Entretener para ajustar, la cura improvisada del Gobierno
Sergio Suppo
Alfredo
Inoportuna, la nueva ola de Covid amenaza con superponerse con las fiestas de fin año. Peor resulta todavía que los argentinos encuentren a sus gobernantes entretenidos en juegos de engaño y distracción.
Lo que se estimaba para marzo, la incidencia de la variante ómicron, la llegada de miles de personas desde el exterior como cada diciembre y el relajamiento completo de los cuidados preventivos, parece haberse anticipado para estas mismas horas.
"Una añeja cultura favorable a la vacunación resulta un punto a favor para la Argentina"
Los primeros brotes de la variante más contagiosa de coronavirus confrontan con los beneficios de una vacunación que, aunque tardía, es un freno tanto por el efecto de la inmunización como por el alto porcentaje de personas con el esquema completo.
Una añeja cultura favorable a la vacunación resulta un punto a favor para la Argentina, mientras en el mundo prosperan los delirios contra la ciencia. Esos grupos aquí son poco representativos y suelen coincidir con quienes se expresan en forma extrema contra medidas que consideran atentatorias contra su libertad personal.
No todo es tan tranquilizador. Lejos de mostrar un plan serio y articulado, una vez más el Gobierno aparece sorprendido por el aumento de casos. Esta actitud hace temer la reiteración de una política restrictiva, la misma que causó una catástrofe económica y social por una cuarentena larga e inflexible.
"El Presidente presentó la propuesta de llevar la capital a un lugar indefinido del norte casi como un castigo a los vecinos porteños, como si ellos gobernaran el país"
En cambio, como si estuviese obligado a ofrecer un espectáculo que genere reacciones todo el tiempo, el oficialismo se empeña en brindar ejemplos de evasión de la realidad. No se trata solo del regreso de una pandemia que no se había ido, sino de la creciente crisis de empobrecimiento por la licuación del valor de la moneda y de la inflación.
En ese plan de aparentar vivir en otro mundo, Alberto Fernández exhumó la vieja idea de trasladar la capital del país, esta vez al norte, en un alegre coqueteo con gobernadores de esa zona. Dijo que piensa todos los días en el tema, en el reconocimiento de una extraña pero inactivada obsesión por mudar la sede del Gobierno.
El globo de ensayo presidencial voló después de que, con motivo de la despedida del Senado de Esteban Bullrich, se repusiera ante la opinión pública su propuesta de dividir en cinco partes a la ingobernable provincia de Buenos Aires.
En su juego de libre asociación de ideas, el Presidente presentó la propuesta de llevar la capital a un lugar indefinido del norte casi como un castigo a los vecinos porteños, como si ellos gobernaran el país, cuando en realidad son los argentinos que más de cerca soportan los malos gobiernos nacionales.
Un sesgo oportunista predomina ahí donde la clase política tendría que enfrentar definiciones muy complejas y de mayor impacto social. Por ejemplo, redefinir cómo revertir un largo proceso de poblamiento aluvional en el conurbano y otras grandes ciudades del interior.
Es una maniobra distractiva de un presidente que improvisa hasta los discursos que lee.
Aferrada a intereses más concretos, en ese mismo cinturón que rodea a la ciudad de Buenos Aires se sigue intentando desbloquear el impedimento legal a las reelecciones indefinidas y consecutivas. Los que quieren quedarse parecen no reparar en que sus gestiones han colaborado antes que evitado el abismo productivo y social en el que cayó la zona más poblada del país y, hace varias décadas, la que concentraba mayor cantidad de mano de obra industrial y de servicios.
A esa celebración de gestiones fallidas se sumará, en breve, el desembarco de Máximo Kirchner como nuevo colonizador del peronismo reinante, en un pretendido adelanto de herencia de las propiedades políticas que tiene sobre su electorado su madre, la vicepresidenta.
Es por otras herencias, más tangibles, que el jefe de La Cámpora sufre los mismos problemas y ejerce las mismas presiones sobre la Justicia.
No es el único extravío. Junto a la propuesta de mudanza del Presidente, el secretario de Comercio Interior que le incrustó el Instituto Patria, Roberto Feletti, poco menos que celebró como un éxito que la inflación de noviembre haya sido del 2,5%. El alza de precios anualizado supera el 50% y todas las proyecciones, salvo el dibujo del presupuesto, pronostican porcentajes todavía más altos para el año próximo.
Aun en tiempos en los que varios países centrales tienen crisis por el regreso de la inflación, la Argentina va en el ranking inflacionario con sobrada ventaja. El Reino Unido está conmovido porque padece en un año toda la inflación que nuestro país tiene en menos de dos meses.
La inflación sofocada por paliativos efímeros y ridículos como los controles de precios es, en realidad, una verdadera política de Estado que el kirchnerismo decidió profundizar luego de recibirla del macrismo.
En la segunda mitad de la presidencia de Mauricio Macri como en toda la gestión de Alberto y Cristina, el alza de precios y la devaluación bestial del peso respecto del dólar no han sido otra cosa que una política que destruye la capacidad de compra de los trabajadores y licúa el endeudamiento del Estado.
Ese ajuste brutal es ocultado con discursos que, con un ingenio recortado por lo evidente, pretenden atribuir a la oposición políticas que lleva adelante el propio oficialismo.
El Gobierno no tiene una política contra la inflación sino a favor, camuflada de discursos contra el macrismo, del que es continuador en ese rubro. Sucede lo mismo con sus mandobles verbales contra los funcionarios del Fondo Monetario Internacional, cuyas recetas de adecuación para la firma de un acuerdo vienen cumpliendo hace meses, con la aprobación en privado del binomio presidencial.
La oposición acompaña como puede el despiste de la realidad del kirchnerismo, promoviendo su propia división en una decena de pequeños bloques en la Cámara de Diputados. La fractura de la bancada radical es apenas la más numerosa de esas divisiones, por cierto convertidas en grandes e inesperadas oportunidades para las urgencias de hacer amigos de un oficialismo que necesita ocultar su derrota en las elecciones.
Lejos de concentrar su oferta para erigirse en alternativa de poder, Juntos por el Cambio ha resuelto abrir varios pequeños kioscos con la promesa de que de esa manera atraerá más clientela. Recuerda bastante a sus adversarios cuando hace un ajuste mientras maldice a quienes lo proponen.
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