jueves, 28 de marzo de 2019

HISTORIAS DE VIDA Y DE MUERTE, OSVALDO RAFFO


Los últimos días del hombre que hablaba con muertos y asesinos
Un artículo de Rodolfo Palacios que cuenta la vida de Osvaldo Raffo,
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el prestigioso perito forense que se suicidó a los 88 años.
A Osvaldo Raffo le gustaba bromear con la muerte, excepto con la suya. En su casa de dos plantas de San Martín merodeaba la parca, como la llamaba él. Tenía un depósito con expedientes, anotaciones y videos VHS con autopsias. Era un tirador experto.
En los últimos tiempos vivía como un ermitaño. Nunca pudo superar la muerte de su esposa. Pasaba sus días acompañado por Silvia, una mujer que lo cuidaba y le digitalizaba su archivo. Ella lo encontró muerto de un balazo calibre 38. Raffo se suicidó y dejó una nota:
“No soporto más los dolores”.
Tenía 88 años.
Hizo más de 20 mil autopsias, pero la que más lo impactó fue la de René Favaloro, que se suicidó el 29 de junio de 2000 de un balazo en el corazón. “Ese día lloré mucho, y eso que no soy de llorar”, dijo emocionado.
Le dolía ese suicidio más que cualquier asesinato.
Durante seis meses, en 2006, lo visité todos los sábados en su casa. Me ayudó con la biografía de Carlos Robledo Puch, el asesino de once personas que Raffo examinó durante 27 sesiones.
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A sus visitantes les ofrecía masitas finas, café y enseguida le pedía a su mujer que eligiera al azar el video de una autopsia. Las mostraba como un pintor mostraría su obra.
Nunca me voy a olvidar el día que me hizo ver completa la autopsia de las llamadas hermanas satánicas, acusadas por el crimen de su padre en Saavedra. Mientras relataba el procedimiento (se lo podía ver a él con el tradicional delantal celeste), me pedía que comiera.
“Dale, querido, no seas tímido”, decía y seguía con el paso a paso de lo que veía en pantalla. Lo que quedaba del cuerpo de Juan Carlos Vásquez, que fue asesinado de 100 puñaladas por su hija.
La prensa lo llamó el caso de las hermanas satánicas (en referencia a Gabriela y a Silvina Vázquez, aunque la justicia responsabilizó del hecho sólo a Silvina) porque se supone que la homicida vio en su padre la imagen del demonio.
Durante un tiempo, cada vez que cubría un caso policial lo llamaba a Raffo para consultarlo. Siempre daba en la tecla.
Pero la muerte de su esposa lo derrumbó. Casi no atendía el teléfono o si lo atendía, sin cambiar su voz, decía: “El doctor Raffo no se encuentra”.
El hombre que hablaba con muertos y asesinos
En casi 50 años de carrera, Raffo inspeccionó cientos de escenas del crimen, hizo alrededor de 20 mil autopsias y analizó la mente de casi 8 mil criminales.
—Mi padre trabajaba en un matadero. Quizá mi vocación de tanatólogo forense nació al ver tantas vacas muertas– explicó alguna vez.
Desde que se había jubilado como perito oficial de la Suprema Corte de Justicia bonaerense, Raffo casi no salía de su casa, donde vivía rodeado de espadas de samurai, armas antiguas, libros sobre homicidios y explosivos, 500 videos de autopsias y 120 cajas de cartón con recortes de noticias policiales y expedientes de casos.
Otras veces, Raffo mostraba la autopsia que le hizo a Alicia Muñiz, la modelo uruguaya asesinada en 1988 en Mar del Plata por el ex campeón mundial de boxeo Carlos Monzón.
En los videos, Raffo aparecía erguido, rodeado de colaboradores y ante un cadáver. Con un bisturí en la mano y los guantes manchados con sangre reseca. Disfrutaba de esas imágenes con el mismo placer que un pianista escucha las sonatas de Mozart. Nada parecía afectarlo.
Hasta solía hacer chistes negros con su oficio:
—Si algún día te pasa algo, dejale dicho a tu esposa que me llame para hacerte la autopsia. Mejor que te la haga un conocido. ¡Tengo instrumental alemán de última generación! —me dijo una vez mientras soltaba una carcajada.
