En las islas del delta, peligran la pesca y las clases
La bajante extraordinaria que afecta al Delta bonaerense tiene consecuencias directas en la navegabilidad del río y la merma de peces, el principal ingreso de las familias; la pandemia los dejó más aislados y sin trabajo
M. U.
Rodrigo Villalba viaja con su papá y sus hermanos desde su casa hasta el muelle en donde los busca la lancha colectiva escolar; cuando la marea está muy baja, no puede salir
La bajante que afecta a esa zona bonaerense tiene consecuencias directas en la navegabilidad del río, los ingresos de las familias y el viaje a las escuelas.
Por momentos, estos 320 kilómetros de costa parecen tierra de nadie. Un lugar caído del mapa en el que casi no hay organizaciones sociales ni Estado. Sin embargo, desdeel tigre hasta san nicolás son miles las familias que viven en las islas del Delta del Paraná y respiran gracias al río. Si bien cada localidad tiene su particularidad, comparten una forma de vida propia, en la que los niños se crían aprendiendo a tirar las redes, a moverse en el agua y a cazar, en completa armonía con la naturaleza.
Estos territorios de la provincia de Buenos Aires están sufriendo una profunda transformación por actividades productivas como la ganadería, la forestación, la agricultura y los negocios inmobiliarios no pensados de forma sustentable, y eso trae muchas consecuencias. Las más obvias son las ambientales, como el enorme atropello sobre los humedales y los incendios cotidianos.
En los últimos meses, la naturaleza también aportó lo suyo: una bajante extraordinaria que no se veía desde hace más de medio siglo. Pero también están las invisibles, que afectan a los habitantes históricos –pescadores artesanales– y hacen que cada vez tengan menos posibilidades de sobrevivir.
Hasta allá fuimos con Hambre de Futuro, para conocer cómo la pandemia afectó las infancias de este ecosistema olvidado. Y nos encontramos con muchas viviendas precarias, sin luz ni agua ni conexión a internet, con chicos que por la bajante no lograron llegar a la escuela y con familias que ya no pueden vivir de lo que sacan del río.
Pedro Persoglio tiene 16 años y vive con su papá sobre el arroyo Surubí, en Tigre. Cuando no está en la escuela, lo que más le gusta es machetear, ir a cortar leña y pescar. “La pandemia fue muy complicada porque no podías salir a ningún lado ni comprar nafta. También se cortaron el laburo y la escuela. Yo no tenía celular ni internet para seguir con mis estudios”, dice con timidez.
Durante la pandemia, la urgencia era comer y las familias recurrieron a lo que tenían a mano: nutrias, carpinchos y peces. También, desde las escuelas y los distintos municipios, les repartieron bolsones de comida durante los meses más críticos.
No hay un número claro de cuántas personas viven en las islas del Delta bonaerense. Recién arrancado el aislamiento, desde la municipalidad de San Pedro se acercaron para ver cuál era la situación de los pobladores y se encontraron con cincuenta familias. En septiembre pasado, ya eran cerca de 120 las que recibían distintos tipos de ayuda.
“Son alrededor de 400 personas que están alejadas a dos horas de San Pedro. Algunas tienen deficiencias habitacionales importantes y viven en casas de nylon. Son familias con muchas necesidades y donde el Estado tendría que estar presente, independientemente de a qué jurisdicción pertenecen”, explica Walter Sánchez, secretario de Desarrollo Humano de San Pedro.
Obligados a la ilegalidad
Las fronteras geográficas son difusas sobre el agua. Lidia Cáceres vive en una isla en Corte San Carlos, en Entre Ríos, y sus hijos van a la Escuela Nº 27 Pje. Los Laureles, que pertenece a Baradero. Como ella, son muchos los pescadores artesanales que le reclaman al Estado que regule su actividad, les den permisos para pescar y para vender por su cuenta. “Nosotros lo que necesitamos es que no nos jodan cuando vamos a vender los pescados al pueblo. Antes vos tenías 10 compradores y ahora tenés uno solo, que te paga lo que quiere”, dice enojada.
