viernes, 19 de noviembre de 2021

NO LO ESPERES DE LOS KKK...CADA VEZ SERÁ PEOR PARA EL PUEBLO


Modelos para la reconstrucción argentina
Tras las recientes elecciones deberíamos iniciar una profunda discusión sobre el futuro, ya que muchos indicadores muestran un agotamiento sistémico

Marcelo Elizondo

Modelos para reconstruir la Argentina....Alfredo Sábat

Tras las recientes elecciones legislativas los argentinos deberíamos iniciar una profunda discusión sobre el futuro.
No solo ha cambiado la relación de fuerzas políticas en nuestro país, sino que numerosos indicadores exhiben signos de un agotamiento sistémico. Desde la pésima performance económica, pasando por la calamidad social y llegando al deterioro institucional, la Argentina está ante el fin de la vigencia de un modelo. Al cual podríamos llamarlo “el modelo de los desequilibrios consolidados”. Hace mucho tiempo que rige entre nosotros un desequilibrio sistémico múltiple hexagonal (de seis lados): el desequilibrio del sector público sobre el privado, de lo inmediato sobre lo sostenible, de la política sobre las instituciones, de lo doméstico sobre lo internacional, de la evasión de costos sobre la asunción de riesgos y de la discordia sobre los acuerdos.
La diferencia ahora es que existe hoy una sensación generalizada de que algo está ya muy mal. Si nos damos cuenta de que no estamos ante un mero accidente, tenemos una oportunidad. Decía Thomas Edison que él valoraba los resultados negativos porque no podía encontrar lo que funciona mejor hasta no descubrir y evidenciar lo que no funciona. Ahora bien: sería un error creer que la única discusión que tenemos por delante es sobre quién gobernará en el futuro cercano.
Enseñó Aristóteles que la política tiene dos fases: una agonal (la lucha por el poder entre quienes quieren ejercerlo) y otra arquitectónica (el posterior ejercicio del poder para construir un sistema público de vida). Más aún, agregaba que la síntesis entre ambas permite la que llamaba faz plenaria. Hace mucho que los argentinos nos concentramos en discutir solo sobre lo primero.
Pero algo puede estar cambiando: existe finalmente un resultado evidente a través del fracaso.
Los mitos que han prevalecido entre nosotros solo pueden ser diluidos con la dura respuesta de la realidad. Dice el español Javier Cercas que la mentira tiene en nuestro tiempo más poder de difusión que nunca y que ya no basta con contar la verdad, sino que, además, hay que lograr la anulación de la mentira, y especialmente de las grandes mentiras que se escriben como grandes verdades.
Mucho se oye decir sobre la necesidad de constituir finalmente consensos entre los argentinos. Pero esa afirmación agrega poco. Lo que hay que construir es una nueva concepción de país. Más aun; podríamos admitir que ya existen desde hace tiempo muchos consensos, porque a través de diversos períodos han prevalecido coincidencias sobre un elevado gasto público, una economía poco vinculada al mundo, un marco social de referencia sobrerregulado y desconfiado de la iniciativa particular, un régimen de normas disfuncionales (laborales, tributarias, administrativas, económicas, y hasta electorales) y la prevalencia de reclamos particulares sobre la concordia comunitaria. Consensos tenemos. Pero son disfuncionales.
Por lo tanto, lo necesario es construir una concepción de país diferente. Valores, condiciones éticas, ideales. Luego, instituciones. Y, después de ello, instrumentos y operaciones para ponerlos en marcha. Ortega destacaba que las sociedades discuten ideas, pero comparten creencias. Quizá estemos ante esos tiempos excepcionales en los que se procede a un ejercicio crítico sobre ambas.
Para ello es apropiado pensar en un nuevo modo de convivencia. Lo que nos lleva a redefinir aquello sobre lo que tanta tinta se ha hecho correr: el rol del Estado. Nuestro Estado sucumbió: inseguridad, inflación, incerteza jurídica, educación empobrecida, infraestructura averiada, escasez de medios de solución de controversias. Buena parte de lo que hay que definir ahora es efecto del fracaso de nuestro estatismo. Pues bien: ¿qué “Estado” queremos ahora?
Una comparación internacional puede ayudarnos a ubicarnos primero y dilucidar después. Hay en el mundo diferentes grados de participación del Estado en la vida de la gente. Una participación de primer grado es la que ocurre en aquellos países en los que lo público básicamente se remite a conceder instituciones y en los que el principal ordenador son los contratos entre los particulares. Ryan Furhman pone como ejemplos a Australia, Singapur, Suiza o Nueva Zelanda.
Una participación de segundo grado ocurre en aquellos países en los que, además de lo anterior, el sector público ejerce un rol distributivo mayor, especialmente a través de políticas impositivas y gasto público. Los países europeos nórdicos suelen ser puestos como ejemplo: Noruega, Dinamarca y Suecia (según datos de la OCDE), con elevados niveles de gasto público, ejercen acción social pero manteniendo respetos institucionales y garantías individuales inviolables.
Un tercer grado ocurre en aquellos países en los que, además, un intervencionismo regulativo crea una intromisión pública diferente: restricciones, prohibiciones, exigencias de permisos, burocratización. Según el índice de libertad económica de la Heritage Foundation son países que ingresan en esta categoría Ucrania, India o Argelia.
Una variante adicional a ellas se observa a través del aislacionismo internacional: países que restringen en frontera el comercio exterior, las inversiones extranjeras o los flujos de intercambios diversos desde su territorio hacia o desde el resto del planeta. Según el Banco Mundial, Nigeria o Indonesia tienen muy poca intensidad económica internacional.
Y, finalmente, un último grado se observa cuando la sobreintervención estatal y el intromisionismo público no están basados en normas sino en comportamientos aleatorios, personalistas, en ocasiones discrecionales y poco previsibles, por parte de la autoridad. The Economist Intelligence Unit califica cerca de esta categoría a Siria o la República Centroafricana.
Pues nosotros no hemos vivido demasiado cerca de los primeros descriptos y deberíamos acercarnos a ellos. Y admitir para eso que en nuestra discusión política habrá que aclarar confusiones.
Por ejemplo, se ponen por acá como modelos los nórdicos europeos por su elevado gasto público sin advertir que son países muy institucionalizados y con economías muy abiertas (la participación del comercio exterior total en ellos más que duplica la de la Argentina); o se sobrevalora cierta mayor regulación en algunos países sin discriminar entre la que es institucionalizada –basada en normas estables y previsibles y respetando garantías– de la que se apoya en meras decisiones ocasionales de la autoridad sin amparo de instituciones respetadas (Francia, con más regulaciones, respeta inobjetablemente garantías).
Por eso, si vamos a rediscutir y comparar, conviene advertir, como Henry Bortoff, que en toda ocasión la parte es solo el lugar para presenciar la totalidad. Es un buen momento para pensar de nuevo. Para comparar casos exitosos si se lo hace de modo integral. Y construir.
Dice Daniel Goleman que para imaginar el futuro necesitamos tres cosas: pensamiento positivo, un punto de apoyo firme en la realidad y un sentido de propósito profundo y duradero.

Profesor universitario, especialista en economía internacional

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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