Hasta hace unos años, la rutina laboral de Raffo consistía en diseccionar corazones, rebanar cerebros como si cortara tajadas de un melón o medir penes de criminales. Porque hubo un tiempo en que los peritos consideraban que saber el tamaño del miembro viril de un asesino era un dato trascendente.
Por ejemplo, los detectives que investigaron los cuatro crímenes del Petiso Orejudo -el asesino de niños de principios del siglo XX- se sorprendieron por su pene desproporcionado, que medía dieciocho centímetros. A Raffo no lo impresionaba nada de eso. Y de hecho mostraba las fotos del Petiso Orejudo en la que aparecía desnudo.
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Los crímenes del Ángel Negro
Pero el caso que lo catapultó a la fama criminalística fue el raid feroz y asesino de Carlos Robledo Puch, el Ángel Negro que en 1972 mató a once personas por la espalda o mientras dormían.
Robledo Puch mató a sus víctimas entre 1971 y 1972.
—Buscábamos a un tipo con el aspecto de un asesino de película. La imaginación a veces te hace pensar en alguien o en algo monstruoso. Al final nos encontramos con un niño bello con carita de ángel, parecido a Marilyn Monroe, pero por dentro era el diablo. He entrevistado a criminales terribles que han mostrado cariño o sentimientos hacia su madre, hijos o esposa. En Robledo jamás vi el menor asomo de afectividad para ningún ser humano —confesó Raffo una vez.
En la entrevista psiquiátrica que le hizo a Robledo, Raffo le hizo varias preguntas que hoy serían consideradas escandalosas y discriminadoras:
—¿Usted es homosexual? —le preguntó.
—De ninguna manera —respondió Robledo enojado—, eso es un invento. Salí con chicas circunstancialmente. A mi novia la amo, no le contesté las cartas porque la sigo queriendo y por cobardía nunca le toqué un pelo. Personalmente soy muy posesivo.
—¿A qué edad tuvo su primera relación sexual?
—A los 15 años, durante una de las fugas del hogar paterno. Fue con una chica que conocí en un hotel. Nunca anduve con prostitutas.
—¿Cuál era la frecuencia de las relaciones?
—Unas siete veces por mes. No me lo pedía el cuerpo. Nunca violé a ninguna.
El perito escribió en su libreta: “Niega firmemente la homosexualidad, aunque como interno está alojado en un pabellón que los agrupa”.
Cuando pasó a máquina de escribir esta parte de la pericia, Raffo diagnosticó:
“En su historia vital, las amistades femeninas son excluyentes, las preponderantes son las masculinas; hay hacia el sexo opuesto, más que frialdad indiferente, una aversión activa. Tan pervertido es el homosexual como el Don Juan, el sádico como el masoquista. La homosexualidad se presume pero no puede probarse. En cuanto si el encausado tiene desviaciones sexuales, podemos decir que sadismo sí ha existido, y ésta es una forma de desviación sexual, que se manifiesta frecuentemente en la personalidad perversa”.
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En su pericia, que fue anexada a la causa, no dudó en calificar al asesino como incorregible: lo definió como un psicópata cruel y desalmado.
Robledo lo odiaba
Cuando el perito terminaba las entrevistas con el Ángel Negro, llegaba a su casa perturbado. Le dolía la cabeza, se sentía mareado. Era como si se hubiese contagiado de una extraña peste.
—Descubrí que estar tanto tiempo con ese personaje, que destilaba maldad por todos sus poros, me había intoxicado. No era un humano. Sentía un desasosiego, algo inexplicable. Me había metido en su alma y en su mente, había bajado a los infiernos. Y me costó elevarme otra vez. Los médicos legistas tenemos que hablar el mismo idioma que el asesino. Como dice la Biblia, el Diablo puede tomar la forma de un ángel de luz. De hecho, es el jefe de los ángeles caídos. Puch parecía un angelito —rememoró Raffo.
Sus encuentros con Robledo le recordaron a El Exorcista, película estrenada en 1973: se sentía como el cura que combate al diablo metido en el cuerpo de una adolescente de aspecto angelical. La eterna lucha entre el bien y el mal.
