Cuando los novelistas se dejan llevar por la pasión biográfica
Paul Auster explora de manera minuciosa en su nuevo libro la vida de Stephen Crane, y se suma así al linaje de los que cuentan la vida de un par admirado
M. V.
“No lo enfoco como especialista o erudito, sino como viejo escritor sobrecogido por el genio de un autor joven”, anuncia Paul Auster (Newark, 1947) a propósito de su voluminosa silueta biográfica alrededor de Stephen Crane (1871-1900), considerado el primer autor norteamericano estilísticamente moderno.
“No lo enfoco como especialista o erudito, sino como viejo escritor sobrecogido por el genio de un autor joven”, anuncia Paul Auster (Newark, 1947) a propósito de su voluminosa silueta biográfica alrededor de Stephen Crane (1871-1900), considerado el primer autor norteamericano estilísticamente moderno.
Un espíritu frágil, un obstinado en el ejercicio literario del detalle, un viajero con la suficiente fuerza vital para ir por más, son algunos de los biografemas que Auster, con inquietud y devoción, desanda en La llama inmortal de Stephen Crane a partir de una pregunta iniciática, que como en el I-Ching, constituye una guía para su búsqueda: ¿por qué se dejó de leer a un autor que permanece para siempre joven?
Desde pequeño, Stephen Crane forjó dos certezas: solo se dedicaría a escribir y moriría temprano. Nacido en Newark, Nueva Jersey (al igual que Auster), en el seno de una familia metodista, quedó huérfano relativamente temprano y comenzó a publicar en la prensa en su adolescencia. Fue cronista en la agencia de noticias de uno de sus hermanos y participó en las publicaciones de los conocidos Samuel McClure, William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer. En un primer momento escribió piezas satíricas hasta que llegó a Manhattan y combinó frenesí con una destreza literaria molecular: “En los cinco años y medio que vivió en Nueva York –escribe Auster– pasó de titubeante aprendiz a feroz innovador, a ser un artista en plena posesión de sus capacidades y de su propia visión del mundo”. En ese periodo, entre 1891 y 1896, concibió dos novelas cortas (Maggie y La madre de George), dos novelas (La roja insignia del valor, su trabajo más relevante, y La tercera violeta), un volumen de poemas (Los jinetes negros), un libro de relatos sobre la guerra civil (El pequeño regimiento) y más de un centenar de obras breves de ficción y no ficción, como crónicas urbanas o reportes de guerra.
En 2017, después de haber publicado su voluminosa novela 4 3 2 1, Auster releyó El monstruo, una novela fragmentaria de 1898 en la cual Henry Johnson, una persona negra que trabaja para una familia blanca de clase media, los Trescott, salva al hijo pequeño de un incendio. La tragedia pervive en el cuerpo abrasado de Johnson, al que, pese a que toda la ciudad quiere condenarlo al ostracismo, los Trescott intentan cuidar. Lo mantuvo en vilo la chispa de Crane para generar distintas texturas en una misma historia y, fundamentalmente, la manera en que narra cómo los personajes interiorizaban esas situaciones infaustas. Dos recurrencias que Auster percibirá en gran parte de sus obras. Si bien cuando la escribió, Crane tenía cierto prestigio, el trasfondo de El monstruo tiene que ver con el destierro que él mismo sufrió en Nueva York cuando quiso defender a una prostituta acusada de manera injusta. Como siempre, un escritor a la deriva, que aun así nunca dejaba de producir.
Los trabajos más relevantes sobre la figura de Crane son cercanos, por un lado, la biografía Stephen Crane. A Life of Fire (2014), del académico Paul Sorrentino y por otro, Hotel de Dream (2007), una novela de Edmund White –otro gran biógrafo– que, tal como hizo Thomas De Quincey con Kant, reconstruye los últimos días de convalecencia de Crane a partir de su obsesión por terminar un relato antes de morir.
