Distintos libros y miradas para entender aquel diciembre trágico
El estallido de 2001 marcó un punto de inflexión que alentó la escritura de múltiples ensayos
D. G
Si es verdad que, como dice el filósofo alemán Peter Sloterdijk, la política es la administración de la ira, uno de los peores momentos de esa gestión en el país tuvo lugar a partir del 19 y 20 de diciembre de 2001. La desobediencia civil, los saqueos, las víctimas de la represión policial y el inicio de una sucesión presidencial sin rumbo –y que recayó tal vez no casualmente en un dirigente opositor al gobierno de la Alianza, el peronista Eduardo Duhalde– siguen siendo materia de debate y análisis, y también de evocaciones.
En las calles y plazas de la ciudad de Buenos Aires y de otras localidades, adonde “cada cual fue con su cacerola por su pequeña Bastilla”, como escribió María Moreno en La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001 (reeditado por Literatura Random House), miles de ciudadanos salieron a protestar contra el estado de sitio promulgado por el presidente Fernando de la Rúa: así se gestó un clima de insurrección que dejó su huella en la cartografía de las revueltas populares. Al prólogo de 2011, Moreno le sumó uno nuevo. “La comuna de Buenos Aires era la apología de la calle como fiesta política”, agrega la autora, veinte años después y en un contexto de pandemia sobre su “autobiografía colectiva” que reúne testimonios de activistas, académicos, artistas, intelectuales, piqueteros y ahorristas perjudicados por las decisiones tomadas por el entonces ministro de Economía de la Alianza (y, antes, del menemismo), Domingo Cavallo.
El de Moreno no es el único libro reeditado en las vísperas del aniversario de una protesta que –para algunos analistas– puso fin a las políticas instrumentadas a lo largo de la década de 1990. Sudamericana reeditó Doce noches. 2001. El fracaso de la Alianza, el golpe peronista y el origen del kirchnerismo, del periodista Ceferino Reato. “En diciembre de 2001, yo vivía en San Pablo, y no podía dejar de mirar la CNN en Español, que transmitía la crisis casi en vivo –recuerda–. En Doce noches me interesan todos los hechos de aquellos días en los cuales, para mí, transcurrió la mayor crisis de la historia argentina por su capilaridad y sus repercusiones políticas, económicas y sociales”. Su libro combina la crónica con la interpretación de las causas y consecuencias de la salida del plan de convertibilidad. “También intento encontrar rasgos comunes con otras crisis dado que somos, lamentablemente, un país experto en crisis –agrega–. La de 2001 nació económica, en torno a qué hacer con la convertibilidad, que había sido muy exitosa para desterrar la inflación pero que mostraba signos de deterioro: recesión, desempleo, pobreza. Ese dilema atravesó a los partidos y al empresariado. En el libro hablan todos los protagonistas y no tomo partido sobre si la salida del 1 a 1 estuvo bien o no; no es un libro militante”.
"La crisis impulsó una relectura de los 70 en clave favorable a la guerrilla, dice Reato"
Reato destaca que la crisis de 2001 tuvo múltiples efectos en la sociedad. “Hasta ese momento, el mayor fantasma de los argentinos era la hiperinflación; a partir de ahí, fue la falta de dinero en el bolsillo, ya sea que proviniera de la falta de empleo o de la falta de un ingreso asegurado por el Estado, de un subsidio –señala–. Tanto fue así que los planes sociales creados a partir de la gestión de Duhalde pasaron a tener la legitimidad de los empleos, no solo para el Indec. De allí la relevancia de los llamados movimientos sociales, no tanto para bajar la pobreza, que, luego de la megadevaluación de 2002, encontró un nuevo umbral, más alto, sino para asegurar la gobernabilidad, es decir, controlar políticamente a los excluidos. Una visión conservadora, aunque revestida de un discurso progresista”.
Reato afirma que la crisis revalorizó una lectura de los años 70 en una clave favorable a la militancia guerrillera. “En la política, marcó la defunción del Frepaso y debilitó fortísimamente al radicalismo, creando la imagen de que solo el peronismo podía gobernar este país, mito que duraría hasta 2019″.
