ODA AL TELÉFONO DE LÍNEA
PARTE DEL MOBILIARIO, A NADIE SE LE OCURRIRÍA ROBARLO.
SUENA HASTA QUE SE LO ESCUCHA
NO NECESITA MAS QUE ESTAR ENCHUFADO. SE OYE CLARO Y FUERTE.
HOGAREÑO Y COLECTIVO
VARIEDAD DE COLORES Y MODELOS. SIMPLE Y GAUCHITO. PUEDE CONVIVIR SIN CELOS CON LOS CELU
Hacer las cuentas domésticas, últimamente, es un ejercicio de depuración: lo que no es imprescindible vuela. Hoy pensé que sería mejor dar de baja la línea del teléfono fijo. Cada vez lo usamos menos y casi los únicos que llaman a ese número son encuestadores o promotores de bancos o de servicios de urgencias a los que invariablemente les recito mi discurso contra la invasión de la vida privada y los despido amablemente. No es nada personal, aclaro con buen tono (no quiero agarrármela con un trabajador), sé que es una política de la empresa, digo a veces también, pero no me gusta que me llamen para venderme nada.
Un segundo después de pensar en ese recorte de gastos una secuencia de imágenes frenó el primer impulso de terminar con la línea fija de mi casa. Imaginé a mis hijos en sus refugios inaccesibles, engullidos por la pantalla de sus celulares. El teléfono de todos dejaría de sonar para siempre y a cambio quedaría el cuentapropismo comunicativo, cada uno en su conversación privada, más privada que nunca. Nada que no esté sucediendo ya. Pero cancelar la línea lo dejaba al desnudo. De pronto me vi luchando contra un vago sentimiento de amenaza.
Cuando yo era chica, la familia entera estaba al tanto de las conversaciones de todos. Mi tía abuela Irma, por ejemplo, sentada siempre en su silla frente al televisor, tejido en mano, parecía esperar esas llamadas como quien sigue un folletín o las entregas de un radioteatro. Tanto se interesaba que solía olvidarse de disimular, soltaba las agujas y se quedaba mirando, es decir, escuchando como si nada. Es más: a veces, apenas uno había dejado el tubo en el aparato, ella preguntaba por algún detalle de lo que había escuchado o le mandaba cariñosos saludos a esa amiga o ese amigo.
Por esa época, principios de los años 80, todavía en muy pocas casas había teléfono y algunos afortunados hasta contaban con facilidades que en la mía no existían. Podían darse el lujo de pedir que alguien pasara la palanquita de la caja telefónica de "living" a "escritorio" y entonces lograban encerrarse en una habitación sin testigos. Eso que en mi casa era imposible. Si queríamos mantener algo en secreto, mejor que no habláramos por teléfono.
De lo contrario éramos un libro abierto y los grandes observaban los cambios de tono, las voces que se volvían susurros y las sonrisas apretadas contra el tubo, el cuerpo que se enroscaba sobre sí mismo para esconderse de la mirada de los demás. No había manera de eludirlos. El "¿de parte de quién?", además, era una excusa perfecta de los buenos modales. Ahora que lo pienso, todos seguíamos el hilo de las historias de todos, sólo que, lógicamente, los adolescentes éramos los que más novedades aportábamos y nuestras andanzas despertaban la atención de los mayores (y también su celo protector, que podía seguir a distancia prudencial los vaivenes de nuestras primeras exploraciones).
Suena el teléfono de casa y nadie corre a atender. Si estoy ocupada, la llamada se pierde. Unos segundos después se oye un celular: el que llamaba está probando por otros medios. Las abuelas se quejan, ¿ya nadie atiende el teléfono en esa casa?
El teléfono familiar es una especie en vías de extinción. Como el televisor en medio del living, que, pese a los primeros temores de los apocalípticos y no integrados, terminó convirtiéndose en punto de encuentro, el fuego hogareño que promovía la reunión de la tribu. Las pantallas personales ganan la partida. Antes nos peleábamos por el programa que queríamos ver. Ahora, cada uno ve lo que quiere en su cuarto; si no tiene tele, en la compu, y si no, en el celular. Curioso doble movimiento de época concentrado en un mismo dispositivo tecnológico: por un lado, la exhibición constante de la intimidad en las redes sociales; por el otro, el repliegue individual y solitario, recortado del mundo.
C. A
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