viernes, 29 de marzo de 2019

NO HAY MAGIA, SÓLO EL TRABAJO Y EL DURO CAMINO DE LA HONESTIDAD


¡Haga algo, señor Presidente!
Ahora que el gradualismo cobra su precio, muchos de los que reclaman soluciones no atinan a ofrecer opciones posibles, que trasciendan la campaña electoral
Un obrero de la construcción se encontró con el presidente Macri durante la recorrida de un complejo habitacional en Parque Patricios y le pidió: "Por favor, haga algo por los que laburamos día a día". Dentro de Cambiemos también reclaman que el ajuste sea con crecimiento y no solamente recesivo.
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 Por supuesto, este es el caballito de batalla de la oposición, que aprovecha la debilidad de la coyuntura para levantar la bandera de la reactivación, el empleo y el desarrollo.
Cuando el partido gobernante optó por el "gradualismo", creyendo que podría crecer sin reducir el gasto público, mediante el ingreso de capitales vía créditos externos, era como haber descubierto la piedra filosofal. La solución perfecta para soslayar el peor problema argentino, dejar al peronismo sin argumentos, evitar conflictos callejeros y demostrar que, con buena gestión, era posible reubicar al país entre los primeros del mundo, en forma indolora.
En aquel momento, no había internas y los radicales tocaban el cielo con las manos: tener todos los beneficios del crecimiento, sin "tragarse el sapo" de un ajuste neoliberal. Pero el gradualismo no pudo generar confianza entre los inversores por una sencilla razón: la Argentina no tiene moneda y si no se recrea una demanda de dinero, el mayor gasto, con más deuda, atiza la huida del peso hacia refugios más estables.
Las recetas de lord Keynes pueden funcionar en un contexto recesivo e impulsar los engranajes de la reactivación, cuando la población ahorra y hace cuentas en su propia moneda. Pero no cuando la máquina productiva carece de engranajes y todos piensan en fugarse a una moneda ajena. Ahora que el gradualismo cobra su precio, muchos quieren huir como ratas por tirante. Y los que no huyen critican la firme política monetaria como si hubiese otra opción. Es la prueba de fuego para Macri, de todos lados le piden "¡haga algo, señor Presidente!".
Unos creen que la actividad económica repuntará con subas de salarios y de jubilaciones; otros le dicen que debe expandir los créditos blandos y, otros, que debe subsidiar a las empresas o aliviarles la carga fiscal. En realidad, desde la óptica de la recreación de demanda por la moneda, todas esas alternativas suenan inflacionarias. Son pequeñas "aflojadas" útiles para la política, pero pésimas para el regreso al peso.
La realidad es durísima: no hay reactivación ni crecimiento posibles si no se recupera la voluntad de los argentinos por ahorrar y contar en pesos argentinos. Y eso solo ocurrirá con una ola de confianza. Entretanto, la tasa de interés será del 60% y el riesgo país, de 700 puntos básicos.
¿Confianza en qué? Confianza en que el peso continuará valiendo lo mismo con el tiempo; confianza en que los activos argentinos no se depreciarán con una futura devaluación; confianza en que no habrá congelamiento de depósitos, y en que no habrá canjes forzosos, ni bonos compulsivos, ni cepos, ni corralitos. Para que esa confianza tenga solidez y no se asiente sobre pies de barro es necesario un plan integral que reduzca el gasto público al 30% del PBI y no se mantenga entre bambalinas como un fantasma amenazante que desautorice cualquier intento de estabilización. A estas alturas, todos piden al señor Presidente que "afloje un poco" con la política monetaria como si fuera una opción posible. Tanto los socios díscolos de Cambiemos (y toda la oposición, incluida la racional) parecen ignorar que el nivel de inflación actual de la Argentina nos coloca al borde de la crisis de 1989, que forzó la renuncia anticipada de Raúl Alfonsín. La actual dureza del Banco Central no es una imposición del Fondo Monetario, sino una necesidad para llegar sin repetir aquel trance, hasta que las elecciones develen el futuro.
Ya es tarde para que Macri pueda dar un "shock de confianza" poco antes de las elecciones. No tuvo mayorías parlamentarias al comienzo de su gestión y los tribunales se ocuparon de revertir varios de sus intentos de ajuste. Carece de herramientas para llevar a cero el déficit primario reduciendo gastos: solo mayor presión fiscal, a pesar de que aborrece hacerlo.
Pero es el único candidato que tiene claro el camino: sin moneda, no hay país, no hay crecimiento, no hay empleos, no hay inclusión, ni movilidad social ascendente. Solo pobreza y decadencia. Ninguno de los otros explica cómo logrará revertir el círculo vicioso que nos consume desde hace 70 años: ¿será con un pacto social, como el de 1973, que terminó en el Rodrigazo? ¿Será con exportaciones industriales, como las ventas a Cuba en 1974? ¿O como Bernardo Grinspun en 1984, quien, para fortalecer el mercado interno, aplicó aumentos de salarios, créditos baratos, control de tarifas y tipo de cambio alto? ¿Será importando pollos de Mazzorín o con alegatos emotivos, como aquel ministro que dijo: "Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo"?. ¿O se intentará reactivar con la imposición de un nuevo cepo cambiario, la intervención del Indec, la prohibición de exportar alimentos, el abandono de la división de poderes y la "toma" de la Corte Suprema con jueces militantes?
Es cierto que habrá factores externos que darán oxígeno a la economía, sin aflojar el frente fiscal, por el ingreso de divisas del campo o aportes del FMI. Bienvenidos sean. Entretanto, el Presidente solo debe poner como norte un esfuerzo fundacional: la recreación de la moneda nacional, siguiendo el ejemplo de Julio Argentino Roca, en 1881. Para ello, debe transmitir convicciones firmes, que lo distingan de quienes solo proponen castillos de naipes electoralistas que se volarán con las primeras ráfagas de inflación.

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