–¿En qué sentido se puede decir que diciembre de 2001 fue “un golpe peronista” y en qué medida dio origen al kirchnerismo?
–Los perdedores de la crisis, como De la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá, señalaron que habían tenido que renunciar por sendos golpes blandos o institucionales, no tradicionales, liderados por el peronismo bonaerense encabezado por Duhalde. Pero nunca asumieron los errores propios. Y al radicalismo le sigue costando digerir que Raúl Alfonsín se llevara bien con Duhalde y mal con De la Rúa. El kirchnerismo interpretó muy bien el nuevo consenso social que surgió tras la crisis: ese temor a la falta de un ingreso seguro y la búsqueda de un culpable a todos nuestros males, que recayó en los militares y en la última dictadura.
–¿Qué se aprendió de la crisis de 2001 y qué queda por revisar?
–Algunas cosas se aprendieron; por ejemplo, que los presidentes tienen que terminar sus mandatos. Por revisar hay mucho, como la dificultad que tenemos para enfrentar los problemas cuando surgen; no lo hacemos y luego estallan las crisis.
Para Reato, aún hoy se pugna por apropiarse del sentido de la crisis de 2001. “Los políticos no suelen interesarse por la verdad histórica, y los académicos y periodistas se sienten más cómodos alineándose políticamente. También los afecta la falta de un ingreso seguro”, ironiza.
"Para Scolnik, 2001 inauguró nuevas formas de sentir y pensar"
En Nada que esperar. Historia de una amistad política (coedición de Tinta Limón, Cordero Editor y Lobo Suelto), el sociólogo Sebastián Scolnik narra los últimos treinta años en el país desde la perspectiva de un “nosotros” fluctuante que atraviesa distintas coyunturas. “No solo recuperando las lenguas que se hablaron durante esos años, los dilemas teóricos y políticos que aparecieron, sino que también en el ensayo se busca expresar algo del sentido que se puso en juego en ese tiempo a partir de una miríada de experiencias minoritarias que anticiparon aquello que se visibilizó más nítidamente en 2001 –dice–. Porque más allá de los padecimientos colectivos, los años de la crisis inauguraron nuevas formas de sentir y de pensar que revirtieron en prácticas capaces de impugnar y cuestionar las formas de una democracia representativa que había sido atravesada por el terror legado de la dictadura”.
Scolnik integró el Colectivo Situaciones, fue uno de los creadores de Tinta Limón y trabajó en la Biblioteca Nacional durante la gestión de Horacio González. En su primer libro aborda los hechos de 2001 desde diversas dimensiones. “Su carácter multiforme da cuenta de perspectivas irreductibles a una interpretación única –remarca–. En nuestro caso, pensábamos que la constatación de la crisis como un suelo común, que deshacía todas las consistencias precedentes, abría al mismo tiempo un conjunto de posibilidades para la experimentación de formas políticas e instituciones de nuevo tipo capaces de expresar modos de vida que se fueron afirmando a partir de ciertas luchas. Resistencias en torno a la Justicia, la igualdad, contra la represión, el ajuste y el saqueo de los bienes colectivos. La pregunta era si en esa sociedad que se descomponía aceleradamente había lugar para recrear los vínculos sociales con nuevas imágenes acerca de cómo podíamos vivir juntos que escapaban a los modelos clásicos de la modernidad. ¿Había lugar para reinventar la política y las instituciones? ¿Qué hacer con el Estado y los partidos políticos? ¿Estaba surgiendo el germen de un nuevo tipo de democracia?”.
En su opinión, la crisis puso en suspenso ciertas formas de tramitar los conflictos sociales. “No se pudo hablar más la lengua del ajuste y tampoco reivindicar abiertamente la represión de la protesta social –señala–. Todo eso fue cuestionado, y cada vez que esa impugnación parecía superada, dando lugar a aventuras ‘ajustistas’ y represivas, reaparecía esa sensibilidad con nuevo vigor. Además, una serie de preguntas sobre qué es vivir se impusieron, preguntas en torno al trabajo, a los cuidados colectivos, a la salud y la educación, a la ciudad y el tiempo, a qué es pensar y con qué categorías hacerlo, y cómo deben obrar las instituciones frente a aquello que las excede e interpela”. Algunas de esas preguntas siguen sin respuesta.