La fascinación biográfica, según cuenta el ensayista Carlos Surghi, surge cuando la obra se eclipsa: “Ahí aparece lo biográfico, como impulso de escritura, le presta voz a la vida, despliega un método que por momentos debe saber contar o también ensayar, ejercer la crítica al momento de recorrer su particular camino”. Con la certeza de que hoy es poco leído, en relación al prestigio pretérito y también en comparación con otros escritores estadounidenses de su época, como Edgar Allan Poe o Nathaniel Hawthorne, Auster recorre toda la obra de Crane en forma minuciosa, rescata distintos testimonios, muchos de ellos contradictorios, los compara. Lee cartas familiares, traza genealogías afectivas. Se toma el tiempo de citar en forma extensiva sus principales trabajos. “Crane es un autor que requiere una lectura lenta y concienzuda, frase a frase, con breves pausas entre una y otra para digerir la plena trascendencia de su contenido”, aclara. Por ejemplo, en relación a Maggie: una chica de la calle (1893), una novela que se centra en la violencia de los bajos fondos, Auster rescata su audacia y se pregunta por qué tuvo tan poca repercusión. En cuanto a La roja insignia del valor (1895), la describe como la gran novela jamás escrita sobre una guerra civil. Aunque algunos críticos la destacaron por encima de Guerra y paz, de Tolstói, tuvo también objeciones.
Auster no se deja encantar por las singularidades de su personaje. Frente a pequeños hiatos de archivo, no proyecta, solo observa y coteja. Su presencia como biógrafo pasa inadvertida en favor del estudio.
En ese sentido, es posible conectar su libro con Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Un viaje en la mente de Philip K. Dick, del francés Emmanuel Carrère, con el retrato de Mary Shelley que hizo Muriel Spark, con el breve Gógol, de Nabokov, incluso con la experimental Out of Sheer Rage: Wrestling with D. H. Lawrence, de Geoff Dyer. En una tradición biográfica más dispersa, como la argentina, resuenan el trabajo de Ricardo Strafacce sobre Osvaldo Lamborghini, los de Christian Ferrer sobre Jorge Barón Biza y Ezequiel Martínez Estrada, y el de Cristina Piña sobre Alejandra Pizarnik, entre otros.
En una misiva juvenil, Crane escribió: “Mi carrera parece más una batalla que una trayectoria”. En sus últimos años, antes de contraer tuberculosis, fue corresponsal en dos guerras y sobrevivió a un naufragio en el intento por llegar a Cuba. Conoció a su gran amigo Joseph Conrad, a su referente Henry James y a su gran amor, Cora Howorth. Aun en sus mejores momentos vivió en apuros económicos. Imprevisible, prodigioso, jovial, para nada delirante. Una voz que emerge del caos, una llama que solo puede mantener prendida un ejercicio de lectura tan vivo como el de Auster en este volumen.
La llama inmortal de Stephen Crane
Por Paul Auster
Seix Barral. Trad.: B. Gómez Ibañez
1034 páginas/ $3000
Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos
Por Emmanuel Carrère
Anagrama. Trad.: M. Tombetta
376 páginas/$ 2195
Desde pequeño, Stephen Crane forjó dos certezas: solo se dedicaría a escribir y moriría temprano. Nacido en Newark, Nueva Jersey (al igual que Auster), en el seno de una familia metodista, quedó huérfano relativamente temprano y comenzó a publicar en la prensa en su adolescencia. Fue cronista en la agencia de noticias de uno de sus hermanos y participó en las publicaciones de los conocidos Samuel McClure, William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer. En un primer momento escribió piezas satíricas hasta que llegó a Manhattan y combinó frenesí con una destreza literaria molecular: “En los cinco años y medio que vivió en Nueva York –escribe Auster– pasó de titubeante aprendiz a feroz innovador, a ser un artista en plena posesión de sus capacidades y de su propia visión del mundo”. En ese periodo, entre 1891 y 1896, concibió dos novelas cortas (Maggie y La madre de George), dos novelas (La roja insignia del valor, su trabajo más relevante, y La tercera violeta), un volumen de poemas (Los jinetes negros), un libro de relatos sobre la guerra civil (El pequeño regimiento) y más de un centenar de obras breves de ficción y no ficción, como crónicas urbanas o reportes de guerra.