Según las cifras oficiales arrojadas por el Registro Nacional de la Agricultura Familiar (RENAF), existen 14.300 pescadores artesanales en todo el país. “La pesca artesanal existe, por más que como Estado vengamos demorados. Nuestro rol es defenderlos porque entendemos que es una actividad que está invisibilizada, que hay que formalizarla y darles las herramientas para que puedan obtener mejores recursos”, señala Carlos Antonio Bértola, coordinador de Pesca Artesanal del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación.
En la zona del Delta de la provincia de Buenos Aires, Bértola reconoce alrededor de 1000 pescadores artesanales, ninguno de los cuales tiene permiso para hacerlo. Las autoridades bonaerenses no quisieron responder sobre este tema.
Las crecientes y las bajantes son parte del ciclo natural de los humedales, un ambiente único en donde puede haber agua en forma permanente o transitoria. Lo cierto es que ya van cientos de días de una bajante que genera menos disponibilidad de peces y peores condiciones de navegabilidad. El cierre de canales también hace que muchos de los chicos que viven en esos brazos de agua no puedan llegar a la escuela.
Rodrigo Villalba tiene 15 años, vive en el arroyo Dentudo, en Tigre, y es uno de los damnificados. “Cuando no hay agua, algunas veces no vamos y otras mi papá nos saca en la piragua”, dice este joven que ayuda a su papá en tareas de mantenimiento.
El impacto sobre los humedales
Ambiente único
Las crecientes y las bajantes son parte del ciclo natural de los humedales, un ambiente único en donde puede haber agua en forma permanente o transitoria.
Beneficios
Regulan las inundaciones, purifican el agua, mantienen los acuíferos y brindan oportunidades para el turismo, entre otros.
Efecto negativo
Están en crisis por actividades productivas como la ganadería, la forestación, la agricultura y los negocios inmobiliarios no pensados de forma sustentable.
Ley de humedales
El proyecto que busca regular, proteger y conservar estos ecosistemas está frenado y los activistas exigen su debate urgente antes de que pierda estado parlamentario en diciembre.
Rodrigo Villalba viaja con su papá y sus hermanos desde su casa hasta el muelle en donde los busca la lancha colectiva escolar; cuando la marea está muy baja, no puede salir
La bajante que afecta a esa zona bonaerense tiene consecuencias directas en la navegabilidad del río, los ingresos de las familias y el viaje a las escuelas.
Por momentos, estos 320 kilómetros de costa parecen tierra de nadie. Un lugar caído del mapa en el que casi no hay organizaciones sociales ni Estado. Sin embargo, desdeel tigre hasta san nicolás son miles las familias que viven en las islas del Delta del Paraná y respiran gracias al río. Si bien cada localidad tiene su particularidad, comparten una forma de vida propia, en la que los niños se crían aprendiendo a tirar las redes, a moverse en el agua y a cazar, en completa armonía con la naturaleza.
Estos territorios de la provincia de Buenos Aires están sufriendo una profunda transformación por actividades productivas como la ganadería, la forestación, la agricultura y los negocios inmobiliarios no pensados de forma sustentable, y eso trae muchas consecuencias. Las más obvias son las ambientales, como el enorme atropello sobre los humedales y los incendios cotidianos.
En los últimos meses, la naturaleza también aportó lo suyo: una bajante extraordinaria que no se veía desde hace más de medio siglo. Pero también están las invisibles, que afectan a los habitantes históricos –pescadores artesanales– y hacen que cada vez tengan menos posibilidades de sobrevivir.
Hasta allá fuimos con Hambre de Futuro, para conocer cómo la pandemia afectó las infancias de este ecosistema olvidado. Y nos encontramos con muchas viviendas precarias, sin luz ni agua ni conexión a internet, con chicos que por la bajante no lograron llegar a la escuela y con familias que ya no pueden vivir de lo que sacan del río.
