su taller hacía varios años, justo detrás de la cancha de Vélez. Solía ir a comprar cosas y la veía ahí atrás, me moría de ganas pero no pasaba por la puerta así que esperé. Tres años después se hizo una remodelación acá en el edificio, la pude entrar, y la compré hace 5 años. Estaba detenida pero andaba. Son máquinas que responden a otro paradigma de producción, lo que se rompe lo veo porque todo está a la vista. Uno es impresor y mecánico, primero para entender la herramienta y no romperla.
—¿Y la alemana?
—Me negaba a comprar esta otra porque es bastante industrial, es automática. En un punto pierdo el contacto del papel, pero si quería emprender otros proyectos tenía que hacerlo. Fue un debate que tuve, caer en algo en lo que yo estaba en contra, pero por otro lado me daba la posibilidad de tener la voz un poco más fuerte, porque me permite mayor productividad. Es de los ‘80, importada en la década siguiente y tiene grabado en qué lado del muro fue hecha, ese detalle me encanta.
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—Hay algo muy manual en ambas máquinas.
—La manufactura es impresión directa. Eso para mí es importante, por eso elijo esta técnica y no otra. Para mí hay una implicancia política sólo en la elección de la técnica. Ya por la carga simbólica: la impresión tipográfica fue una revolución cultural, y también fue una técnica apropiada por un montón movimientos políticos para, en espacios muy chicos, multiplicar un mensaje. Esto es tener un medio. Hay debates que son interesantes en los que me pone esto en relación a qué imprimir.
—¿Qué involucra esa decisión política? No sólo en relación a qué imprimir sino también a la técnica que involucra a tu cuerpo, cosa que no ocurre en tecnologías digitales.
—La sensibilidad, porque al ser impresión directa tiene otras cualidades de terminación que hace que uno tenga una relación y una interpretación diferente del objeto. Esto tiene que ver con acercarte y notar el factor orgánico en que no todas las piezas son iguales, a pesar de que son piezas hechas por una máquina. Igual eso depende de cada uno, hay impresores que van por el lado de la nostalgia, que para mí es una trampa en un punto, porque es alejarse de la carga de la máquina.
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—La máquina vino a sistematizar un medio de producción y hacerlo más rentable
—Exacto. Entonces yo no creo que la impresión tipográfica, o como se dice en inglés, letterpress, esté teniendo un resurgimiento. Hace poco vi una entrevista que (Alejandro) Fantino le hizo al presidente de un banco, un chino, que decía que estaba convencido de que el trabajo manual iba a desaparecer. Entonces lo escuché y comprendí que esto tiene mucho más sentido para mí ahora. Hay que retomar esa sensibilidad a través de elegir determinadas cosas. Yo no reniego de la computadora, pero es una herramienta más.

—La impresión, hoy, es algo donde lo manual casi no tiene participación. Se hace un diseño en Illustrator o Photoshop y pasa todo de computadora a máquina. En tu trabajo hay algo en lo artesanal, en tu presencia humana en la impresión, y también en el mensaje que le da a Prensa La Libertad una personalidad. Hay otros talleres haciendo esto, ¿cómo ves esta dinámica en el rubro?
—Hay algunos talleres. Por ejemplo, Imprenta Rescate hace un trabajo que me interesa porque está haciendo su propia experiencia, está pensándose a sí misma, hasta está buscando una palabra para definirse. Hay talleres que se pierden en la referencia. Yo reniego mucho de definir mi trabajo con la palabra letterpress. Trabajar con la palabra es fundamental. Qué palabras imprimo, cuál es la identidad de la imprenta, con qué palabra me defino. Ahora cumplo 10 años en esto y estoy escribiendo un texto que habla sobre la autogestión. Yo entiendo a la realización a través de un proyecto independiente. Porque ahí se piensa qué se va a reproducir, qué va a continuar y qué no.
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—Tenés algunos hits como el afiche “Insista en construir desde el amor”
—Sí, fue una pieza que tuvo buena difusión. Este año hice una nueva versión que dice “Insista en deconstruir la idea del amor”. Ahora los estoy pensando como una posibilidad más, porque hace poco le cambié el pie al afiche “Despierte usted es parte de la realidad” e hice ejemplares con la pregunta “¿Dónde está Santiago Maldonado?”. Me gusta interactuar con la realidad en causas que me interesan. No responde a leer-tirar, como sí ocurre con otras impresiones.
—¿Pensás estos afiches como una obra artística?
—Lo pienso como una obra, pero no quiero que tenga la distancia de la “obra”. El consumo de arte en Argentina tiene muchas esferas y está muy aislado de la masa. Yo manejo valores que hace tres años no los aumento porque me gusta estar presente, y encontré un modo de sostener mi proyecto con la difusión de información. Ahora estoy empezando a hacer publicaciones, que es algo que no hice nunca.
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—¿Qué tipo de publicaciones?
—De poesía. Hay una terminada con cuatro textos que escribí en algún momento. Fueron cuatro palabras que las usé mucho. Ahora estoy haciendo el texto de los 10 años, es una especie de manifiesto, una mezcla de propaganda y poesía. También estoy haciendo otra publicación de poetas: 9 nueves. El año que viene sacaré un libro de 20 páginas que se llama La reforma agraria de la poesía, de Clara España.
—El afiche es un soporte muy económico que tiene una impronta social por su vínculo con la calle. Además, hay una trayectoria con artistas como Juan Carlos Romero. ¿Se puede ser imprentero sin tenerlo en cuenta a él?
—Cuando me interesé en esto me puse a investigar qué había de impresión tipográfica. Lo había visto muy por arriba en FADU. Descubrí el trabajo y lo conocí. Me guardo las conversaciones que tuvimos, él era un hombre muy generoso y a la vez reservado, cada vez que me iba de su casa la cabeza explotada de conceptos. Después la gente de La Tribu nos invitó a exponer juntos, la inauguración de la muestra fue en su cumpleaños 85. Fue una inspiración inmensa para mí.
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—Él imprimía palabras para generar inquietud en determinados contextos, como los afiches de Violencia en letras negras y fondo amarillo de señalización.
—Sí, su obra es atemporal. Una síntesis que, si bien es coyuntural, siempre estará vigente. Las últimas veces que hablé con él estaba pensando sobre el copyright, él estaba en contra del derecho de autor, a favor de la apropiación.
—¿Vos qué querés generar en el otro cuando imprimís un afiche que dice “Urge ser humano”?
—Eso es muy personal porque se trata de pensar desde dónde uno quiere que el público explote. A mí me interesa que se genere alguna especie de poesía en ese intercambio. No sé si quiero que piense algo unidireccional. Me interesa que la persona que lee mi afiche pueda expandir su margen de autonomía, completar su experiencia. Yo compongo y tomo el riesgo de hacerlo público. Creo que hay que abrir espacios y no pensar tanto en una marca. Lo que pienso sobre la apropiación del espacio público es que a veces hay un afán de enunciar al yo más que pensar el nosotros.

