martes, 26 de enero de 2016

INDEC QUE TRABAJA II; MARTHA ARGERICH Y BRUNO GELBER


Martha Argerich por Bruno Gelber
Un ser etéreo en plena madurez
EL MÚSICO ARGENTINO RECUERDA LOS INSTANTES DE COMPLICIDAD QUE COMPARTIÓ CON LA PIANISTA EN EL ESTUDIO DEL MAESTRO SCARAMUZZA Y EN EL FOSO DEL TEATRO COLÓN


Martha Argerich es la persona que conozco desde hace más tiempo en mi vida. Desde chica “Marthita” me resultó fascinante porque era una persona fuera de lo común. Tenía mucha personalidad y mucha fuerza, siendo a la vez tímida. Yo le tenía una admiración absoluta, un gran cariño y, sobre todo, me sentía fascinado por ella. Más: fue la primera persona que me fascinó. Tengo muchísimos recuerdos entrañables que me unen a ella. Nos formamos juntos con el maestro Vicente Scaramuzza. Nuestras madres nos llevaban al conservatorio en Lavalle 1982.
Cuando salíamos de allí, jugábamos al maestro y al alumno. Yo, desde luego, siempre era el alumno. Lo que resultaba maravilloso en ella era que ponía la mano al piano y ésa era la verdad. Era como una revelación. Parecía que había estudiado diez años. Siempre digo que ella nació pianista y yo me hice pianista. Marthita nació con la mano ideal. Teníamos una comunicación de niños, y pese a que el maestro promovía los celos entre nosotros, su técnica “antipedagógica” nunca prosperó: nos adoramos y nos teníamos –nos tenemos aún– un afecto sincero.


También recuerdo de ella muchas cosas de chicos, divertidas, cuando por ejemplo me contaba que soñaba en colores. Yo me quedaba pasmado, porque mis sueños transcurrían en un mundo modesto en blanco y negro. A ella siempre le gustaba sorprender, asombrar a los demás. ¡Me encantaba cuando de chiquita usaba el pelo corto, todo enmarañado! Me parecía divina. Entre esas memorias están también las escenas que vivimos en el Teatro Colón. Mi padre tocaba la viola en la Orquesta Estable y nos llevaba a los conciertos y a los ensayos de las grandes figuras.
Nos ubicaba en el foso, nos sentábamos en el pupitre del director de orquesta, asomando apenas las cabecitas por encima de la baranda de la platea. Había un matrimonio de abonados que, cada vez que nos pegábamos un codazo para señalar las notas falsas o nos reíamos de algún error de los músicos, nos daban un chirlo con el programa de mano y protestaban, diciendo: “¡Qué poco músicos que son estos chicos!”. Así escuchamos a los más grandes de esa época: Arthur Rubinstein, Alfred Cortot, Walter Gieseking… También recuerdo su debut como si fuera hoy.
Apenas pude salir de mi casa después de sufrir la polio, la primera cosa que hice fue asistir al concierto de Martha en el Teatro Astral. La dirigía el maestro Scaramuzza. Ahí la escuché tocar el Primero de Beethoven y el Concierto en Re de Mozart. En cada momento que podía, se limpiaba la nariz porque estaba resfriada. Ese detalle me quedó bien grabado. Ella se preocupaba de ver cómo caminaba yo después de la polio, quería que hiciese el esfuerzo de caminar bien, le importaba que pusiera el pie derecho, que me manejara lo mejor posible. Después pasó el tiempo, cada uno hizo su carrera en Europa y volvimos a vernos en Ginebra, una vez que fui a visitarla. El reencuentro fue maravilloso. Me recibió con todo el amor del mundo, con el mismo cariño que nos habíamos tenido siempre. Martha es una inspiración constante.


Es un ser divino, etéreo, inasible. Es típicamente Géminis, un signo de aire, una persona cambiante, difícil de sostener en la Tierra. Cuando volvimos a encontrarnos este año en Buenos Aires, vi en ella a una Martha madura y serena. La percibí más grande, muy calma. Fue una sensación muy grata. Como de costumbre, terminamos hablando de nuestras carreras. A pesar de ser tan distintos, nuestra relación perdurará para siempre, salvo la discontinuidad natural de la vida, como un vínculo profundo, de gran amistad y de admiración mutua. Un verdadero sentimiento de amor fraternal que va mucho más allá de la música. Es un ser divino, etéreo e inasible. Es típicamente Géminis, un signo de aire, una persona cambiante, difícil de sostener en la Tierra



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