Raffo nunca pudo explicar de otro modo lo que sintió cuando enfrentaba al famoso asesino.
Cuando le conté a Raffo que había ido a verlo varias veces a la cárcel, me sugirió:
—Tené mucho cuidado. A mí me costó desintoxicarme de Robledo. No sé si era su mirada penetrante, el halo maligno que lo rodeaba o algo misterioso. Pero seguramente usted va a sentir cosas raras. No puedo explicártelo con palabras. Ya lo vas a experimentar. Va a absorber tus emociones.
Dos días después, visité a Robledo Puch en la cárcel de Sierra Chica. Durante todo el encuentro, no me sacó de encima su mirada penetrante. La misma que describió Raffo. En uno de sus monólogos, sentí mareos, como si estuviese a punto de desmayarme. La voz alta de Robledo me hacía doler la cabeza. En ese momento, miré el piso y me froté los ojos. Robledo me preguntó qué me pasaba. Le dije que había dormido poco y que estaba cansado por el viaje de Buenos Aires hacia Sierra Chica. Eso era cierto. Pero en otras visitas, sentí la misma sensación. A Jorge Fernández Díaz, que lo conoció, le pasó lo mismo: era algo viscoso que lo seguía como una sombra maldita.
Nunca supe si mi estado se debía al estrés de los viajes (cinco horas en micro para encerrarse otras cuatro en una cárcel y al salir volver a viajar otras cinco horas) o a su mirada fija.
—No lo dudes. El loco te contaminó. Uno jamás se olvida de un personaje tan siniestro como él —me dijo Raffo cuando le hablé de mis mareos y dolores de cabeza.
Robledo destestaba a Raffo. Una mañana, mientras tomábamos mate en la sala de entrevistas, me habló del perito que lo calificó de desalmado, cruel y perverso:
—Raffo mintió y se hizo famoso a costas mías. Se hacía el sabio sólo por citar frases de psiquiatras famosos. Me sentenció. Dijo que era un psicópata maldito, pero el psicópata es él.
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Después de la última frase, golpeó la mesa con su mano derecha. Luego me pidió una pastilla de menta Halls que yo había apoyado sobre la mesa, y me preguntó:
—¿De dónde sacaste esas pastillas? Son las mismas que comía Raffo cuando me examinó. ¿No te habrá mandado él? ¿No me estarás haciendo pericias? ¿No serás un perito disfrazado de periodista?
—¿Vos crees eso?
—No, era una broma —dijo Robledo entre risas.
Le conté a Raffo esa anécdota: no lo podía creer. Habían pasado más de veintinueve años de las pericias, pero la memoria del asesino estaba intacta. Recordaba con precisión que el psiquiatra comía esas pastillas.
—Es un psicópata de manual, al estilo norteamericano. Su memoria es absoluta —aseguró Raffo.
Cuando le mostré un dibujo que me regaló Robledo (una gallina de River festeja con un cerdito de Boca a upa), Raffo me lo quitó de las manos para observarlo a gusto:
—A ver, a ver. Hay que analizar todo. Los psicópatas van dejando mensajes que uno tiene que descifrar. Mirá: el chanchito tiene ojos celestes. Los ojos de Robledo: de odio. ¡Este loco le dibujó sus ojos!
Raffo se concentró en el trabajo y pareció olvidarse de mi presencia.
—¿Encontró algo interesante? —le pregunté.
—¡Ahí está! —exclamó—. ¿Sabés cuántos pliegues le dibujó a la pata de la gallina?
—No.
—Once. ¿Y cuántos crímenes cometió Robledo? ¡Once! Aunque para mí mató a más gente.
Raffo estaba convencido de que Robledo Puch había matado a más personas.
—Todavía me agarran escalofríos cuando recuerdo la última conversación que tuve con él. No figuró en ninguna pericia —me dijo.
—¿Qué le dijo en esa charla?
—No sé si decirlo. Quizá no sea conveniente.
—¿Por qué?
—Es que nunca lo dije.
—¿Qué es lo que nunca dijo?