En 2017, después de haber publicado su voluminosa novela 4 3 2 1, Auster releyó El monstruo, una novela fragmentaria de 1898 en la cual Henry Johnson, una persona negra que trabaja para una familia blanca de clase media, los Trescott, salva al hijo pequeño de un incendio. La tragedia pervive en el cuerpo abrasado de Johnson, al que, pese a que toda la ciudad quiere condenarlo al ostracismo, los Trescott intentan cuidar. Lo mantuvo en vilo la chispa de Crane para generar distintas texturas en una misma historia y, fundamentalmente, la manera en que narra cómo los personajes interiorizaban esas situaciones infaustas. Dos recurrencias que Auster percibirá en gran parte de sus obras. Si bien cuando la escribió, Crane tenía cierto prestigio, el trasfondo de El monstruo tiene que ver con el destierro que él mismo sufrió en Nueva York cuando quiso defender a una prostituta acusada de manera injusta. Como siempre, un escritor a la deriva, que aun así nunca dejaba de producir.
Los trabajos más relevantes sobre la figura de Crane son cercanos, por un lado, la biografía Stephen Crane. A Life of Fire (2014), del académico Paul Sorrentino y por otro, Hotel de Dream (2007), una novela de Edmund White –otro gran biógrafo– que, tal como hizo Thomas De Quincey con Kant, reconstruye los últimos días de convalecencia de Crane a partir de su obsesión por terminar un relato antes de morir.
La fascinación biográfica, según cuenta el ensayista Carlos Surghi, surge cuando la obra se eclipsa: “Ahí aparece lo biográfico, como impulso de escritura, le presta voz a la vida, despliega un método que por momentos debe saber contar o también ensayar, ejercer la crítica al momento de recorrer su particular camino”. Con la certeza de que hoy es poco leído, en relación al prestigio pretérito y también en comparación con otros escritores estadounidenses de su época, como Edgar Allan Poe o Nathaniel Hawthorne, Auster recorre toda la obra de Crane en forma minuciosa, rescata distintos testimonios, muchos de ellos contradictorios, los compara. Lee cartas familiares, traza genealogías afectivas. Se toma el tiempo de citar en forma extensiva sus principales trabajos. “Crane es un autor que requiere una lectura lenta y concienzuda, frase a frase, con breves pausas entre una y otra para digerir la plena trascendencia de su contenido”, aclara. Por ejemplo, en relación a Maggie: una chica de la calle (1893), una novela que se centra en la violencia de los bajos fondos, Auster rescata su audacia y se pregunta por qué tuvo tan poca repercusión. En cuanto a La roja insignia del valor (1895), la describe como la gran novela jamás escrita sobre una guerra civil. Aunque algunos críticos la destacaron por encima de Guerra y paz, de Tolstói, tuvo también objeciones.
Auster no se deja encantar por las singularidades de su personaje. Frente a pequeños hiatos de archivo, no proyecta, solo observa y coteja. Su presencia como biógrafo pasa inadvertida en favor del estudio.
En ese sentido, es posible conectar su libro con Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Un viaje en la mente de Philip K. Dick, del francés Emmanuel Carrère, con el retrato de Mary Shelley que hizo Muriel Spark, con el breve Gógol, de Nabokov, incluso con la experimental Out of Sheer Rage: Wrestling with D. H. Lawrence, de Geoff Dyer. En una tradición biográfica más dispersa, como la argentina, resuenan el trabajo de Ricardo Strafacce sobre Osvaldo Lamborghini, los de Christian Ferrer sobre Jorge Barón Biza y Ezequiel Martínez Estrada, y el de Cristina Piña sobre Alejandra Pizarnik, entre otros.
En una misiva juvenil, Crane escribió: “Mi carrera parece más una batalla que una trayectoria”. En sus últimos años, antes de contraer tuberculosis, fue corresponsal en dos guerras y sobrevivió a un naufragio en el intento por llegar a Cuba. Conoció a su gran amigo Joseph Conrad, a su referente Henry James y a su gran amor, Cora Howorth. Aun en sus mejores momentos vivió en apuros económicos. Imprevisible, prodigioso, jovial, para nada delirante. Una voz que emerge del caos, una llama que solo puede mantener prendida un ejercicio de lectura tan vivo como el de Auster en este volumen.
La llama inmortal de Stephen Crane
Por Paul Auster
Seix Barral. Trad.: B. Gómez Ibañez
1034 páginas/ $3000
Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos
Por Emmanuel Carrère
Anagrama. Trad.: M. Tombetta
376 páginas/$ 2195
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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