jueves, 14 de enero de 2016

LECTURA RECOMENDADA

PÁGINAS LITERARIAS Y CORAZONES QUE GIMEN

Llegué a 2016 de la mano de un libro que me acompañó durante todo el año pasado. Una novela impresionante que fui leyendo con cuentagotas, con una historia que la guía y con decenas de pequeñas historias aledañas y reflexiones sustantivas sobre la vida, el arte, la amistad y el amor que fluyen en cada uno de sus capítulos. Se llama El jilguero, su autora es la norteamericana Donna Tartt (Mississippi, 1963), y leerla fue no solo sumergirme en las peripecias de su protagonista, Theo Decker, sino también tener la oportunidad de experimentar qué se siente al leer un mismo libro -y de largo aliento-, en dos soportes a la vez. Como experiencia, la lectura en el siglo XXI es un cruce de estímulos que alterna generalmente ficción con lectura de páginas web, correos electrónicos y espasmódicas paradas en las redes sociales, además de con subtítulos en series y películas: esquizofrenia productiva, apetito voraz por aprehenderlo todo y, muchas veces, también, vacío profundo, que nada consigue colmar.
El jilguero, de Fabritius. Museo Mauritshuis, La Haya.
La novela de Tartt fue para mí, en ese sentido, una suerte de tránsito y no solo porque estuvo cerca de un año al otro, sino porque fue el ritual de pasaje de una forma de leer a otra, es decir, un libro que enhebró la historia de mis lecturas tradicionales con esta manera asombrosa y caótica de leer allí donde haya oferta de un sentido.
Durante las noches en mi casa, el monumental volumen de más de mil páginas se reunía conmigo a la espera del sueño. Durante el tránsito o los viajes en avión, la novela de iniciación del joven neoyorquino que se ve lanzado solo a la vida a los 13 años cargando la memoria del dolor y el abandono y ocultando un cuadro pequeño y famoso, llegaba a mí en versión electrónica. Pude sufrir y disfrutar en ambas versiones y supe lo que era llorar fuerte cerrando abruptamente el volumen y mirando al techo de mi habitación tanto como moquear el desconsuelo en un aeropuerto tan desconocido e impersonal como los cientos de hombres y mujeres que estaban sentados cerca esperando el mismo vuelo. Parece una ironía, ya que la droga es uno de los ejes del relato, pero, sí, efectivamente la novela de Tartt llegó en dosis y debo agradecer esa excepcionalidad porque sirvió para alargar el placer y la satisfacción de extender las sensaciones que sólo provoca la literatura en estado puro.
El jilguero, tapa del libro.

Ya se ha dicho mucho sobre El jilguero: pueden leerse en la Red múltiples entrevistas con su autora, notas con enfoques diversos, reseñas elogiosas y críticas duras sobre la novela que arrasó en ventas desde su aparición hacia fines de 2013 y que obtuvo el Pulitzer 2014. En un breve resumen de su trama, podría contarse que el adolescente Theo vive con su madre en un pequeño departamento de Nueva York; que su padre ha desaparecido y nada saben de él. Que tienen una relación intensa, entrañable. Llueve fuerte el día en que, mientras esperan que pase algún taxi vacío, deciden entrar al Metropolitan Museum para ver una muestra de pintura holandesa: allí verán el cuadro favorito de su madre, el que da el título a la novela, una pequeña pieza pintada por Carel Fabritius en 1654.

 Discípulo de Rembrandt y maestro de Vermeer, a quien legó "la cualidad de la luz", Fabritius murió a los 32 años en una explosión en Delft, como le cuenta la madre al hijo mientras mira, extasiada, la primera obra de la que se enamoró cuando era pequeña, ese tiempo en el que se quedaba horas sentada junto a su cama, mirando en un libro la reproducción de la pequeña y hermosa ave encadenada. Esto sucede momentos antes de la explosión de una bomba en el museo que hará estallar en pedazos el edificio y también la vida del propio Theo, quien huye llevando la cotizada pieza y comienza un viaje por ciudades (Nueva York, Las Vegas, Amsterdam), casas (la de la familia Barbour, la de su padre, la de Hobie) y ánimos (el desamor de la orfandad, el conocimiento del oficio de restaurador, el sube y baja de las drogas, los vínculos con distintas mafias) que dura más de diez años y en el cual la verdadera búsqueda sigue estando dentro suyo.
El jilguero narra la tormentosa vida de un sobreviviente y su lectura, al menos en la versión espasmódica de la que puedo dar cuenta, provoca la adicción y el entusiasmo que sólo provocan las series fuera de serie como Breaking Bad (con cuyos personajes también han sido comparados las criaturas de Tartt), esas obras que te toman del cuello desde el vamos con un lazo tan firme como delicado y te invitan a vivir todas las vidas que no te tocaron en la lotería. "Me encontraba aún en Amsterdam cuando soñé con mi madre por primera vez en mucho tiempo", dice la primera línea de esta novela abrumadora, que atrapa tu corazón, lo cautiva, lo desboca y te lo devuelve magullado pero entero. Y deliciosamente vivo.

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