Pedro Persoglio tiene 16 años y vive con su papá sobre el arroyo Surubí, en Tigre. Cuando no está en la escuela, lo que más le gusta es machetear, ir a cortar leña y pescar. “La pandemia fue muy complicada porque no podías salir a ningún lado ni comprar nafta. También se cortaron el laburo y la escuela. Yo no tenía celular ni internet para seguir con mis estudios”, dice con timidez.
Durante la pandemia, la urgencia era comer y las familias recurrieron a lo que tenían a mano: nutrias, carpinchos y peces. También, desde las escuelas y los distintos municipios, les repartieron bolsones de comida durante los meses más críticos.
No hay un número claro de cuántas personas viven en las islas del Delta bonaerense. Recién arrancado el aislamiento, desde la municipalidad de San Pedro se acercaron para ver cuál era la situación de los pobladores y se encontraron con cincuenta familias. En septiembre pasado, ya eran cerca de 120 las que recibían distintos tipos de ayuda.
“Son alrededor de 400 personas que están alejadas a dos horas de San Pedro. Algunas tienen deficiencias habitacionales importantes y viven en casas de nylon. Son familias con muchas necesidades y donde el Estado tendría que estar presente, independientemente de a qué jurisdicción pertenecen”, explica Walter Sánchez, secretario de Desarrollo Humano de San Pedro.
Obligados a la ilegalidad
Las fronteras geográficas son difusas sobre el agua. Lidia Cáceres vive en una isla en Corte San Carlos, en Entre Ríos, y sus hijos van a la Escuela Nº 27 Pje. Los Laureles, que pertenece a Baradero. Como ella, son muchos los pescadores artesanales que le reclaman al Estado que regule su actividad, les den permisos para pescar y para vender por su cuenta. “Nosotros lo que necesitamos es que no nos jodan cuando vamos a vender los pescados al pueblo. Antes vos tenías 10 compradores y ahora tenés uno solo, que te paga lo que quiere”, dice enojada.
Según las cifras oficiales arrojadas por el Registro Nacional de la Agricultura Familiar (RENAF), existen 14.300 pescadores artesanales en todo el país. “La pesca artesanal existe, por más que como Estado vengamos demorados. Nuestro rol es defenderlos porque entendemos que es una actividad que está invisibilizada, que hay que formalizarla y darles las herramientas para que puedan obtener mejores recursos”, señala Carlos Antonio Bértola, coordinador de Pesca Artesanal del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación.
En la zona del Delta de la provincia de Buenos Aires, Bértola reconoce alrededor de 1000 pescadores artesanales, ninguno de los cuales tiene permiso para hacerlo. Las autoridades bonaerenses no quisieron responder sobre este tema.
Las crecientes y las bajantes son parte del ciclo natural de los humedales, un ambiente único en donde puede haber agua en forma permanente o transitoria. Lo cierto es que ya van cientos de días de una bajante que genera menos disponibilidad de peces y peores condiciones de navegabilidad. El cierre de canales también hace que muchos de los chicos que viven en esos brazos de agua no puedan llegar a la escuela.
Rodrigo Villalba tiene 15 años, vive en el arroyo Dentudo, en Tigre, y es uno de los damnificados. “Cuando no hay agua, algunas veces no vamos y otras mi papá nos saca en la piragua”, dice este joven que ayuda a su papá en tareas de mantenimiento.
El impacto sobre los humedales
Ambiente único
Las crecientes y las bajantes son parte del ciclo natural de los humedales, un ambiente único en donde puede haber agua en forma permanente o transitoria.
Beneficios
Regulan las inundaciones, purifican el agua, mantienen los acuíferos y brindan oportunidades para el turismo, entre otros.
Efecto negativo
Están en crisis por actividades productivas como la ganadería, la forestación, la agricultura y los negocios inmobiliarios no pensados de forma sustentable.
Ley de humedales
El proyecto que busca regular, proteger y conservar estos ecosistemas está frenado y los activistas exigen su debate urgente antes de que pierda estado parlamentario en diciembre.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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