Tendres Stocks, de Paul Morand
Tres mujeres en historias donde reina el encanto
M. S.
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Hay autores que, con el paso de las décadas, se van erosionando hasta volverse apenas un nombre. A Paul Morand (1888-1976) esa lenta transformación le ocurrió en vida. Se dedicó a todos los géneros y su voracidad viajera por medio mundo redundó en originales perfiles urbanos (de Nueva York a Bucarest) y desplazamientos (al Caribe o Timbuktú). Su período de mayor gracia fueron los años de entreguerras, adscriptos al frenesí de la Belle Époque, impregnados de nuevas estéticas. Morand fue además diplomático y frecuentó (y fue frecuentado) por casi todos. Llegada la Segunda Guerra Mundial, su estrella empezó a descalibrarse por su proximidad con el gobierno de Vichy. Solo en 1968 ingresaría en la Academia Francesa, una consagración más ambigua que tardía.
Tendres Stocks (Brotes tiernos) salió hace un siglo, en 1921, y fue el primer libro en prosa de Morand, un disparador de los estilos modernos que circularían por el resto de la década. Las tres historias (“Clarisse”, “Delphine”, “Aurore”) tienen en su centro una figura femenina. Las aglutina un narrador, un álter ego: también Morand estudió en Oxford y los relatos suceden en Londres, ciudad que conocía como la palma de su mano.
El tono cosmopolita se refleja en una prosa de pinceladas rápidas, que se deja llevar de pronto por ramalazos líricos. En poco tiempo a ese arte desestructurado, casi improvisatorio, se lo vincularía con el jazz, pero Morand, por lo temprano de la fecha, parece haberse adelantado a todos. Las tres muchachas retratadas por ese estudiante ocioso, francas cada una a su manera, son sin saberlo contemporáneas de las flappers de Scott Fitzgerald. Las impacta, sin embargo, la historia bélica reciente. La pelirroja Clarisse, parisina en la capital inglesa, muestra la encantadora desaprensión por el mundo de toda buscadora de chucherías. Amiga del narrador desde la infancia, Delphine, casada tempranamente con un oficial ruso muerto en la Primera Guerra Mundial, termina por recluirse en un convento, en un relato marcado por cierta indescifrable tensión trágica. La canadiense Aurore es, por su parte, de otro mundo, como lo muestra su primera aparición, con una túnica dorada, brazos bronceados y brazaletes tatuados, al estilo Josephine Baker. Es, en cierto modo –anota en el prefacio Christian Kupchik, traductor de Tendres Stocks– “la versión femenina de Morand, aunque un poco más salvaje si cabe”. “Es tan hermosa como la mujer de otro”, le dice el narrador, antes de que ella lo corte: “Nadie debe entrar en mi vida”.
La edición –ampliamente anotada– se completa con la oda que Morand le dedicó a Marcel Proust y el sinuoso prólogo que este (que admiraba al joven escritor, pero se ofendió por algunas revelaciones del poema) ofreció para este libro lleno de encanto.
Tendres Stocks
Por Paul Morand
Leteo. Trad.: Christian Kupchik
160 páginas, $ 1200
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Hay autores que, con el paso de las décadas, se van erosionando hasta volverse apenas un nombre. A Paul Morand (1888-1976) esa lenta transformación le ocurrió en vida. Se dedicó a todos los géneros y su voracidad viajera por medio mundo redundó en originales perfiles urbanos (de Nueva York a Bucarest) y desplazamientos (al Caribe o Timbuktú). Su período de mayor gracia fueron los años de entreguerras, adscriptos al frenesí de la Belle Époque, impregnados de nuevas estéticas. Morand fue además diplomático y frecuentó (y fue frecuentado) por casi todos. Llegada la Segunda Guerra Mundial, su estrella empezó a descalibrarse por su proximidad con el gobierno de Vichy. Solo en 1968 ingresaría en la Academia Francesa, una consagración más ambigua que tardía.
Tendres Stocks (Brotes tiernos) salió hace un siglo, en 1921, y fue el primer libro en prosa de Morand, un disparador de los estilos modernos que circularían por el resto de la década. Las tres historias (“Clarisse”, “Delphine”, “Aurore”) tienen en su centro una figura femenina. Las aglutina un narrador, un álter ego: también Morand estudió en Oxford y los relatos suceden en Londres, ciudad que conocía como la palma de su mano.
El tono cosmopolita se refleja en una prosa de pinceladas rápidas, que se deja llevar de pronto por ramalazos líricos. En poco tiempo a ese arte desestructurado, casi improvisatorio, se lo vincularía con el jazz, pero Morand, por lo temprano de la fecha, parece haberse adelantado a todos. Las tres muchachas retratadas por ese estudiante ocioso, francas cada una a su manera, son sin saberlo contemporáneas de las flappers de Scott Fitzgerald. Las impacta, sin embargo, la historia bélica reciente. La pelirroja Clarisse, parisina en la capital inglesa, muestra la encantadora desaprensión por el mundo de toda buscadora de chucherías. Amiga del narrador desde la infancia, Delphine, casada tempranamente con un oficial ruso muerto en la Primera Guerra Mundial, termina por recluirse en un convento, en un relato marcado por cierta indescifrable tensión trágica. La canadiense Aurore es, por su parte, de otro mundo, como lo muestra su primera aparición, con una túnica dorada, brazos bronceados y brazaletes tatuados, al estilo Josephine Baker. Es, en cierto modo –anota en el prefacio Christian Kupchik, traductor de Tendres Stocks– “la versión femenina de Morand, aunque un poco más salvaje si cabe”. “Es tan hermosa como la mujer de otro”, le dice el narrador, antes de que ella lo corte: “Nadie debe entrar en mi vida”.
La edición –ampliamente anotada– se completa con la oda que Morand le dedicó a Marcel Proust y el sinuoso prólogo que este (que admiraba al joven escritor, pero se ofendió por algunas revelaciones del poema) ofreció para este libro lleno de encanto.
Tendres Stocks
Por Paul Morand
Leteo. Trad.: Christian Kupchik
160 páginas, $ 1200
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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