Para el sociólogo Matías Cambiaggi, autor de El aguante. La militancia en los 90 (Marea), el 20 de diciembre fue una insurrección popular. “Como el 17 de Octubre o el Cordobazo, y que significó el final de un largo proceso madurado durante los años 90 y que tuvo su origen en la implementación del neoliberalismo, con todo lo que esto implicó en cuanto a la pérdida de trabajo de gran parte de la población y del patrimonio nacional, el industricidio, el hambre –remarca–. Pero por otro lado también de la resistencia que llevó adelante un nuevo sujeto social, compuesto por lo que hoy conocemos como organizaciones de la economía popular, la juventud de distintos sectores sociales y los jubilados, junto a sectores sindicales”.
En su libro, cuenta la historia de los años 90 en la Argentina a partir del registro de hechos como el asesinato de Walter Bulacio y el surgimiento de la Correpi, entre otros, que “desembocan” en la crisis de 2001. “Cada una de las experiencias toma cuerpo interpelada por este hecho trascendente –dice–. No es casual que los protagonistas de estas historias reaparecen sobre el final, durante el 20 de diciembre, con algunas certezas, con muchas preguntas, decididos a decir basta a las injusticias”.
Cambiaggi cree que el impacto de la crisis fue muy profundo y perdura hasta hoy. “Se revitalizó la posibilidad de hacer política ‘por mano propia’, sin permiso de nadie ni intermediarios. Pero también se evidenciaron los límites del ‘Que se vayan todos’, sin capacidad de proponer quiénes pueden reemplazar a los que tienen que irse”. Mientras, en un laboratorio social llamado la Argentina se siguen probando fórmulas para encontrar un modo eficaz de gestionar la cólera social.
Si es verdad que, como dice el filósofo alemán Peter Sloterdijk, la política es la administración de la ira, uno de los peores momentos de esa gestión en el país tuvo lugar a partir del 19 y 20 de diciembre de 2001. La desobediencia civil, los saqueos, las víctimas de la represión policial y el inicio de una sucesión presidencial sin rumbo –y que recayó tal vez no casualmente en un dirigente opositor al gobierno de la Alianza, el peronista Eduardo Duhalde– siguen siendo materia de debate y análisis, y también de evocaciones.
En las calles y plazas de la ciudad de Buenos Aires y de otras localidades, adonde “cada cual fue con su cacerola por su pequeña Bastilla”, como escribió María Moreno en La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001 (reeditado por Literatura Random House), miles de ciudadanos salieron a protestar contra el estado de sitio promulgado por el presidente Fernando de la Rúa: así se gestó un clima de insurrección que dejó su huella en la cartografía de las revueltas populares. Al prólogo de 2011, Moreno le sumó uno nuevo. “La comuna de Buenos Aires era la apología de la calle como fiesta política”, agrega la autora, veinte años después y en un contexto de pandemia sobre su “autobiografía colectiva” que reúne testimonios de activistas, académicos, artistas, intelectuales, piqueteros y ahorristas perjudicados por las decisiones tomadas por el entonces ministro de Economía de la Alianza (y, antes, del menemismo), Domingo Cavallo.
