viernes, 19 de julio de 2019

OPINA EDUARDO FIDANZA


El voto argentino, un test que también mira el mundo

Eduardo Fidanza
Ala luz de las discusiones contemporáneas sobre economía, política y sociedad, no es exagerado decir que nuestras elecciones son un test interesante para el mundo, más allá de la poca influencia que tiene la Argentina. Si se fija el ascenso de Trump como punto de referencia, puede constatarse un primer dato interesante: en el momento que la principal potencia de mundo elegía como presidente a un líder de rasgos populistas, los argentinos sepultaban una experiencia de esa naturaleza que había durado más de una década. Cuando hablamos de populismo nos referimos básicamente a dos rasgos compartidos por los Kirchner y Trump: el nacionalismo económico que privilegia el mercado interno y el contacto directo -mediático y emotivo- con las masas, en detrimento de los mecanismos de representación clásicos de la democracia. Al cabo de cuatro años, la Argentina enfrenta el dilema de avanzar o regresar al pasado, bajo el rigor de una severa crisis económica, mientras que en los Estados Unidos el populismo se afianza, espoleado por el crecimiento del producto y el empleo.
Aunque resulte paradójico que sea el populista Trump quien, por razones geopolíticas, sostiene al liberal democrático Macri, cabe preguntar, salvando las diferencias entre países: ¿cuál modelo tiene más chances, uno que abre la economía, predica la república y tropieza con la recesión, u otro que practica la demagogia y desprecia las instituciones, pero crea trabajo? Aunque se trate de una cuestión abstracta formulada en términos toscos, tal vez el resultado de las elecciones argentinas ofrezca una pista sobre la vigencia de estas recetas insatisfactorias, pero de moda. Lo cierto es que el contexto político y económico no ofrece evidencias concluyentes en favor de uno u otra propuesta, al menos en la región. Por un lado, los resultados para los principales países que eligieron líderes populistas son ambiguos: Trump se afirma en una sociedad dividida, mientras que López Obrador, manteniendo alta imagen, y Bolsonaro, con rápido desgaste, enfrentan vacilaciones y resistencias. Por el otro lado, países de menor escala con macroeconomías relativamente equilibradas y democracias preservadas, como Chile, Perú, Paraguay, Colombia y Uruguay, registran desempeños discretos en tanto que a sus gobiernos no les resulta fácil mantener la popularidad.
Lejos de las luchas por el poder, pero influyéndolas, el debate intelectual ofrece un panorama de los dilemas del capitalismo democrático. Revisándolos se encuentra a grandes rasgos una tensión evidente: las instituciones, la cohesión social, el cuidado del medio ambiente y la equidad colisionan con la asignación eficiente de los recursos, la innovación tecnológica, la globalización y la productividad del trabajo. Una escisión entre sociedad, economía y tecnología cuyos resultados son apreciados por algunos como los dolores de parto de un progreso irresistible; y por otros, como síntomas de una enfermedad que llevará el sistema al colapso. El debate entre populistas y liberales democráticos es una expresión de este conflicto y un síntoma de los problemas que enfrentan las sociedades occidentales. En un reciente artículo, Dani Rodrick se pregunta qué está impulsando al populismo en el mundo y apunta a dos factores: el económico, por obra de la inseguridad laboral y la globalización; y el cultural, debido a un cambio en las escalas de valores de las nuevas generaciones, que segmenta la sociedad entre modernos y tradicionalistas.
Por su parte, Joseph Stiglitz sostiene que el fracaso del neoliberalismo precipita, entre otras alternativas, a los populismos autoritarios. Propone como respuesta un "capitalismo progresista", que podría interpretarse como una suerte de socialdemocracia orientada a restablecer el equilibrio entre mercado, sociedad y estado. Rodrick habla, en la misma sintonía, de un "populismo" que no atente contra las instituciones. No es la opinión, por cierto, de la línea dura que aplaude a Trump, centrada en el crecimiento económico y en la baja de impuestos para favorecer la inversión.
Regresemos a nuestra circunstancia. En cierta forma, vivimos un veranito "populista" impulsado por el Gobierno para lograr la reelección (dólar atrasado, tarifas congeladas, anabólicos al consumo). No es lo correcto para la macroeconomía, pero resulta indispensable para alcanzar el consenso político, que expresa el voto. Esta paradoja exhibe las contradicciones occidentales, que se juegan también en la Argentina: racionalidad económica versus legitimidad política, instituciones contra autoritarismo, apertura comercial o protección del mercado interno. Tensiones que prevalecen porque rige la democracia, un "problema" que China no tiene.
En el laboratorio de nuestro país se mezclarán dentro de un mes estas sustancias, con impredecible resultado. Volveremos a despertar fugazmente el interés mundial. Por unos días seremos algo más que inflación, fútbol, tango y buena carne.

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