—Ahora te lo voy a contar. Prestá atención…
Lo que Raffo me contó ocurrió después de la última entrevista, a pocos días del comienzo del juicio oral. Antes de que se lo llevaran los guardias, el perito quiso sacarse una duda:
—Robledo, la pericia terminó. Le quiero hacer una pregunta. Lo que usted me diga no podrá ser usado en su contra. Confíe en mí —le pidió Raffo.
Robledo no se inquietó con la propuesta. Nada parecía inquietarlo.
—Dígame la verdad: ¿usted mató a todas esas personas, no?
Robledo asintió con la cabeza. Raffo le hizo otra pregunta:
—¿Mató a más de veinte personas?
El asesino volvió a asentir con la cabeza. El perito quiso saber más. Buscó detalles. Sabía que esa confesión no tenía validez judicial, pero su curiosidad lo superaba. Lo miró a Robledo y le hizo la última pregunta.
—¿Por qué los mató?
Robledo se acomodó en la silla. Estuvo a punto de responder. Quizás iba a develar por fin el misterio que había detrás de sus crímenes. Pero eso nunca se sabrá: en ese momento, cuando estaba por abrir la boca, entraron los guardias y se lo llevaron esposado.
El asesino que miraba después de muerto
Raffo decía que en los últimos cincuenta años sólo hubo un criminal de la talla del Ángel Negro Robledo Puch: se llamaba Juan Laureana, un artesano casado y con dos hijos que tenía una vida oculta.
Por las tardes salía a buscar jóvenes y niñas. Las violaba, las mataba y se quedaba con una pertenencia de cada víctima. Le adjudicaron 15 asesinatos.
Cuando salía de su casa, le decía a su mujer: “Que los nenes no salgan a la calle porque hay muchos locos sueltos”. La Policía lo detuvo gracias a un perro que lo descubrió escondido en un gallinero, al lado de dos gallinas que había estrangulado.
Lo fusilaron en 1975 durante un supuesto enfrentamiento, aunque hay dudas de que haya sido así. En ese entonces, una práctica habitual de la Policía era ejecutar delincuentes y plantarles un arma para simular que la muerte había ocurrido durante un tiroteo.
El 27 de febrero de ese año, La Nación tituló: “Con el auxilio de un perro y luego de dos tiroteos, matan en San Isidro al sátiro que en sus fechorías nocturnas asesinó a 15 mujeres en seis meses”. No existía el término asesino serial o múltiple. A esos criminales se los llamaba sátiros.
Resultado de imagen para Osvaldo Raffo,NISMAN
Su último caso
A Raffo parecía que nada podía sacarlo de ese ostracismo. Pero la misteriosa muerte de Alberto Nisman provocó el regreso del perito estrella del crimen argentino y un vuelco en la causa: para Raffo, al fiscal lo mataron a sangre fría.
“A Nisman lo mataron asesinos profesionales”, dictaminó. Su coequiper fue Daniel Salcedo, ex jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
Contratado por la ex mujer de Nisman, la jueza Sandra Arroyo Salgado, Raffo -decano de peritos y autor de libros que leen los criminólogos que investigan los casos más importantes- estaba convencido que a Nisman lo llevaron hasta el baño de su departamento, lo obligaron a hincar la rodilla derecha en el suelo y lo mataron de un balazo en la cabeza con la pistola Bersa Thunder calibre 22.
El nombre de Raffo volvió a cobrar protagonismo después de las pericias de Gendarmería que apuntaron que a Nisman lo mataron a sangre fría. Esa fue la primera conclusión a la que llegó Raffo.
“El cadáver siempre habla”, era una de sus frases de cabecera. Y cree que el de Nisman habló más de la cuenta.
Si bien era considerado por sus pares como una especie de “mago” que resolvía casos imposibles, no todas sus pericias fueron infalibles: fue contratado para actuar en 2006 en el caso Dalmasso, por el femicidio impune de Nora, ocurrido en Río Cuarto, y las conclusiones de Raffo -estrangulada en su casa- no fue considerada. Apuntó a un desconocido.
Pero Raffo, no hace mucho, dijo que estaba convencido sobre quién había sido el asesino de Nora. Pero nunca pronunció su nombre.
Guardaba muchos secretos de los casos más famosos. Secretos que se llevó a la tumba.

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