Finalmente llegamos a Galápagos, como en 1835 llegó ese pibe de 26 años que había salido por primera vez de su casa unos años antes para dar la vuelta al mundo y, en el camino y en su cabeza, cambiarlo para siempre.
La primera sorpresa es la aridez inicial: al menos cerca del aeropuerto, nada por aquí, nada por allá. Algo así escribió Charles Darwin en su diario: "Imaginemos que son una parte a cultivar de las regiones del infierno". Pero apenas unos kilómetros más adelante., el paraíso, comenzando por las primeras tortugas gigantes, de esas que piratas y aventureros habían descubierto que podían vivir hasta un año sin comer, y allí terminaron apiladas panza arriba en la cubierta de los barcos -incluyendo al Beagle, en donde el capitán Fitz Roy acogió a 30 tortugas gigantes en camino a Polinesia. y a la mesa de la cena, que el joven Charles consideró particularmente sabrosa-. Alguna de estas tortugas se salvó, como la famosa Harriet, que terminó viviendo en Australia, donde murió en 2006 a los 175 añitos (y nadie logró que contara sus aventuras con Mr. Darwin). Claro que una observación local fue de particular importancia: aquella de que en distintas islas podían verse tortugas con diferentes caparazones, una idea que seguiría en la cabeza darwinesca por muchos años.
Recorriendo las islas uno llega a la misma conclusión que nuestro héroe barbudo: "Este archipiélago es muy destacable, parece ser un mundo en sí mismo". Al rato aparecen las primeras iguanas, esos pequeños dragones que nos visitan desde la prehistoria y nos observan con sus ojos inmemoriales, dejando la marca de sus colas ondulantes en la arena de las playas. Y aquí la gran sorpresa es esa especie de iguana que sin previo aviso se mete en el mar, dando vuelta a millones de años de historia evolutiva. En el comienzo fue el mar, hasta que poco a poco nos fuimos escapando, aunque algunos testarudos como los mamíferos marinos o estas iguanas volvieron a probar suerte allí de donde vinimos.
Son todos confianzudos, estos muchachos: ni iguanas ni tortugas se inmutan ante nuestra presencia (nuevamente Darwin en su diario: "Hoy me encontré con una inmensa tortuga; ni me prestó atención"), gracias al fantástico esfuerzo conservacionista de las islas. Incluso hay lobos marinos que se recuestan en nuestras reposeras y se bañan en nuestras piletas con la mayor tranquilidad (olvidando que Darwin, Fitz Roy y los piratas se los zampaban a diario).
Más inadvertidos pasan los pájaros, que aun así tienen la mayor importancia en esta historia, sobre todo los famosísimos pinzones de Darwin. Grises, marrones, amarillos, picotean el aire, los árboles y las tostadas del desayuno, ignorando que su análisis fue crucial para la teoría de la evolución.
La leyenda cuenta que Darwin fue recolectando pajaritos de las distintas islas por las que iba pasando, y obviamente notó que había distintas variedades de estos pinzones: sus colores, su tamaño, su pico, su comida. En particular, "se puede observar una perfecta graduación en la forma del pico, de lo más grande a lo más pequeño". Previendo que podrían ser distintas variedades de un mismo pinzón, las mandó a analizar en Inglaterra a John Gould, un ornitólogo experto. Para gran sorpresa, el veredicto fue que, sin duda, se trataba de especies diferentes. Una correspondía a cada isla, algo similar a lo que sucedía con las tortugas, e incluso con los zorros que había encontrado en su paso por las Malvinas. Un problema fue que el joven naturalista no había etiquetado bien a sus pinzones y no podía determinar a qué isla correspondía cada uno.
En la cabeza de Darwin se fue formando la idea de que, con la formidable barrera que representaba estar en islas separadas, quizá también se hubieran distanciado tanto estos pájaros que finalmente dieron origen a especies diferentes. Años más tarde, la idea se convirtió en libro. y el resto es historia.
Así un joven geólogo que luego sería el pelado barbudo más famoso del mundo aprovechó su viaje como nadie. y a nosotros no nos queda más que homenajearlo, aun en nuestra piel de turistas que deben cuidarse del sol y de los recuerdos.
En la cabeza de Darwin se fue formando la idea de que, con la formidable barrera que representaba estar en islas separadas, quizá también se hubieran distanciado tanto estos pájaros que finalmente dieron origen a especies diferentes. Años más tarde, la idea se convirtió en libro. y el resto es historia.
Así un joven geólogo que luego sería el pelado barbudo más famoso del mundo aprovechó su viaje como nadie. y a nosotros no nos queda más que homenajearlo, aun en nuestra piel de turistas que deben cuidarse del sol y de los recuerdos.
D. G.
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