El de Moreno no es el único libro reeditado en las vísperas del aniversario de una protesta que –para algunos analistas– puso fin a las políticas instrumentadas a lo largo de la década de 1990. Sudamericana reeditó Doce noches. 2001. El fracaso de la Alianza, el golpe peronista y el origen del kirchnerismo, del periodista Ceferino Reato. “En diciembre de 2001, yo vivía en San Pablo, y no podía dejar de mirar la CNN en Español, que transmitía la crisis casi en vivo –recuerda–. En Doce noches me interesan todos los hechos de aquellos días en los cuales, para mí, transcurrió la mayor crisis de la historia argentina por su capilaridad y sus repercusiones políticas, económicas y sociales”. Su libro combina la crónica con la interpretación de las causas y consecuencias de la salida del plan de convertibilidad. “También intento encontrar rasgos comunes con otras crisis dado que somos, lamentablemente, un país experto en crisis –agrega–. La de 2001 nació económica, en torno a qué hacer con la convertibilidad, que había sido muy exitosa para desterrar la inflación pero que mostraba signos de deterioro: recesión, desempleo, pobreza. Ese dilema atravesó a los partidos y al empresariado. En el libro hablan todos los protagonistas y no tomo partido sobre si la salida del 1 a 1 estuvo bien o no; no es un libro militante”.
"La crisis impulsó una relectura de los 70 en clave favorable a la guerrilla, dice Reato"
Reato destaca que la crisis de 2001 tuvo múltiples efectos en la sociedad. “Hasta ese momento, el mayor fantasma de los argentinos era la hiperinflación; a partir de ahí, fue la falta de dinero en el bolsillo, ya sea que proviniera de la falta de empleo o de la falta de un ingreso asegurado por el Estado, de un subsidio –señala–. Tanto fue así que los planes sociales creados a partir de la gestión de Duhalde pasaron a tener la legitimidad de los empleos, no solo para el Indec. De allí la relevancia de los llamados movimientos sociales, no tanto para bajar la pobreza, que, luego de la megadevaluación de 2002, encontró un nuevo umbral, más alto, sino para asegurar la gobernabilidad, es decir, controlar políticamente a los excluidos. Una visión conservadora, aunque revestida de un discurso progresista”.
Reato afirma que la crisis revalorizó una lectura de los años 70 en una clave favorable a la militancia guerrillera. “En la política, marcó la defunción del Frepaso y debilitó fortísimamente al radicalismo, creando la imagen de que solo el peronismo podía gobernar este país, mito que duraría hasta 2019″.
–¿En qué sentido se puede decir que diciembre de 2001 fue “un golpe peronista” y en qué medida dio origen al kirchnerismo?
–Los perdedores de la crisis, como De la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá, señalaron que habían tenido que renunciar por sendos golpes blandos o institucionales, no tradicionales, liderados por el peronismo bonaerense encabezado por Duhalde. Pero nunca asumieron los errores propios. Y al radicalismo le sigue costando digerir que Raúl Alfonsín se llevara bien con Duhalde y mal con De la Rúa. El kirchnerismo interpretó muy bien el nuevo consenso social que surgió tras la crisis: ese temor a la falta de un ingreso seguro y la búsqueda de un culpable a todos nuestros males, que recayó en los militares y en la última dictadura.
–¿Qué se aprendió de la crisis de 2001 y qué queda por revisar?
–Algunas cosas se aprendieron; por ejemplo, que los presidentes tienen que terminar sus mandatos. Por revisar hay mucho, como la dificultad que tenemos para enfrentar los problemas cuando surgen; no lo hacemos y luego estallan las crisis.
Para Reato, aún hoy se pugna por apropiarse del sentido de la crisis de 2001. “Los políticos no suelen interesarse por la verdad histórica, y los académicos y periodistas se sienten más cómodos alineándose políticamente. También los afecta la falta de un ingreso seguro”, ironiza.
"Para Scolnik, 2001 inauguró nuevas formas de sentir y pensar"
En Nada que esperar. Historia de una amistad política (coedición de Tinta Limón, Cordero Editor y Lobo Suelto), el sociólogo Sebastián Scolnik narra los últimos treinta años en el país desde la perspectiva de un “nosotros” fluctuante que atraviesa distintas coyunturas. “No solo recuperando las lenguas que se hablaron durante esos años, los dilemas teóricos y políticos que aparecieron, sino que también en el ensayo se busca expresar algo del sentido que se puso en juego en ese tiempo a partir de una miríada de experiencias minoritarias que anticiparon aquello que se visibilizó más nítidamente en 2001 –dice–. Porque más allá de los padecimientos colectivos, los años de la crisis inauguraron nuevas formas de sentir y de pensar que revirtieron en prácticas capaces de impugnar y cuestionar las formas de una democracia representativa que había sido atravesada por el terror legado de la dictadura”.
