La jefa, el mayor enigma del día después
¿Qué rumbo pretenderá CFK a partir del lunes? Nadie puede anticiparlo; temen que, si vuelve a perder, Cristina boicotee toda decisión impopular que le permitiría al país salir de la crisis
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Francisco Olivera
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Lo que, de pie y frente a unos mil compañeros de la CGT, Gerardo Martínez planteaba anteayer en Parque Norte no difería sustancialmente de los argumentos que, dos días antes, habían expuesto ante Alberto Fernández cuatro empresarios de multinacionales en la quinta de Olivos. Tarde o temprano, en la medida en que la Argentina se va volviendo un país inviable y los subsidios, una carga pesada, los históricos ámbitos de la producción tienden a coincidir. Por afinidad o por espanto. “La cultura del trabajo debe ser una realidad. Sabemos cuál es la fórmula: necesitamos un país insertado en el mundo, un desarrollo económico con estabilidad –dijo el líder de la Uocra–. ¡Basta de inflación, la inflación es el impuesto a la pobreza, compañeros! ¡No tenemos destino con los niveles de inflación que hay en la Argentina!”.
La CGT, que celebraba en ese congreso la unidad después de muchos años, tiene por delante un horizonte complicado. Por la situación laboral y económica, desde ya, pero también como consecuencia de su conformación interna: nadie es capaz de augurarle un futuro de buena convivencia al nuevo integrante del triunvirato conductor, Pablo Moyano, que para peor no estuvo en Parque Norte. “Quiero pedirles disculpas porque, por un tema de último momento, no pude asistir”, saludó el camionero por videoconferencia desde una pantalla gigante, y sus colaboradores atribuyeron la ausencia a que tenía fiebre. “Ya empezó”, bromeó un asistente poco crédulo. Algunos quieren primero verlo andar. Anteayer, a varios les llamó la atención que sus operadores pidieran, de entrada, más cargos de los que el resto estaba dispuesto a conceder. No lo ven como a Hugo, su padre: dicen que es menos paciente y más propenso al enojo y que esa característica lo ha hecho en ocasiones abandonar mesas de negociación. En los consejos directivos sindicales no sirve cruzar
Los movimientos del moyanismo dependerán en todo caso de la relación que Hugo tenga con el Gobierno. O, mejor dicho, de la respuesta que la Casa Rosada dé a las múltiples demandas del jefe camionero. Ya existen tensiones con Máximo Kirchner, a quien le reprochan la conformación de listas sin presencia de candidatos afines al gremio. Estas diferencias no son en realidad solo de la familia Moyano: hacen juego con una postura que viene ganando adeptos en la CGT hacia la vicepresidenta. En Parque Norte no se la mencionó, pero su nombre sobrevoló el discurso de Martínez, por lo menos en la parte en que el líder de la Uocra aludía al reparto del poder: “Lo que sí queremos es ideas y definiciones claras. Nosotros necesitamos un gobierno que tenga una sola voz: la del Presidente”.
Es, calcada, la inquietud en muchas empresas. Sergio Kaufman (Accenture), Laura Barnator (Unilever), Daniel Herrero (Toyota) y Antonio Aracre (Syngenta) la llevaron de un modo no tan explícito el martes a la comida de Olivos. En un ámbito calmo y hasta célebre en su carácter de exclusivo, el quincho del cumpleaños de Fabiola, los invitados se explayaron durante casi cuatro horas delante de Alberto Fernández y Martín Guzmán. Ahí salieron todos los temas. Las tarifas, la inflación, el déficit fiscal, la actividad económica, el FMI. Fabiola pasó a saludar. El Presidente dijo estar dispuesto a cerrar un acuerdo con el organismo, pero agregó que eso requeriría una negociación porque, advirtió, no está dispuesto a perjudicar con ajustes a la población más vulnerable. Y usó un concepto parecido al hablar de los aumentos en la luz, el gas y el transporte y de la reducción del déficit fiscal. “Sé lo que tengo que hacer y lo voy a hacer”, insistió.
Los empresarios quedaron conformes. Cuántas de esas intenciones podrán concretarse finalmente en la gestión dependerá seguramente de quien, como Dylan, tampoco estaba esta vez en el quincho: Cristina Kirchner. El Presidente intentó tranquilizarlos al respecto, y para eso puso el ejemplo de la última carta pública de la vicepresidenta: que ella hubiera consignado en el texto sus esfuerzos para reunirse con él, razonó Alberto Fernández, es un síntoma evidente de que él no se deja influir.
Haber tenido que aclararlo contribuye poco a esa autonomía. Más cuando estas dudas son extensibles a todo el establishment. ¿Qué rumbo pretende la jefa para después de las elecciones? Ni siquiera Antonio Gutiérrez-Rubí, estratega de campaña, estaba en los últimos días en condiciones de anticiparlo. Más aún: ese misterio representa una de las principales tribulaciones del catalán. A Sergio Massa le pasa lo mismo. Teme que, si vuelve a perder mañana, la expresidenta dedique en adelante toda su energía a conformar solo a su espacio y, por lo tanto, boicotee toda decisión impopular que le permitiría a la Argentina salir de la crisis. “El miedo al golpe de Cristina”, lo definió un operador del peronismo bonaerense.
La respuesta a esta incógnita depende básicamente del resultado de mañana. Hay que mirar la provincia de Buenos Aires: una derrota igual o superior a la de las primarias en ese distrito dejaría debilitado el liderazgo de la jefa y, por lo tanto, menos dubitativo al PJ. Es cierto que en el Instituto Patria razonan a veces por fuera de esa lógica. Han empezado, por ejemplo, a restarle importancia a la elección de mañana porque es “legislativa”. Es una cuestión de instinto: aun derrotado y con mayor responsabilidad en el armado de listas que el resto de las fuerzas del Frente de Todos, el kirchnerismo se mueve desde el 12 de septiembre como si la culpa hubiera sido solo de Alberto Fernández. Gutiérrez-Rubí, que ya los conoce bastante, está convencido de que si no revierte el resultado lo atribuirán en un 100% al método de campaña. Pero este modo de interpretar la política tan divergente del peronismo clásico no se expresará solo en la lectura de los votos, sino también en las próximas decisiones de gobierno.
Por eso será difícil evitar la confrontación: porque hay posturas inconciliables. El proyecto de Gerardo Martínez es casi el reverso exacto del de, por ejemplo, Luis D’Elía, que hace dos semanas celebraba el aumento en el riesgo país con el argumento de que era una señal inequívoca de que la Argentina no le pagaría al Fondo, algo digno de festejar. El panorama es más crítico que otras veces porque no quedan stocks que consumir. Cualquier eventual radicalización de la gestión tiene, por lo tanto, mayor gravedad. Desde esta óptica, esta cuarta versión del kirchnerismo podría ser más hostil al establishment que las anteriores: los que en su momento pudieron ser vistos como caminos extravagantes se perciben ahora como rumbos clásicos a los que, sin embargo, se les desconoce el menor éxito.
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