martes, 21 de mayo de 2019

EL ANÁLISIS DE SERGIO BERENSZTEIN,


Predominan los votantes moderados en este ciclo electoral

Sergio Berensztein
Con un acervo institucional raquítico y líderes proclives a privilegiar sus proyectos personales de poder (y sus caprichos) por sobre el funcionamiento y la calidad del sistema, la democracia argentina atraviesa un momento preocupante: mantiene insatisfecha al 63% de la ciudadanía, de acuerdo con un informe reciente de Pew Research. Hay motivos para el disgusto: en las últimas décadas, la democracia estuvo en manos de gobiernos cuya mejor descripción es la de ineptocracias. Las consecuencias de esto no son menores en el desgaste experimentado por el sistema de partidos. La ciudadanía es por lo menos escéptica respecto de su validez e importancia en la política actual. Según los últimos datos del Proyecto de Opinión Pública de América Latina, solo el 20% de la población se identifica con un partido. A pesar de eso, lejos de avalar el surgimiento de liderazgos que cuestionen la lógica democrática, los argentinos nos inclinamos por líderes moderados. Rechazamos a los Bolsonaro, los AMLO y los Orbán: acumulamos suficiente experiencia para saber que el personalismo, el caudillismo y el hiperpresidencialismo agudizan los problemas.
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El predominio del votante moderado quedó de manifiesto en los últimos meses gracias al calendario desdoblado que caracteriza este proceso electoral. Ya se sucedieron elecciones en ocho provincias (un tercio del total) -cinco primarias y tres a gobernador-, donde votó casi el 25% del electorado. En todos los casos triunfaron los oficialismos y predominaron líderes que proponían programas responsables. En general, los gobiernos provinciales se caracterizan por estar formados por coaliciones amplias, con la prevalencia de alguno de los partidos históricos (peronistas, radicales o formaciones con raigambre local). En los dos casos en que competían candidatos con posturas relativamente radicalizadas (Ramón Rioseco en Neuquén y Martín Soria en Río Negro), fueron derrotados con contundencia en el contexto de una fuerte polarización.
Este predominio del centro explica las estrategias de los principales protagonistas del proceso electoral. Al Gobierno le llegó la hora de contener las tensiones internas que amenazan con romper Cambiemos, en particular por parte del radicalismo. Esto es prioridad luego de la derrota en Córdoba. Schiaretti obtuvo un resultado similar al de Cristina en 2011. También entonces la fragmentación del voto opositor allanó el camino para una victoria contundente.
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Con un salario que cayó casi 40% en dólares y casi 13% en pesos en un año, que Macri aún tenga posibilidades de buscar la reelección podría considerarse un milagro. Con este escenario, las posibilidades de mejorar el ingreso disponible de sus potenciales votantes dependen de que tienda a bajar la inflación, de las paritarias, de los créditos que pueda otorgar la Anses y de que se atrase, aunque sea un poco, el tipo de cambio. ¿Seguirá la AFIP vigilando rigurosamente el cumplimiento de las obligaciones fiscales de los contribuyentes los meses previos a las elecciones? Algunos sospechan que se aflojarán los controles conforme se acerca el momento de decidir en las urnas, lanzándose planes de regularización una vez definido el nuevo balance de poder.
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Quien más esfuerzos realiza para reinventar su reputación es Cristina. Su aparición luego de más de tres lustros en una reunión del PJ en la histórica sede de la calle Matheu marca el fin de su reiterada intención de construir un proyecto de poder alternativo e independiente del viejo aparato partidario. Se trata de un conflicto con raíces setentistas que Cristina intentó (y no pudo) resolver desde el poder con la formación, el 27 de abril de 2012, de Unidos y Organizados. En esa oportunidad, llenó la cancha de Vélez gracias a la capacidad de movilización de La Cámpora, Kolina, Nuevo Encuentro y el Movimiento Evita. Sin el aparato sindical ni el poder territorial de los gobernadores. Como corolario, sus operadores comenzaron a trabajar en una eventual reforma constitucional para, entre otras cuestiones, habilitar su reelección.
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Esa utopía hegemónica quedó trunca luego del triunfo de Sergio Massa en las parlamentarias de 2013. Es decir, fue una parte del PJ, como había pasado en 2009 y volvió a ocurrir en 2015 y en 2017, cuando lanzó Unidad Ciudadana, la que impidió el triunfo kirchnerista. La máxima es más que clara: "Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él". Cristina acaba de cumplirla a rajatabla en su breve visita a la sede partidaria. Fue un acto de capitulación. Ella ya había bajado candidaturas afines en las provincias para garantizar el triunfo de los incumbentes (lo contrario había ocurrido en 2017). Pero esta entrega tardía al aparato partidario también presenta otras lecturas. El mantenimiento de sus fueros como senadora depende de sus pares, con los que les conviene soldar acuerdos sustentables. Por otra parte, necesita una tropa afín en la Cámara de Diputados, para lo cual es fundamental que pueda acordar con los caudillos provinciales. Si llegara a ganar las elecciones presidenciales y la Justicia avanzase en algunos de los casos de corrupción en los que está involucrada, necesitará evitar un potencial juicio político. El polémico fallo de la Corte Suprema podría despejar cualquier duda si se resolvieran rápidamente las objeciones de la defensa. En ese caso, ganaría legitimidad el proceso y perdería verosimilitud el argumento de la victimización hasta ahora utilizado por la expresidenta. Desde el llano, sin la capacidad de disciplinamiento que le permitía el uso discrecional de los recursos públicos, Cristina está obligada a abuenarse y a ofrecer al peronismo aquello de lo que hasta ahora carece: un candidato competitivo.
Esto ocurre luego de la elección en Córdoba, que ratifica el predominio de los moderados y proyecta a la gran política nacional a Juan Schiaretti. Vigorizada por esta victoria, Alternativa Federal volvió a los primeros planos, con una alta posibilidad de resolver la puja por la definición de las candidaturas. En efecto, Roberto Lavagna, hasta ahora el más renuente a competir en las PASO, podría flexibilizar esa postura ante un pedido de los gobernadores, que tendrían la responsabilidad de garantizar una fiscalización adecuada, con lo cual los prerrequisitos y los costos para participar de la competencia quedarían acotados.
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Por su parte, Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey deberán replantear sus estrategias de campaña. Ambos reciben ofertas para abandonar este espacio y sumarse a las construcciones de CFK y el Gobierno, respectivamente. En el caso de Massa, para que compita contra María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires. En el de Urtubey, para integrar la fórmula como vicepresidente de Macri o, si decidiera no presentarse, de María Eugenia Vidal.
En esta etapa electoral, la política funciona con una notable autonomía relativa y pueden resultar posibles las combinaciones más antojadizas. Se trata de la lucha por el poder, de sobrevivir en un modelo que nada resuelve pero que constituye un ecosistema familiar en el que los políticos se reinventan y tratan de aferrarse a sus poltronas, sin prestigio pero con la posibilidad de controlar algunos recursos.

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