martes, 19 de enero de 2016

INDECQUETRABAJA II; POCO CONOCIDO PERO ESPECTACULAR


El recorrido oficial por el remozado Museo Nacional de la Historia de Traje remite a nueve pequeñas salas ricas en ornamentos y regidas por un guión museográfico que pone énfasis en el gaucho, continúa con la moda imperio y la moda federal de 1800, indaga en la silueta oriental predicada por Poiret, continúa con correlatos del estilo Chanel, se pasea por la silueta de los mid forties venerada por Eva Perón, ya desde las creaciones del sastre Luis Agostino, ilustra sobre el hippie chic de Mary Tapia y Medora Manero y un traje pop de la tienda Biba y concluye con el traje de gaucho compadrito emulado por Gardel en el film El día que me quieras. Pero el verdadero tesoro del museo situado en Chile 832 es el archivo de ropajes y de accesorios que suma 9000 piezas.



Vestida con un guardapolvo blanco que engalana su delgada silueta, Liliana Alscher, la responsable del almacenamiento, conservación preventiva y Control de las Colecciones, registró los contenidos de semejante fondo de placard en seis cuadernos de tamaño oficio: sus páginas dan fe de un curioso código numérico para la museografía y donde registró cada enagua, cada zapato, cada sombrero, los textiles que compone el patrimonio.



Mientras que los oficios silenciosos de los museos cobraron visibilidad en el discurso y los modos de los museos de moda (el colmo fue la colección del Galliera modelada en los brazos de la actriz Tilda Swinton) el director del MNHT decidió destinar a Liliana y a su asistente un salón que linda con ese tesoro pero que oficia de sala lounge para maniquíes, baúles preciosistas que aguardan nuevas donaciones. Devota de la labor museográfica que comenzó hace 20 años en esa casa tipo chorizo luego de iniciarse por sus conocimientos de costura, Alscher extendió sus saberes con cursos de conservación y patrimonio.



Cuando invita a un recorrido por la colección advierte que las prendas no se pueden tocar sin el uso de guantes de látex. Es imposible no detener la mirada ni exclamar ante la visión de cientos de cajas blancas que con letras cursiva señalan: "sombrero de señor. Botas de potro. Traje de soldado, Zapatos de novia de los años 30. Abanicos, relicarios. Peinetones. Galeras. Bastones". En el segundo nivel cautiva la visión de una docena de placards de metal pintados de blanco que se desplazan sobre rieles. Como en una secuencia de las Crónicas de Narnia, al abrirse las puertas se accede a otro mundo con textiles del pasado: hay vestidos de novia, abrigos y un placard de diseñadores que reúne barrocos Piazza's y trajes de los Hermanos de la Cruz, pero también un vestido Jacques Dorian cuya silueta maximalista parece homenajear al traje lámpara de Poiret: las mangas concebidas cual tulipas exhiben perlas y azabaches cosidas a modo de caireles. O la sorpresa de modelos de Vanina de War: un vestido de crepe amarillo con escote en v y bordado con perlas al tono, también un vestido plata, azulino y fucsia con dejos de un Pucci high tech o de algún rescate textil de Raf Simons, provistos de la etiqueta que indica Arenales 1300.



La jefa de ese archivo resume sobre su método: "los vestidos de los 20 permanecen acostados en planeras y enfundados en tyvek, los textiles muy bordados y pesados no se cuelgan pues podrían rasgarse. Los trajes que cuelgan lo hacen de perchas construidas según el ancho de hombros de cada traje, enfundadas en guata y en lienzo. Estamos cambiando las etiquetas y para ello hay que lavar cintas, dejarlas decatizar y pegarlas en las costuras para que la prenda no tenga modificaciones". Le pregunto por su traje favorito. Se refiere a un traje del 1800 pero no puede ocultar su devoción por un particular desfile de modas urdido en ese museo en base a réplicas: una pasarela itinerante e histórica que en apenas una hora resume la historia de la moda.

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