sábado, 11 de marzo de 2017

ANECDOTARIO PALLAROLS



"Abuela, ¿qué es un quilombo?" Décadas después de la inocente pregunta, el cachetazo que recibió sigue grabado en la mente de Juan Carlos Pallarols. Curioso, porque la pregunta del niño Juan Carlos se terminaría demostrando seguramente impertinente, pero no desubicada: ya adulto, su oficio de orfebre artesanal, a primera vista aséptico y lejano de los febriles entreveros del poder en la Argentina, terminaría metiéndolo en más de un ídem (ver la palabra arriba citada).



Preguntaba y pregunta Pallarols. Sigue creando piezas únicas a los 74 años y, entusiasmado, exhibe y comenta en su taller de San Telmo detalles de la abrumadora cantidad de objetos históricos que allí guarda. Destacan desde la propia casona, en la que se reunían en los albores de la Argentina moderna figuras como Leandro Alem y Bartolomé Mitre, hasta la foto que le dedicó Carlos Monzón, uno de los muchos boxeadores a los que les diseñó un cinturón de campeón: "Pal que me hació el cinto [sic]".
Pallarols admite que la curiosidad lo supera, que nunca dejó de preguntar, que nunca se resignó a no saber por qué. Más de una vez, la respuesta que recibió lo hundió en la amargura. En 1951, por ejemplo: el joven Pallarols no entendía cómo Banfield, el equipo de su barrio, la camiseta que lo conmovía cada fin de semana, no se había llevado el título ante Racing. Gobernaba Juan Domingo Perón y Ramón Cereijo era secretario de Hacienda. 

Que Racing fuera apodado "Sportivo Cereijo" ahorra explicaciones. El 1-0 de Racing en el segundo partido del desempate tras igualar ambos equipos en 44 puntos sigue siendo motivo de polémica casi 66 años después. El joven Pallarols lo confirmó: Banfield entregó aquel título, la primera intromisión de un equipo chico en el reino de los grandes. "Casi me meten preso por insultar a Cereijo", recuerda. "Abordé a un dirigente de Banfield y le pregunté qué había pasado. «Qué querés, pibe... ¡Nos dieron tanta guita!», me dijo. Esa respuesta fue una puñalada, yo tenía 11 años. Y me hice de River, me dio más satisfacciones que Banfield."
Las puñaladas son parte de la vida. Si se las resiste, ayudan a madurar. Así como River le permitió calmar el dolor que le provocó Banfield (equipo apodado El Taladro), hay otro objeto, fino y largo, incrustado en las costillas de Pallarols. Lo tiene clavado en el alma. Ante el más mínimo movimiento, los quejidos son inevitables. Duele como un cuchillo, sí, pero en realidad es un bastón lo que tiene atravesado.




La turbulenta transición presidencial de fines de 2015 entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri dejó heridos, y uno de ellos fue Pallarols, encargado desde los años 70 de producir una pieza única: el bastón que simboliza el poder de los presidentes. Cuando la doctora se negó a ser parte de la ceremonia de entrega del mando al ingeniero, Pallarols se encontró en medio de una guerra entre el gobierno nacional, aún en manos kirchneristas, y el de la ciudad de Buenos Aires, base del macrismo hasta que la Casa Rosada le abriera las puertas. En aquellos tensos días antes del 10 de diciembre, el orfebre quiso ser respetuoso de la tradición y entregar el bastón de urunday -madera elegida en el regreso de la democracia por Raúl Alfonsín- al presidente electo. Como a don Raúl, a Pallarols se le mezclaron el no saber, el no poder y el no querer: Macri eligió asumir con un bastón diferente y cortó así una tradición que se remontaba al breve período democrático iniciado en 1973. 

Pallarols recuerda una llamada de un asistente de Juliana Awada para preguntarle si Cristina no le había echado algún tipo de maldición al objeto, pero se niega a creer que ningún tipo de superstición haya podido ser la causa. No, Pallarols quiere demasiado al bastón y a la república que éste representa. Por eso sigue sin perder la esperanza de que el objeto que guarda con esmero recupere sus plenos poderes: "Si Macri me hace media guiñadita voy y se lo llevo".
S. F.

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