—Hace poco te llamaron para donarte tipos, ¿qué pasó con esa llamada?
—Siempre tuve el interés de recuperar figuras tipográficas. Hace poco un impresor de Quilmes vio un programa que salió en Canal Encuentro y me llamó para ofrecerme unas piezas que estaban en mal estado, porque ya no tenía lugar para tenerlas. Fue toda una odisea conseguir auto para ir hasta allá y cuando llegué ¡eran unos bolsones inmensos!
—¿De dónde eran esas tipografías?
—Eran de una imprenta, Coop, que en los 50 se dedicaba a hacer afiches de boxeo y cuando el auge mermó se volcó a hacer de bailanta. Entonces hay piezas tipográficas hechas de modo muy amateur, y ahí hay una tradición que me interesa.
—¿Cuántas piezas te trajiste?
—Más de 3.000 piezas. Ahora están sistematizadas, pero tardé tres meses en limpiarlas, estaban llenas de barro. Esto tiene que ver con algo que me contó Juan Carlos Romero, que en una de estas imprentas le dijeron que no imprimían con tinta sino con barro, así que mientras limpiaba pensé en esto.
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—¿Qué vas a hacer con todo esto?
—Impreso con barro es un proyecto que estoy por emprender, es un catálogo de algunos signos que tengan una particularidad y que muestren que hubo alguien ahí atrás. Un error, una mutación, convertir una V en A, o tipografías cortadas donde se puede ver el trazo de la persona que lo cortó. La idea es hacer una publicación con una foto de un lado y la estampa tipográfica del otro. Ahí hay una tradición muy fuerte de este oficio.
—¿Y qué estás haciendo con la imprenta de Juan Andralis?
—Juan era un artista argentino que a los 20 años se fue a Francia y llegó cuando el surrealismo estaba surgiendo como movimiento político-artístico. Trajo mucho material y contactos. Abrió una imprenta sobre Mario Bravo que se llamó el Archibrazo. Ahí, además, funcionó la editorial Argonauta. Por ese lugar pasaron un montón de referencias como Jorge Luis Borges, todas las piezas del Di Tella se imprimían ahí. Los padres del diseño gráfico argentino fueron aprendices de él. Estuvo en lugares increíbles.
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—¿Cómo llegaste a esto, lo conociste a él?
—No, él falleció en 94. Conocí la historia en una fotocopia en la facultad y me interesé en él, empecé a hablar con su familia. El edificio donde funcionaba la imprenta fue tomado un tiempo, el material que quedó de imprenta está muy deteriorado, de las máquinas no hay nada, pero sí quedaron las matrices que fueron usadas para hacer la tapa de los libros o ilustraciones. Hoy funciona un espacio cultural, y con el hijo, Pablo Andradis, que es el que lo lleva adelante, tenemos este proyecto de investigación: restaurar las matrices, porque algunas tienen tintas pegadas hace mil años, poner a punto el material y hacer un catálogo fotográfico de lo que hay y de Juan Andralis. Contar lo que ahí pasó.

*Por Romina Zanellato para Almagro Revista. Fotos: Luisa Magdalena.

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