Scolnik integró el Colectivo Situaciones, fue uno de los creadores de Tinta Limón y trabajó en la Biblioteca Nacional durante la gestión de Horacio González. En su primer libro aborda los hechos de 2001 desde diversas dimensiones. “Su carácter multiforme da cuenta de perspectivas irreductibles a una interpretación única –remarca–. En nuestro caso, pensábamos que la constatación de la crisis como un suelo común, que deshacía todas las consistencias precedentes, abría al mismo tiempo un conjunto de posibilidades para la experimentación de formas políticas e instituciones de nuevo tipo capaces de expresar modos de vida que se fueron afirmando a partir de ciertas luchas. Resistencias en torno a la Justicia, la igualdad, contra la represión, el ajuste y el saqueo de los bienes colectivos. La pregunta era si en esa sociedad que se descomponía aceleradamente había lugar para recrear los vínculos sociales con nuevas imágenes acerca de cómo podíamos vivir juntos que escapaban a los modelos clásicos de la modernidad. ¿Había lugar para reinventar la política y las instituciones? ¿Qué hacer con el Estado y los partidos políticos? ¿Estaba surgiendo el germen de un nuevo tipo de democracia?”.
En su opinión, la crisis puso en suspenso ciertas formas de tramitar los conflictos sociales. “No se pudo hablar más la lengua del ajuste y tampoco reivindicar abiertamente la represión de la protesta social –señala–. Todo eso fue cuestionado, y cada vez que esa impugnación parecía superada, dando lugar a aventuras ‘ajustistas’ y represivas, reaparecía esa sensibilidad con nuevo vigor. Además, una serie de preguntas sobre qué es vivir se impusieron, preguntas en torno al trabajo, a los cuidados colectivos, a la salud y la educación, a la ciudad y el tiempo, a qué es pensar y con qué categorías hacerlo, y cómo deben obrar las instituciones frente a aquello que las excede e interpela”. Algunas de esas preguntas siguen sin respuesta.
Para el sociólogo Matías Cambiaggi, autor de El aguante. La militancia en los 90 (Marea), el 20 de diciembre fue una insurrección popular. “Como el 17 de Octubre o el Cordobazo, y que significó el final de un largo proceso madurado durante los años 90 y que tuvo su origen en la implementación del neoliberalismo, con todo lo que esto implicó en cuanto a la pérdida de trabajo de gran parte de la población y del patrimonio nacional, el industricidio, el hambre –remarca–. Pero por otro lado también de la resistencia que llevó adelante un nuevo sujeto social, compuesto por lo que hoy conocemos como organizaciones de la economía popular, la juventud de distintos sectores sociales y los jubilados, junto a sectores sindicales”.
En su libro, cuenta la historia de los años 90 en la Argentina a partir del registro de hechos como el asesinato de Walter Bulacio y el surgimiento de la Correpi, entre otros, que “desembocan” en la crisis de 2001. “Cada una de las experiencias toma cuerpo interpelada por este hecho trascendente –dice–. No es casual que los protagonistas de estas historias reaparecen sobre el final, durante el 20 de diciembre, con algunas certezas, con muchas preguntas, decididos a decir basta a las injusticias”.
Cambiaggi cree que el impacto de la crisis fue muy profundo y perdura hasta hoy. “Se revitalizó la posibilidad de hacer política ‘por mano propia’, sin permiso de nadie ni intermediarios. Pero también se evidenciaron los límites del ‘Que se vayan todos’, sin capacidad de proponer quiénes pueden reemplazar a los que tienen que irse”. Mientras, en un laboratorio social llamado la Argentina se siguen probando fórmulas para encontrar un modo eficaz de gestionar la cólera social.
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